Este 24 de julio se cumplen 224 años del natalicio de Simón Bolívar y Palacios, el Libertador. Hoy como entonces, las palabras pronunciadas por José Martí, en ocasión de su centenario, el 28 de octubre de 1893, en la Sociedad Literaria Hispanoamericana —y publicadas en Patria, el 4 de noviembre de 1893—, mantienen plena vigencia en el amor y la gratitud de los hombres y mujeres de este continente.
Nuestro Héroe Nacional comenzó su discurso con una idea que luego reiteraría en más de una ocasión: “Con la frente contrita de los americanos que no han podido entrar aún en América […]”, clara alusión a la situación política de Cuba, que no había podido conquistar aún su independencia y, por tanto, el orador se mostraba como avergonzada ante el héroe americano a quien llama “hombre verdadero”.
“Su ardor —dice— fue el de nuestra redención, su lenguaje fue el de nuestra naturaleza, su cúspide fue la de nuestro continente: su caída, para el corazón”. Así afirma un Martí, cuyo corazón y cuyo cerebro desbordan de admiración por el Libertador, a quien —lo sabemos de siempre— ama como un hijo a su padre —“[…] cuantos nos reunimos hoy aquí, somos los hijos de su espada […]”— y, como tal, perdona Martí sus errores y comprende como nadie: “En calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella: ¡de Bolivar se puede hablar con una montaña por tribuna o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño, y la tiranía descabezada a los pies…!”.*
La palabra martiana, vibrante y emocionada, está plena de bellos y sinceros elogios: “Como los montes era él, ancho en la base, con las raíces en las del mundo, y por la cumbre enhiesto y afilado, como para penetrar mejor en el cielo rebelde”. Porque así era aquel hombre, nacido entre sábanas de seda y capaz de compartir con sus soldados semidesnudos, de convertirse en uno de ellos y, a la vez, en el más perspicaz y profundo.
Incluso, cuando a sus labios asoma, pálida, una crítica, va cubierta de generosidad y comprensión: “[…] su error de confundir la gloría de ser útil, que sin cesar le crece, y es divina de veras, y corona que nadie arranca de las sienes, con el mero accidente del poder humano, merced y encargo casi siempre impuro de los que sin mérito u osadía lo anhelan para sí, o estéril triunfo de un bando sobre otro, o fiel inseguro de los intereses y pasiones, que solo recae en el genio o la virtud en los instantes de suma angustia o pasajero pudor en que los pueblos, enternecidos por el peligro, aclaman la idea o desinterés por donde vislumbran su rescate”. Para de inmediato, elevar de nuevo el tono apologético y arrebatar a los presentes con la calidez de su voz: “¡Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”*
Trascendentes palabras que hoy, al cabo de 224 años, se hacen realidad en esta América nuestra convulsionada por la conquista de la segunda y definitiva independencia, campaña en la cual Bolívar y Martí, Martí y Bolívar —y Fidel—, tienen mucho que hacer todavía.
El pensamiento de Martí, siempre centrado en su gimiente Cuba, no puede olvidar nunca la manera en que la acción bolivariana “[…] movió a tantos pechos la determinación de ser libres, ni tuvieron teatro de más natural grandeza, ni el alma de un continente entró tan de lleno en la de un hombre”. Martí analiza la forma en que el héroe logró aunar en un único empeño las más diversas voluntades e ideas, hasta lograr que “[…] por los rincones todos de la tierra, los americanos están peleando por la libertad!”*
Conmovido, recuerda el Apóstol las más relevantes acciones de la gesta bolivariana, hasta que derrotó a los españoles en Venezuela y en América, con la épicas victorias de Carabobo y Junín: “¡Pero ninguno es más bello que un hombre de frente montuosa, de mirada que le ha comido el rostro, de capa que le aletea sobre el potro volador, de busto inmóvil en la lluvia del fuego o la tormenta, de espada a cuya luz vencen cinco naciones! […] Yérguese en el estribo, suspenso como la naturaleza, a ver a Páez en las Queseras dar las caras con su puñado de lanceros, y a vuelo de caballo, plegándose y abriéndose, acorralar en el polvo y la tiniebla al hormiguero enemigo. ¡Mira, húmedos los ojos, el ejército de gala, antes de la batalla de Carabobo, al aire colores y divisas, los pabellones viejos cerrados por un muro vivo, las músicas todas sueltas a la vez, el sol en el acero alegre, y en todo el campamento el júbilo misterioso de la casa en que va a nacer un hijo! ¡Y más bello que nunca fue en Junín, envuelto entre las sombras de la noche, mientras que en pálido silencio se astillan contra el brazo triunfante de América las últimas lanzas españolas!”*
El respeto agradecido brota de su voz: “¿Adónde irá Bolívar? ¡Al respeto del mundo y a la ternura de los americanos! ¡A esta casa amorosa, donde cada hombre le debe el goce ardiente de sentirse como en brazos de los suyos en los de todo hijo de América […] ¿Adónde irá Bolívar? ¡Al brazo de los hombres para que defiendan de la nueva codicia, y del terco espíritu viejo, la tierra donde será más dichosa y bella la humanidad!” —de nuevo, resalta la vigencia del pensamiento y la acción del Libertador, porque para el hombre a cuya acción y gesto poderoso deben cinco naciones del continente su independencia y la América toda el impulso definitivo, “[…] ¡de hijo en hijo, mientras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas!”*