Procesar allí mismo, en el Valle de Caujerí, en el municipio guantanamero de San Antonio del Sur, todo el tomate y la fruta que aportaba y lo que potencialmente podía garantizar la Agricultura, resolvería, entre otras cosas, el viejo dilema de la industria lejos del campo.
Inversiones millonarias para llevar el agua a las áreas cultivadas y por cultivar, en busca de rendimientos difíciles de lograr sin riego, a pesar del favorable microclima de la región y de la ancestral cultura tomatera de los labriegos, auguraban mejor suerte en la producción y daban fuerza y pertinencia al reclamo de una fábrica para procesar los frutos.
Según las proyecciones de la Agricultura, en enero, febrero, marzo y primera quincena de abril, se tendría el tomate suficiente para procesar, en dos turnos de trabajo, cien toneladas diariamente. A partir de la segunda quincena de abril y hasta la primera de mayo, se contaría con la guayaba que respondiera a la capacidad instalada para convertir en pasta 40 toneladas de esa fruta en cada jornada. Desde mediados de mayo, en junio y julio, habría garantía de mango para unas 80 toneladas al día. Para cerrar el año, frutabomba.
Justo a inicios de 2012 el país dispuso 12 millones de pesos para la adquisición y montaje de una planta para esos fines en el referido emporio agrícola guantanamero, y un año después nació la fábrica en La Dalia, en el corazón mismo del Valle, de modernísima tecnología italiana, con dos líneas de producción.
Del dicho al hecho, planes maltrechos
Como pasó ahora, cuando el tomate se disparó en febrero, con una insólita producción para un mes, todos los años a la procesadora le viene encima, y de un tirón, una cantidad tal de ese fruto que da la impresión de que la industria le queda chiquita al polo productivo.
«La industria se resiente porque no se garantiza un suministro de modo escalonado, como está previsto en los contratos con la Agricultura», afirma categóricamente Osmany Cantillo Elías, director de esa Unidad Empresarial de Base (UEB), perteneciente al Ministerio de la Industria Alimentaria.
«Todavía estamos esperando que aparezca la primera guayaba, y ni hablar de la frutabomba. Según el suministrador, la sequía dio al traste con los planes de la guayaba; a la frutabomba tuvieron que renunciar porque es una planta hospedera de muchas plagas y por colindancia con el tomate, atacaron a este último cultivo. Y todas esas justificaciones son las que hacen bastante anormal el proceso», argumenta el joven Director.
En efecto, arrancan en enero y se mantienen procesando tomate hasta marzo; a partir de la segunda quincena de mayo, junio y julio, están con el mango. Trabajan seis meses, el mismo tiempo que después se paraliza la industria por falta de materia prima. Y a sus casas se va el colectivo completo —75 trabajadores con una edad promedio de 33 años—, sin garantía de salario, entre ellos cerca de 50 jóvenes ingenieros, técnicos y obreros calificados oriundos del Valle.
«Año tras año tenemos que contratar gente nueva para puestos vitales, como es el caso de los operarios de los paneles de control automatizado y de las mesas de selección del fruto», explica el Director, quien es Informático de profesión y ha vivido sus 33 años de edad justo frente a la industria que hoy dirige.
«Muchas veces hemos tenido que apelar a personas sin conocimiento alguno de la tecnología e ir enseñándole sobre la marcha, con todos los riesgos de la improvisación», comenta.
Agrega Osmany que con tal fluctuación de la fuerza laboral es muy difícil contar con operarios de experiencia a cuyo lado puedan formarse otros, o que tengan un dominio tal de la tecnología que sean capaces de dar solución a cualquier problemática que se les presente.
A pesar de esos inconvenientes, el directivo asegura que la industria muele ahora mismo a plena capacidad y con una eficiencia en el proceso del 106 por ciento; rendimientos que rayan con el máximo establecido, entre otros indicadores muy favorables.
A otras realidades, otras soluciones
Mientras se concreten los planes de la Agricultura local o se varíen ante realidades de «picos» tomateros de maduración que, aunque se les encuentren soluciones con envíos del fruto a otras industrias afectan a la procesadora del Valle, todo apunta a la búsqueda de una alternativa que refuerce la pertinencia de la inversión y se cumplan sus propósitos integrales.
«Siempre hemos planteado la necesidad de una inversión para realizar productos terminados en diferentes formatos. Eso nos permitiría trabajar los 11 meses concebidos al diseñar la industria y, consecuentemente, ayudaría a estabilizar la fuerza de trabajo, además de que aportaríamos al presupuesto para el desarrollo local», sostiene.
Recorriendo la instalación, se encuentra uno a muchachas y muchachos con inquietudes al respecto. Gente emprendedora de una empresa estatal socialista que no acepta que sus ideas de hacer próspera y sostenible la industria productora de pastas, se las conviertan en puré de sueños.
El joven ingeniero mecánico y oriundo de la zona Olíder Méndez Galardey, a cargo de la dirección técnica y fundador de la industria, me habla del proyecto que presentarán a su Ministerio, el cual propone una económica inversión para elaborar diferentes surtidos en un área que, dentro de la fábrica, fue diseñada previendo la necesidad de ampliar las líneas de producción o el montaje de máquinas llenadoras.
Yisell Jiménez Matos, una joven sicóloga que atraída por la novedad de la fábrica decidió convertirse en especialista en contratos y compras, habla de los resultados del empuje colectivo: comenzaron a elaborar puré de tomate en bolsas de tres kilogramos para la venta al turismo. La misma fórmula que emplearían en la venidera cosecha de mango, pero para la venta de néctar en el mercado en moneda nacional.
Así, al menos, pueden obtener algunos ingresos. No es toda la medicina que necesitan sus males, pero algo es algo.
Por Haydeé León Moya / Tomado de Juventud Rebelde