El 17 de julio de 1936, el general Francisco Franco y otros jefes militares iniciaron un golpe militar contra la República Española, el cual inició la Guerra Civil en la que el bando golpista contó con el apoyo de la Alemania de Adolfo Hitler y la Italia de Benito Mussolini. Era el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial.
Del otro lado del Atlántico, en Nueva York, Pablo de la Torriente Brau, un joven exiliado cubano nacido en Puerto Rico, escribió una carta a un amigo en la que decía:
“He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la revolución española. Allá en Cuba se dice, por el canto popular jubiloso: “no te mueras sin ir antes a España”. Y yo me voy a España ahora, a la revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiado el gran bosque de mi imaginación”.
Pablo, periodista, escritor y luchador revolucionario antimperialista, tuvo que exiliarse para salvar su vida porque en Cuba el coronel Fulgencio Batista, jefe del ejército y hombre fuerte de los EE.UU., frustró la llamada Revolución de 1933, mandó a asesinar a Antonio Guiteras, líder revolucionario más importante de esa etapa, y reprimió el movimiento obrero y al Partido Comunista con saña.
Durante la dictadura de Gerardo Machado (1925-1933), Pablo de la Torriente, con apenas 30 años, se destacó por su participación en la lucha estudiantil y fue herido en la cabeza durante la manifestación del 30 de septiembre de 1930, que marcó el inicio del auge revolucionario, y en dos ocasiones guardó prisión, una de ellas por dos años en el reclusorio de la entonces Isla de Pinos.
A la par su obra como periodista y escritor de denuncia lo consagró como uno de los jóvenes intelectuales más destacados de su generación, caracterizado por la prosa directa, de ironía mordaz y fino humorismo.
Con ese bagaje intelectual y revolucionario, Pablo, costeándose dificultosamente el pasaje, llegó a Madrid el 25 de septiembre como corresponsal de la revista New Masses, de Estados Unidos, y del diario mexicano El Machete y se convirtió en el primer latinoamericano que desde el continente arribó al escenario de los combates, cuando apenas se iniciaba el movimiento de solidaridad mundial con la República Española y el envío de los voluntarios de las Brigadas Internacionales.
Pero el joven corresponsal de guerra difirió sustancialmente de los demás que cubrían las noticias desde el bando republicano y ante cual periodista se sintió combatiente. En los momentos más difíciles de la ofensiva franquista contra Madrid en los meses de noviembre y diciembre de 1936, se convirtió en Comisario Político en la primera línea.
En una carta del 11 de noviembre de 1936, escribe: (…) mi cargo de comisario de guerra con “Campesino” (seudónimo de su jefe militar) acaso sea un error desde el punto de vista periodístico, puesto que tengo que permanecer alejado de Madrid más tiempo del que debiera, pero, para justificarme plenamente, comprenderás que en estos momentos había que abandonar toda posición que no fuera la más estrictamente revolucionaria de acuerdo con la angustia y las necesidades del momento. Más adelante, cuando mejore sensiblemente la situación, abandonaré este cargo y podré maniobrar más libremente.
Pablo fue enviado a la brigada que integraban campesinos de Extremadura, al norte de Madrid, a la lucha en primera fila y según testimonios de sus compañeros de armas: “era el comisario que necesitaban los luchadores para conservar su puesto sin vacilar, sin dejarse ganar por titubeos”.
Hace 80 años, el 19 de diciembre de 1936, a escasos tres meses de iniciada su epopeya en España y defendiendo su unidad, una bala destrozó el corazón de Pablo de la Torriente en el Cerro de Majadahonda, y tres días permaneció tendido en el campo enemigo hasta que rescataron su cadáver y le rindieron honores de capitán de milicias muerto en campaña.
En un poema que le dedicó Miguel Hernández, su compañero en las trincheras, prefiguró en una de sus estrofas la memoria eterna que las futuras generaciones tendrían para el comisario heroico de Majadahonda:
“Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan, / No temáis que se extinga su sangre sin objeto, / Porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan, / Aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto”.
Por Jorge Wejebe Cobo/ACN