Cuando en aquella noche del 30 de julio de 2006 la noticia de su gravedad nos conmocionó a todos y Cuba quedó en silencio, suspendida entre la sorpresa y la incertidumbre, por primera vez en más de cincuenta años nos vimos obligados a pensar qué hacer sin él al frente. Sus palabras de La Proclama no dejaban dudas: ocupar nuestro lugar, seguir construyendo, demostrar que decenas de años de resistencia nos habían curtido para seguir el camino.
Fidel sobrevivió en aquel entonces, continuó ahí y desde sus reflexiones nos seguía advirtiendo de los retos y de las nuevas expectativas. Nos preparó para seguir con él en su ausencia. Fidel nos dio una lección de humildad y de su espíritu de eterno guerrillero: cualquier esquina sirve para luchar, cualquier espacio es bueno para dar la pelea justa.
Primero fue difícil: no escucharlo a menudo, no verlo cazando huracanes, no tenerlo durante días y noches en cada congreso de pioneros o de mujeres o de intelectuales o de campesinos… o de estudiantes. Pero después fuimos aprendiendo; o mejor, poniendo en práctica lo aprendido. Y desde cada uno de nosotros emergió Fidel. Han sido años duros, de cambios, de nuevos escenarios. Han sido años difíciles, donde no se nos pierde el concepto de que el futuro de Cuba depende de nosotros, de la inteligencia, la sensibilidad y la honradez con que sepamos afrontar los tiempos por venir.
Esta vez sí se despidió Fidel. Imagino que tranquilo, tal vez pensando en alguna de sus múltiples batallas. Y de nuevo nos conmueve, nos remueve no solo el alma sino que nos obliga a hurgar en lo aprendido, en lo vivido, para conservar lo que nos dejó.
Fidel nos enseñó que Patria no es un espacio físico, es una convicción, y es preferible morir que perderla, y que está más allá de cualquier frontera; pero también que esta pequeña isla es sagrada y su historia y su memoria son imprescindibles para forjar sueños nuestros. Fidel nos enseñó que cada ser humano importa porque ese es el sentido de una Revolución. Demostró que el ejemplo personal es inderrotable porque lo vimos día tras día con su uniforme verde olivo, sus botas gastadas y su mochila de sueños al frente de todo. Fidel nos enseñó a pensar en grande, a forjarnos metas descomunales; y si no las alcanzábamos, lo intentábamos y ya eso era crecimiento y ganancia. Fidel nos entregó el valor de consenso y la unidad, de escuchar al pueblo, de sentirnos parte, y hacerlo con orgullo.
Como Fidel es un país (y esto es más que una frase) nos enseñó a no tener miedo, a no dejarnos chantajear por nadie, a ser creativos, a pensarnos el mundo y a nosotros; nos dio un arsenal de herramientas para lograr objetivos no importa cuán complejas sean las rutas y los desafíos. Nos educó en la importancia de los detalles porque es el único modo de evadir la chapucería y la improvisación. Nos enseñó a prever, a ir más allá del horizonte alcanzable. Por eso un pequeño país bloqueado se hizo referencia internacional. Fidel nos mostró cómo leer entre líneas cualquier acontecimiento, cómo actuar en cada circunstancia, cómo oponerse a los golpes bajos; si el momento era de puño cerrado o de respuesta inteligente.
En más de medio siglo, a sucesivas generaciones Fidel nos enseñó el valor de la emoción en cada tarea a emprender porque en sus palabras y acciones en Cuba o fuera de ella, nunca faltó la poesía. Nos ha dejado la irreverencia, las ganas de enfrentar la mediocridad y el oportunismo de los burócratas y los anquilosados porque esa es la antítesis de la Revolución más rebelde de este mundo.
Fidel nos deja la tozudez que le arrojó victorias impensadas cuando no paró nunca ni por lluvia o rayos que le cayeran encima ni por peligros a su vida. Fidel nos enseñó a creer en nosotros como pueblo, a contar con todos, a respetar el conocimiento y a considerarlo un derecho; a decir lo que pensamos y a defenderlo, a tener pudor aunque suene extraño para muchos en esta era desconcertante. Nos dio el prodigio de soñar, de creer en esos sueños y trabajar para alcanzarlos. Nos enseñó a enfrentar a los traidores y a trascenderlos para no desviar la batalla del frente principal que es construir. Por eso los enemigos de Cuba odian tanto nuestro himno como lo que él llamó Ejército de batas blancas.
No enseñó – sobre todo- que las ideas se defienden con ideas y no con agravios.
Por eso en aquellos días de 2006- en que él se recuperaba- la gente lo veía aparecer por todas partes y por eso por más de medio siglo, cuando algo mal hecho pasaba, la gente decía: ¡Deja que se entere Fidel!
Fidel nos trajo hasta aquí. Ahora nos toca a nosotros seguir, saberlo interpretar sin dogmatismos, juntos, entre todos.