Es un momento de dolor tan hondo que ahoga la reflexión que a la vez se impone. Fidel no volverá a hablar en la Plaza de la Revolución. Las lágrimas intentan llenar el vacío. Merecen respeto, pero no bastan. Tampoco alcanzan las palabras para dar cuerpo a los sentimientos; siento que se me extravían en el intento de calar la muerte de un líder que trasciende a una nación y a una época.
Los adjetivos se deshacen en el intento de atrapar en toda su dimensión a un hombre que se convirtió en símbolo e inspiración de revoluciones y doctrinas humanistas universales. Los calificativos corren el riesgo de la imprecisión o de quedar cortos. ¿Último gran revolucionario del siglo XX? Quizás lo sea, pero de su pensamiento bebieron también movimientos revolucionarios identificados como Socialismo del Siglo XXI. Lo decía Hugo Chávez y lo dicen ahora otros líderes y pensadores contemporáneos de América Latina. Sus ideas han rehuido del polvo de anaqueles. En renovación constante, han aportado datos, argumentos, interpretaciones y calor al debate de urgencias de actualidad en el mundo: del medio ambiente, la globalización económica, las ciencias y las tecnologías, la paz y el 99 por ciento olvidado de la humanidad.
El siglo XX le quedó estrecho a él y a los ideales que encarnó. Una señal es que la Revolución Cubana sigue viva, a casi seis décadas de entrar Fidel en La Habana que hoy despide sus cenizas. Con innovaciones políticas audaces, el socialismo cubano resistió cuando la comunidad socialista se hundió en los años 90 con su núcleo, motor y escudo, la Unión Soviética. Son hechos.
El silencio íntimo quizás sea la mejor fórmula en este instante; no sería la primera vez que Fidel lo incita en masas dominadas por el dolor.
Otra alternativa es narrar anécdotas e historias de Fidel, relatar sus andares y miradas. Algunos afortunados atesoran, y comparten en estos días, vivencias personales que reflejan filones del alma del Comandante en Jefe. No son tan pocos los que pueden contarlas. Cientos de personas, y a veces muchos, muchos más, convivieron con él un mismo momento excepcional, sellado con un aura de misterio en la memoria colectiva.
Alrededor de un millón de personas pueden hablar del silencio eléctrico que sobrecogió a todos el 15 de octubre de 1976 en la Plaza de la Revolución, cuando Fidel resumió en una frase la ira y el dolor multiplicado de un pueblo enérgico y viril que lloraba a sus víctimas. No pocos oyeron también ese día el temblor de la injusticia.
Las cualidades de su personalidad, citadas con frecuencia en estos días –inteligencia, audacia, tenacidad, fidelidad espartana a sus principios, visión estratégica, altruismo y otras-, no son inusuales, por separado, en la naturaleza humana. Rara, como flor en el desierto, sí es la convergencia de todas ellas en un mismo ser humano. Fidel portó, además, rasgos singularmente apreciados por sus compatriotas; entre otros, una valentía casi mítica, herencia de otros independistas de la historia patria, que enorgullece a los cubanos y constituye cimiento de esa dignidad nacional que suele caldearse justo cuando asoman en el horizonte las amenazas y armas de imperios.
En la historia universal no abundan líderes de tal madera. Es otro hecho, que reconocen incluso sus críticos y rivales -y hablo de rivales, no de los ignorantes que entran a rebuznar en la Casa Blanca más a menudo de lo que merecería el pueblo estadounidense y las naciones que comparten el planeta. ¿Cuándo comprenderán los políticos de Estados Unidos que Fidel es Cuba y Cuba es Fidel y mucho más?
Millones de cubanos desfilan en estos días ante cientos de altares con fotos de Fidel, banderas y flores, en las plazas, en la escalinata de la Universidad de La Habana, y en otros puntos a todo lo largo del país. Muchos acuden a rendirle tributo casi maquinalmente. No creen real la ausencia del líder de la Revolución que hizo ciertas la independencia, la justicia social y el decoro de Cuba como nación. Si de realismo se trata, creo que les asiste la razón.