No voy a inventar historias de que estuve muchas veces con Fidel, pero estuve. Son tesoros que guardo en mi corazón y que me han venido a la mente una y otra vez en estos días de lágrimas en mis ojos, de silencio en los barrios, de tristeza infinita sobre mi Cuba. Las primeras veces era yo una estudiante de periodismo en tiempos que Fidel acudía con frecuencia a recorrer la centenaria Universidad de La Habana. Estuve muy cerca de él en el aluvión de jóvenes que le envolvían.
Como reportera de la recién fundada Agencia de Información Nacional (AIN), hice mi debut profesional con él, en el acto del aniversario de los CDR en 1974, en el cual pronunció el discurso conmemorativo. Estar tan próxima al Jefe, en primera fila en Ciudad Libertad, junto a toda la prensa cubana, me hacía latir más rápido el corazón y sudar las manos.
Ahí empezó mi reto para versionar sus incontables palabras, algo que luego haría por muchos años en la AIN y luego en Juventud Rebelde. Al regresar a la redacción, el jefe de turno me dijo: “has una nota corta y una versión larga que la está demandando Verde Olivo”.
¡Sólo había llevado como herramientas una agenda y un bolígrafo!. Así y todo hice una nota informativa de tres cuartillas y una versión de más de diez. Salí de la agencia muy tarde en la noche. Iba como en una nube: ¡le había visto de cerca, le había escuchado en vivo y en directo, versioné sus palabras! ¡Qué privilegio!
En la celebración del Día del Niño en 1975, un grupo de jóvenes periodistas que atendíamos la UJC, esperábamos, desde casi dos horas antes, su llegada a Tarará, donde habría un recorrido por la instalación del este capitalino y luego un acto para declararlo Campamento de los Pioneros José Martí. En la espera, el colega Roger Ricardo, de Granma, y yo, nos movimos para ir al baño y al regresar, ya el Comandante y la comitiva toda, -la prensa incluida-, iban en un trencito para conocer las instalaciones. Sin pensarlo dos veces y con la energía y la prisa propias de la edad, nos mandamos a correr tras el tren y pedíamos a gritos que nos esperaran.
Sin que el vehículo parase nos lanzamos hacia el último carro y alguien nos ayudó a subir. Antes, cuando debíamos estar en el aire, sentimos rastrillar un arma, fue cuando alguien gritó: ¡son periodistas!. Fidel nos miraba y no sé si había regaño o simpatía en su rostro. Sólo dijo: “se arriesgaron mucho”.
Una memorable tarde-noche, cuatro o cinco años después de mi primera vez, un grupo de colegas llegamos al teatro Carlos Marx donde se realizaría el acto de despedida al primer grupo de maestros que partiría a la Nicaragua sandinista con su carga de saberes. Allí, momentos antes de empezar la ceremonia, el entonces jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido, Orlando Fundora López , nos reunió y dijo: “de este acto solo se hará una nota informativa de tres cuartillas por la AIN, ¿quién está aquí por la agencia?” Yo di un paso adelante, con visible nerviosismo ante la responsabilidad. Muy pálida, me dijeron después otros periodistas. Entonces agregó: “cuando por la declinación del discurso creas que Fidel esté terminando, sales discretamente y vienes a esta oficina donde tendrás una máquina de escribir y cuartillas para que redactes de manera que el Comandante en Jefe vea la información antes de irse del teatro”. Respiré hondo.
Así lo hice. Tomaba notas desenfrenadamente. Cuando entendí que casi Fidel concluía me paré e hice lo indicado. Las tres cuartillas salieron limpias a pesar del temblor de mis manos. Se las entregué a Fundora y ambos caminamos hacia detrás del escenario, ya cerradas las enormes cortinas. El Comandante en Jefe conversaba animadamente con dirigentes e invitados. Fundora le habla al oído y le entrega las cuartillas. Yo, alejada a unos tres o cuatro metros, con las rodillas temblequeando.
Pregunta el Jefe a Fundora. “¿Tú escribiste esto?” “No, fue la periodista de la AIN”, responde, y me señala, a lo que exige el Comandante: “que venga ella, a mí nunca me han gustado los intermediarios”. Santa lección.
Enseguida me dice: “¿tú?, si tú te paraste del asiento antes que yo concluyera el discurso”. Le explico la orden recibida, asiente con la cabeza mientras lee. Pide mi bolígrafo y arregla una oración. Me mira a los ojos. “Tal como está escrito lo dije, pero al verlo en blanco y negro me gustaría darle un giro a la frase”. Raya mis palabras, sobrescribe por encima como editor nato. Único arreglo. Entiendo. Me abraza. Me despide.
Afuera, el director de la AIN me esperaba ansioso. Si yo temblaba, Fausto Suárez estaba lívido. Tomó las cuartillas arregladas de puño y letra de Fidel, como lo que eran, un testimonio excepcional, una reliquia, un tesoro.
Luego sobrevinieron otros momentos en esta hermosa profesión en la que él sobresale. Quedarme en la redacción para, desde un buró frente a un televisor, tomar nota directamente en la máquina de escribir para versionar sus discursos, también signó mi carrera.
Hubo nuevas y varias coberturas informativas e intercambios breves…una boda entre delegados durante el IV Congreso de la UJC, en cuyo brindis tuve el honor de aceptar de su mano una copa de cidra…Un momento de tres: él, Erick Honecker y yo, en una casa de protocolo en lo alto del Plan Genético Valle de Picaduras, por confusión de un guía que creyó que yo era alemana de la comitiva del visitante…..Uno excepcional, en plena Sierra Maestra, cuando él inauguró el Campamento de Pioneros Ramón Paz Borroto, en las montañas de Santo Domingo y al terminar su discurso, baja del estrado y va directo a mí y me dice. “Periodista, ¿también aquí?” Y alguien nos tira la foto (ahora en poder del colega Amado de la Rosa): él un poco encorvado para bajar a mi estatura, yo con la boca abierta ante la sorpresa. Menos mal que la foto no habla, porque tartamudeaba.
Muchas, muchas veces, durante actos, reuniones, sesiones del parlamento, congresos y plenos de la Upec, eventos nacionales e internacionales importantes, visitas de personalidades, estuve ahí, en la fila de los periodistas. A veces, sabía que me miraba, yo le saludaba discretamente con la mano, él asentía.
Ahora parto para la Plaza de la Revolución a presentarle mis respetos póstumos. Siento que este es el peor año de mi vida, aunque ya tuve otros malos cuando partieron mis padres. Bisiesto, comenta alguno. De traiciones y grandes pérdidas habían preconizado los babalaos. Hoy, como mi pueblo, estoy huérfana. Adentro, muy adentro, sé que vive y que alguien iluminado seguramente le cantará como a Martí : ¡Ahora vuelve a vivir!