Dicen que lo más difícil no es trabajar, sino pasar trabajo para hacerlo. Y esa es la historia más breve del proceso que hay que sufrir para lograr un reportaje sobre Coppelia, la llamada Catedral cubana del Helado, que por estos días ha hecho honor a su categoría de Catedral, no por razones de su objeto social, sino por las interminables planificaciones que rodean el propósito de hacer un reportaje sobre ese centro.
El jueves 25 de agosto comenzaron las peripecias en Coppelia de un dúo de periodista y fotógrafo de este diario, que creímos que era cosa de coser y cantar el realizar varias entrevistas en este sitio tan visitado por cubanas y cubanos, para indagar sobre su funcionamiento en la etapa vacacional y sobre las revitalizaciones constructivas que experimenta hace meses.
Aunque habíamos llamado días antes, no logramos contactar con quien debía atendernos. Y aun sabiendo que no se debe llegar a casa de nadie sin antes avisar de la visita, decidimos aventurarnos para adelantar parte del trabajo (al menos con el público) y, tal vez, poder concretar la entrevista con algún responsable del centro.
Llegamos a la oficina de quien se encontraba al frente de la entidad por esos días, pero nos informaron que no estaba y había dejado dicho que para un reportaje en Coppelia, debíamos solicitarlo en la Unión de Empresas de Comercio y Gastronomía en La Habana, con el compañero Pepe.
Aunque un poco molestos por la demora que eso suponía y por las trabas para el periodismo que no debían existir en un sitio tan popular, comprendimos esa realidad, pero decidimos conversar con la población allí presente y tomar algunas imágenes de ese momento para avanzar en el reportaje. Tal intención fue frenada por miembros del personal, quienes se negaron a nuestra gestión, explicando que sin autorización no había trámite posible.
En la subdirección nos repitieron que para cualquier trabajo periodístico, el primer paso era la Unión de Empresas. Y a ese lugar comenzamos a llamar, aunque nos habían alertado que el procedimiento era «personarse» allí. Al contactar con el compañero Pepe, él informó que no era el encargado de aprobar nuestra intención de hacer un trabajo en Coppelia.
Lo que debíamos hacer era hablar con Maribel, también de la Unión, quien tramitaría nuestra solicitud con el vicepresidente primero del Consejo de la Administración Provincial para conseguir su aprobación.
Una vez que él autorizara, explicó Pepe, él sería el encargado de conversar con nosotros sobre los «términos» del trabajo, para entonces disponer que fuese realizado y coordinar horarios y fecha.
Para más inconformidad y muestra de poco respeto ante el tiempo ajeno y una profesión como la periodística, que debiera tener todos los caminos allanados, Pepe explicó que el procedimiento debía ser a partir de cartas presentadas personalmente en cada lugar, pues por correo electrónico o llamadas telefónicas no procedía la solicitud. «¿Cómo puede hacerse periodismo así?», nos preguntamos. Y seguimos insistiendo por la vía telefónica.
Días después de dejar recados a Maribel y teléfonos donde pudieran localizarnos, logramos contactar con ella, y nos explicó que la responsable de ese encargo que solicitábamos era Teresa, también de Comercio y Gastronomía. Al localizar a esta compañera, esperamos también varios días por su respuesta, hasta que el pasado jueves 8 de septiembre nos confirmó que podría hacerse el trabajo y nos pidió escoger la fecha.
Cuando solicitamos que fuera al día siguiente, nos dijo que era muy pronto porque la Unión estaba en un control ministerial. Pero como el martes próximo nos pareció una fecha muy lejana, convenimos en que fuera el pasado sábado a las cuatro de la tarde (horario solicitado por el subdirector de Coppelia). Y hasta ese día esperamos pensando en que hoy usted leería un reportaje sobre la Catedral del Helado con todas las de la ley.
Pero en vez de ese material que pudiera haber resultado tan interesante, lo que usted ha leído es la historia de cómo no se ha podido aún hacer el trabajo en Coppelia. Porque el sábado lo único que encontramos fue que no estaban quienes debían darnos la información; el subdirector, por problemas de salud, y las personas de la Unión de Empresas (sin quienes no podía hacerse el trabajo, como señaló el Jefe de Servicio de Coppelia), que no asistieron por causas desconocidas.
Tal vez debimos tener más paciencia y esperar unos días más a que todo se coordinara. Pero creemos que más de dos semanas de espera —con todas las dilaciones que ello ha traído consigo— ha sido demasiado. Y no parece justo ni respetuoso volver a llamar a la Unión de Empresas para ajustar los detalles de la realización del reportaje.
Casi todos los cubanos sabemos mucho de lo que ocurre por Coppelia, quizá uno de los sitios más visitados en La Habana por razones que todos conocemos, de tipo social, económico y hasta tradicional. Pero siempre es útil, a la par de conocer las dificultades, poder contar con las explicaciones de las autoridades de lo que ocurre en esa unidad.
Y no es el personal a cargo de ese sitio el principal responsable de que hoy usted lea esta historia y no la otra. Llevan el protagonismo en este relato helado (no por el producto de marras, sino por la frialdad de explicaciones y respuestas) los graves problemas de comunicación interna y externa que distinguen los modos de hacer de varias instituciones del país.
Al periodismo hay que abrirle las puertas. Ya sea de un Ministerio, de una empresa o de un local de servicios. Y más aún si hablamos de entidades estatales, que forman parte de un mismo sistema en el que lo imprescindible es dar lo mejor al pueblo. Habría que preguntarse el porqué de las limitaciones y los rodeos para permitirnos hacer un reportaje en Coppelia.
Por Susana Gómes Bugallo / Ilustración: LAZ
Tomado de Juventud Rebelde