Esta madrugada de miercoles 15 de agosto me acabé de despertar con la noticia que Jean Guy Allard habia partido de este mundo. Así no más. Dejó de respirar en Cuba.
Nos vimos varias veces. En varias partes. Entre vinos, rones, chismes y risotadas nos contamos lo qué representaba Cuba para nosotros.
Sé que nació en Canadá. Que trabajó para medios de prensa en esa tierra y que un día le dio por irse para Cuba, donde llegó a trabajar a Granma International, edición en francés.
Recuerdo que, entre otras cosas, denunció a Reporteros sin fronteras de Robert Menard por sus relaciones con la extrema derecha estadounidense en Miami y la CIA. Lo hizo junto a la coautora de un libro sobre el tema, y muy cercana a France-Cuba (su madre lo sigue siendo) Marie Dominique Bertuccioli. En esa misma época Maxime Vives y quien escribe estas líneas también lo hacíamos.
Escribió también una especie de diccionario sobre el imperialismo estadounidense, con la abogada de Nueva York, Eva Golinger. Participé del embrion de ese trabajo. Lo discutimos en un hotel de Caracas. Creí que no nacería porque todo era risas, ya que cada vez que con Eva íbamos nombrando la cantidad de crímenes cometidos por Estados Unidos, Jean Guy decía, con cara de cura de pueblo: pobres vecinos míos, ¿de todo eso son culpables?
El canadiense-cubano investigó y escribió. Siempre entre sonrisas. Inventándole historias a todo el mundo.
Dicen que ayer martes se murió. Ni sé de qué, ni quiero saberlo. Solo sé de sus sonrisas y chistes. Yo sé del amor por su familia cubana. De su amor por Cuba y América Latina. De su amor por esto que soñamos y nos unía: un mundo mejor para todos.