No podemos cruzarnos de brazos, ni llegar a los extremos. Yo adoro mi teléfono móvil y, cada vez que sale una aplicación nueva, corro a instalarla, pero por nada del mundo se me ocurriría dejar tirada en un rincón mi colección de Gabriel García Márquez
Tú puedes ser quien quieras… cuando lees: el mismísimo explorador noruego Thor Heyerdahl, quien un día se hizo a la mar en una balsa de madera, junto con un loro y cinco hombres más, o Sherlock Holmes y Tom Sawyer. Ningún paisaje de una pintura, del cine o la televisión puede ser tan bello como el que dibujan un libro y tu imaginación.
Solo muchas décadas después, ciertos realizadores se atrevieron a filmar historias que no concebían sino escritas sobre papel. Algunos incluso fracasaron. Otros aún respetan demasiado las fronteras entre la literatura y el séptimo arte. Y, sin embargo, tantos y tantos jóvenes tratan cualquier texto con desdén.
Con el nacimiento del nuevo siglo, la tecnología se coló en nuestras vidas en la forma de una simple tableta, pero no de chocolate, ni tan siquiera de maní, sino electrónica.
Aunque todavía su costo es alto, móviles y tablets seducen con un sinfín de opciones integradas: cámaras fotográficas, linternas, mapas, reproductores de música, juegos, servicios de telefonía y de correos, entre otros que nos hacen pensar en estas como las pequeñas cajas de herramientas que caben en el bolsillo.
Además, pueden añadírsele aplicaciones con fines de entretenimiento, desde tests de inteligencia hasta cuidar de una mascota virtual. Sin embargo, a medida que aumenta la demanda de esta tecnología entre los jóvenes, se evidencia el rechazo a determinados hábitos, como ir al cine o leer.
No pocas fueron las veces en que tras la típica pregunta de “¿qué estás haciendo?” y mi más lógica respuesta “leyendo”, sin importar qué libro fuera, caía sobre mí como una descarga eléctrica la opinión más burda en torno a la lectura, eso si antes no me decían que me voy a tostar, o que ya lo estaba.
Ni hablar de cuando le sugiero a algún compañero leer. Su réplica llega de inmediato. “¡Qué va! Eso no es lo mío. ¡Qué aburrido! Mejor espero a que le hagan una peli”.
¿Por qué tachar de aburrido un libro sin tan solo haber leído la primera página? ¿Por qué esperar que le hagan una adaptación cinematográfica, si de esa manera pierden gran parte de su argumento?
Desafortunadamente, sucede en cualquier sitio de nuestra geografía: quizás en Bahía Honda no estén tan extendidos estos aparatos como en la capital de la provincia, pero igual muchos alumnos de preuniversitario le dedican demasiado tiempo a atender mascotas virtuales, y apenas hojean las obras que estudian en clases.
A Nayaris Zamora, la profe de Español-Literatura, del pre Mártires de Guajaibón, en Bahía, le disgusta que los futuros bachilleres no lean. A la par, advierte la exigua cantidad de títulos de interés que dejó la Feria en ese municipio, y la ausencia de los clásicos y de diccionarios; incluso, en la escuela disponen de solo cuatro ejemplares de Casa de muñecas, para más de cien alumnos.
Al parecer, todo conspira. Habremos de conspirar también los amantes de los libros, y desnudar sus virtudes a los cuatro vientos… o crear “sociedades secretas de lectura”, que atraigan por el morbo de lo prohibido.
No podemos cruzarnos de brazos, ni llegar a los extremos. Yo adoro mi teléfono móvil y, cada vez que sale una aplicación nueva, corro a instalarla, pero por nada del mundo se me ocurriría dejar tirada en un rincón mi colección de Gabriel García Márquez.
Fuente: Dariana Llanes Vega. Ilustración: Adán Iglesias para El artemiseño