Me han pedido que, a propósito de los cincuenta años del estreno de El hombre de Maisinicú (Manuel Pérez Paredes, 1973), haga un ejercicio de memoria, desde la privilegiada posición de hija de Sergio Corrieri, para que cuente anécdotas relacionadas con el proceso de filmación de la película. En un par de cuartillas revelaré algunas de esas historias que me relató mi padre en los momentos en que se grababa el filme y tiempo después de su estreno.
Habían transcurrido poco más de tres años desde que Sergio Corrieri y un destacado y selecto grupo de actores e intelectuales habaneros dieron el gran salto al vacío que significó fundar el Grupo de Teatro Escambray (GTE) en la sierra del mismo nombre, enclave lacerado entonces por una guerra conocida en la historia de Cuba como «lucha contra bandidos», que fue apoyada por la CIA.
Iniciaba 1972 cuando Manuel Pérez Paredes (Manolito) le pide a Sergio que encarne en un filme de ficción al personaje de un héroe real (y anónimo) de esa lucha: Alberto Delgado y Delgado, el hombre de Maisinicú.
En ese momento, ya el GTE había comenzado a trabajar en sus primeros proyectos en torno al tema de la lucha contra bandidos en la zona, y sobre la situación de las familias involucradas en todos los bandos (milicianos, colaboradores y bandidos), a partir de investigaciones realizadas por los integrantes del Grupo en el lomerío.
Ante esa propuesta, Sergio se halló en una encrucijada ética. Por una parte, el proyecto fílmico le resultaba muy tentador; por otra, significaba ausentarse de Teatro Escambray en su etapa de despegue.
De acuerdo con sus compañeros del Grupo, Sergio decide aceptar el protagónico del filme. Mientras, deja a los teatristas en las manos expertas de Gilda Hernández, su subdirectora y partenaire en la vida y el trabajo.
La prefilmación —durante los primeros meses de 1972— comienza con un proyecto con el cual Manolito tenía una deuda pendiente desde la abortada operación Trasbordo, del Ministerio del Interior, en la que se había visto involucrado años antes. El conocimiento profundo sobre la zona, su contexto y circunstancias sociopolíticas que atravesaban tanto él como el actor protagonista contribuyeron en gran medida a aportarle veracidad histórica a este filme, construido casi a la manera de un wéstern cubano.
La estancia de Sergio Corrieri en El Escambray desde noviembre de 1968 había implicado cambios radicales en su ámbito personal y familiar, igual que en el de todos los involucrados en el proyecto, lo que dio paso a un fenómeno, posteriormente bautizado como Teatro Nuevo.
En el lomerío era necesaria la presencia del GTE por períodos prolongados para hacer más efectiva su inserción en un contexto plagado de conflictos después de terminada la guerra, por lo que sus integrantes solamente venían a La Habana durante una semana al mes para disfrutar de vacaciones con sus familias. Aunque también asistían a reuniones de coordinación con las autoridades culturales y políticas que radicaban en la capital.
El hecho de que en el filme hubiese algunos llamados en La Habana nos dio a los familiares de Corrieri la posibilidad de un extra de su presencia en casa durante esos pocos días de filmación en la ciudad.
Fue en unos de ellos que mi padre y yo conversamos sobre el desarrollo de la película. Siempre fui muy curiosa y el cine me fascinó desde niña, por lo que le pedía que me contara sobre las interioridades de los proyectos en que estaba involucrado. Me narró entonces algunas anécdotas interesantes relacionadas con El hombre de Maisinicú, que contribuyeron al realismo de esa película y que quedaron fijadas en mi memoria de adolescente.
La que más me impresionó (fui yo quien le conté a Manolito), se refiere al momento de la ejecución de Alberto Delgado por parte de Cheíto León y su banda. En la escena, además de los actores profesionales, participaron algunos extras que, al no tener el entrenamiento necesario, se tomaron muy en cuenta la golpiza. En el momento en que Alberto cae al suelo y le patean, hubo algunas botas que llegaron con tremenda fuerza al abdomen de Sergio y le propinaron dolorosos impactos. Durante varios días, las huellas y hematomas quedaron en los costados del cuerpo del actor. Pero Sergio no se quejó, no lo comentó, aguantó estoica y profesionalmente la golpiza, y como me dijo recientemente Manolito: “Sergio soportó eso, y no llegó a afectarlo como para impedir la cotidianeidad de la filmación; ni se quejó, lo asumió como inevitable para que fuera convincente la muerte de su personaje”.
Poco después, cuando estrenaron el filme y fui a verlo al cine Yara en uno de los pases de mi beca, no pude contener las lágrimas por la manera tan brutal en que había sido asesinado el verdadero héroe, pero también al recordar la golpiza que había sufrido con estoicismo mi pobre padre.
Otra de las anécdotas se refería a la incomodidad que le provocó el maquillaje en las escenas de la muerte de Alberto Delgado. Le ardía muchísimo, sobre todo cerca de los ojos, pero había que aguantar. No existían los recursos necesarios y la maquillista tuvo que improvisar para simular las contusiones.
Me contó mi padre que además las jornadas de filmación fueron duras, arduas, de hasta doce horas al día, a veces de catorce, en medio del monte. Por suerte, sus casi cuatro años en el lomerío lo habían preparado para esas intensidades, aunque la etapa de producción se cerró con solo treintaitrés llamados.
A él le encantaban las escenas a caballo, que hay varias en el filme. Las disfrutaba muchísimo porque era muy buen jinete, como se puede apreciar en esos icónicos momentos de Alberto Delgado cabalgando a campo traviesa sobre su rocín. Decía que, aunque estaba trabajando, sentía una libertad inmensa encima de ese hermoso corcel.
La experiencia de El hombre de Maisinicú, el hecho de ponerse en la piel de uno de los participantes en esa lucha sobre la que tanto habían investigado los actores del GTE, le aportó mucho a Sergio como actor, y también, como piensa Manolito Pérez, “ayudó a incrementar el prestigio de Sergio y del Grupo en la zona”.
(Tomado de Revista Cine Cubano)