El día en que íbamos a fracasar tiene varias marcas en el calendario, más de una por año a lo largo de estos casi sesenta y seis de Revolución. El memorando Mallory, la invasión por Bahía de Cochinos, los bandidos del Escambray, la quema de caña, sabotajes de diversa naturaleza, el bloqueo, el trabajoso, insuficiente e irregular avance de nuestros planes económicos, la desaparición del campo socialista en Europa, más otros sucesos negativos definen algunas de esas cruces. Pero no fracasamos, y aún hoy, con nuevas y más agobiantes dificultades seguimos en el empeño por preservar la soberanía y concretar para nuestro pueblo los proyectos de justicia que nos alientan.
Durante todos estos años, de 1959 a la fecha, nos han hecho protagónicos del chiste —que le atribuyen a Mao Zedong— de que vamos “de derrota en derrota hasta la gran victoria final”, y algo de verdad contiene el chascarrillo, pero no toda. Los últimos años vienen siendo los más duros del largo período al que me refiero, y a algunos les parece que, a bordo de reformas que penosamente nos devuelven a un modo de producción y distribución basados en la ley del mercado, abandonamos las principales esencias del pacto socialista. Pero no es así.
En su artículo titulado “El estado cubano se fue del país” (publicado en El Toque el 27 de septiembre de 2024) Julio Antonio Fernández Estrada hace un amargo recuento de las pérdidas adonde nos han conducido las medidas económicas de última data. Sus razonamientos son lugar común en publicaciones, redes sociales y diálogos de pasillo. Afirma que ya desembocamos, dolosamente, en el neoliberalismo con las libertades coartadas.
Si bien es cierto que, asumidas como giro de heterodoxia marxista para sostener los beneficios sociales que alguna vez tuvimos conquistados, esas medidas aún no consiguen —y demorarán en hacerlo— los beneficios que de ellas se esperan, también lo es que aún no se ha recorrido todo el trayecto. El modo en que se analizan y reajustan constantemente esos procederes es una prueba de que no hay conformismo y no se han entregado las armas. Siempre tras las ambiciosas metas que la historia valida, es temprano aún para que nos consideremos derrotados.
Al analista que cito le faltó nombrar dos elementos importantes en su apasionado certificado de defunción: identificar a los principales culpables situados más allá de su estrecho ángulo de visión, así como enumerar lo que en su momento llegó como victoria y permanece alumbrando nuestra trabajosa cotidianeidad. No se presenta al bloqueo como el obstáculo mayor y se omite que, aun en medio de la aguda crisis, siguen en pie unos cuantos pilares erigidos por la Revolución.
Cuando pienso en lo que escriben esas personas inteligentes que dan por perdidos todos estos años de trabajo intenso, me pregunto qué modelo de desarrollo tienen en su mente para el país, tan suyo como nuestro. Evidentemente, si todo lo que refieren como pérdida fueron en su momento logros alcanzados con la práctica socialista, infiero que quieren justicia social, igualdad de oportunidades, protección de salud, educación, cultura, prosperidad. Como trasfondo de sus argumentaciones tienen el que algunos países capitalistas desarrollados, a través del llamado estado de bienestar, persiguen, y hasta logran, propósitos (socialistas) similares.
Ninguna comparación más desleal, porque obvian nuestra condición de países poscoloniales, con un lastre de siglos en el desarrollo de sus fuerzas productivas. Mucho peor de lo que podríamos estar hoy, nos dejaron esos mismos europeos que nos colonizaron. Los que vinieron inmediatamente después completaron la labor. ¿Es que no ven como inviable para nosotros esa ruta de desarrollo acogidos a los mismos principios que esgrimen como armas los mismos que nos expoliaron?
Si algo debemos reconocer es que nuestros enemigos han sido inteligentes, pacientes, creativos en la búsqueda de nuestra claudicación. Han apostado por todo: la agresión armada, la subversión interna, el terrorismo, la guerra biológica, la asfixia por hambre, el desmontaje simbólico (en marcha forzada ahora mismo), pero su descomunal aparato de agresiones no ha logrado su propósito, porque el camino de la soberanía tiene cancelado el regreso. Existe una cultura profunda que nos permite ver más allá de lo inmediato; es oficio de revolucionario, y de humanista, hacerlo. Cuando los apremios inmediatos cesen estaremos nuevamente frente a lo esencial.
Todavía la Revolución cubana es una revolución triunfante. Y en apenas unos días estaremos celebrando un aniversario más de su triunfo. Las sanciones, chantajes y extorsiones nos halan cada día con más fuerza hacia la precariedad. Es cierto que no hemos acertado en algunos giros económicos, pero cuando veo que cada día se intenta corregir los tiros me reafirmo en la idea de que no estamos derrotados. Los enemigos ignoran que la resistencia en la que insistimos tiene como sustento a la cultura, a la historia, a la memoria de lo que fuimos antes de ser el país revolucionario que somos.
Nos faltan tantas cosas en nuestra cotidianeidad amarga, pero la espiritualidad de un pueblo, eje principal de su fuerza, no se logra solo con bienes materiales. Algo muy hondo y telúrico nos mueve aún y la palabra “venceremos” sigue alumbrándonos la ruta.