La Unión de Periodistas de Cuba rindió tributo póstumo en su sede a uno de sus miembros más eminentes: Pedro Martínez Pírez (Santa Clara, 22 de febrero de 1937-La Habana, 28 de noviembre de 2024). Era todavía un joven universitario cuando las urgencias de la Revolución Cubana lo llevaron a la diplomacia, que ejerció en Ecuador con profesionalidad y pasión. Pero la tarea en la cual dejó señeramente inscrito su nombre y su impronta fue el periodismo, al que se entregó con una indetenible voluntad de conocimiento, enriquecida por su temprana experiencia diplomática.
En el acto de la UPEC estuvieron presentes familiares, colegas y amigos suyos, y varios hicieron aportes a la valoración sobre su trayectoria y su personalidad. Un recurso de particular eficacia para recordarlo fue un audiovisual también punteado por juicios acerca del desempeño de Martínez Pírez y, sobre todo, por intervenciones suyas.
Comenzó con su criterio de que los periodistas deben armarse de una amplia cultura y cimentar su tarea en una rigurosa indagación sobre los temas que vayan a tratar. Él sabía, y lo refrendó a lo largo de su oficio, que esos requisitos son fundamentales para estar en condiciones de informar con perspectiva analítica, crítica. También sostenía que para ello es necesario vencer, con sentido de responsabilidad, y valentía, la actitud de quienes se crean llamados a imponer censuras frustrantes a la prensa.
Desde esa claridad calzaba debates que durante años han ocupado al gremio en su batalla por la calidad de la comunicación requerida para bien de la patria y la obra revolucionaria. Alguien como él, de tan extensa y profunda labor periodística, era consciente de lo que decía, y sus palabras no deben pasarse por alto, aunque a veces en parte parece haber sido esa la suerte reservada a dichos debates.
Martínez Pírez se fraguó a sí mismo como un periodista resuelto a defender la Revolución, comenzando por combatir todo lo que pudiera dañarla. Iluminado por esas miras ganó el concurso de figuras relevantes con quienes su trabajo lo ponía en contacto, y no se sentaba a esperar que le cayeran del cielo esos contactos: los buscaba con inteligencia y audacia.
Para citar un ejemplo relevante y temprano de su trayectoria, vale suponer que las relaciones de Cuba con el pueblo y la cultura de Ecuador no serían exactamente las que fueron y son si no hubiera mediado en ellas el tino de Martínez Pírez. Abonó los vínculos con intelectuales como Jorge Enrique Adoum y Pedro Jorge Vera, y señaladamente con un artista de la singularidad de Oswaldo Guayasamín.
Gracias de inicio a gestiones impulsadas por el diplomático y periodista, entre Guayasamín y Fidel Castro se fomentó un vínculo significativo para nuestros pueblos. El ecuatoriano parece haber sido no solo el único pintor para quien posó el Comandante, sino que este lo hizo en tres ocasiones, de las cuales nacieron sendos conocidos retratos. Así como dio lugar a una singular recreación de la imagen visual del Comandante con el sello de Guayasamín, esa relación potenció la relevancia de este en su dimensión artística y, desde ella, en su significado más abarcador para nuestra América.
No es fortuito que en la IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada en La Habana los días 15 y 16 de noviembre de 1999, la muerte de Guayasamín el anterior 10 de marzo sirviera de estímulo para que se le proclamase Pintor de Iberoamérica. Ese título simbólico valía por sí solo contra nociones hispanocéntricas —herederas de la colonización— que a menudo han asomado, o más, en el concepto de lo iberoamericano.
El homenaje tributado a Guayasamín en la citada Cumbre reconocía lo que era una verdad no solo por la presencia de obras del artista en España, donde también tuvo casa, sino por la altura de su producción: Guayasamín pertenece a una estirpe en la cual, desde Velázquez y Goya para acá hasta nuestros días, pasando por Diego Rivera, Pablo Picasso y Wifredo Lam —para solo citar otros tres de los altos hitos que la jalonan—, integran una estirpe que ha brillado a ambos lados del Atlántico, y por razones factuales tienen una gran proporción en nuestra América.
La grandeza de esa constelación explica el acierto de haber otorgado a Guayasamín, en fecha próxima a su muerte, el título de Pintor de Iberoamérica. La ausencia del artículo el que a menudo se le añade a la proclamación original y lo rebautiza como el Pintor de Iberoamérica no es un hecho formal, sino precisión de esencia ante la riqueza plurisecular y territorial de la estirpe artística mencionada, al margen de contingencias extra artísticas.
Más allá de esa puntualización, en la base de los nexos entre el Comandante y el artista estuvo la gestión diplomática de Martínez Pírez desde que supo que el segundo quería retratar al revolucionario que se ganó el título de El Líder y en la historia de nuestra América punteó, con actos e ideas, la familia política que venía de Bolívar y Martí. Esa sensibilidad cultural —que incluía y desbordaba lo artístico— caracterizó el oficio de Martínez Pírez, ejercido en la prensa escrita y en otros medios.
Así como en 2005 mereció el Premio Nacional de Periodismo por la obra de la vida, en 1989 recibió el Premio Nacional de Periodismo en Televisión y en 2006 el Premio Nacional de Radio. Para este último en particular tenía de su lado una larga y fructífera labor en Radio Habana Cuba, emisora con que se le asociaba dentro y fuera del país.
Del acto con que la UPEC le rindió tributo a Martínez Pírez con la entusiasta intervención de colegas que lo conocieron de cerca, el autor de este artículo salió con complejo de ingrato. No participó como quizás debió haber hecho para mencionar una deuda suya con el gran periodista, aunque el motivo de su silencio fue el pudor por el que decidió no ocupar nada del tiempo que debían usar quienes tuvieron vínculos más sostenidos con el colega a quien se honraba. Pero la gratitud es un sentimiento digno, y el articulista apunta que el espacio semanal “Martí es humanidad”, que durante doce años mantuvo en Radio Habana Cuba, nació de una indeclinable invitación que le hizo Martínez Pírez.
Si interrumpió esa labor a finales de 2004 para cumplir misión diplomática como consejero cultural de Cuba en España, en 2010, de regreso a La Habana, el maestro de periodistas volvió a pedirle que retomara aquel espacio, o asumiera otro. Quizás habría podido hacerlo con todo el esfuerzo necesario para cumplimentar la honrosa invitación en medio de otras tareas.
El desempeño periodístico de Martínez Pírez, paradigma a quien será necesario y justo seguir recordando, marchó y perdurará en diálogo con la historia de la Revolución Cubana. Esa verdad se hace valer por sí misma, ya sea por el quehacer informativo sobre la presencia de Cuba en citas internacionales de gran relevancia —en territorio cubano y fuera de él—, o por entrevistas a Fidel Castro y otros dirigentes del país o representantes de su cultura política, artística y literaria, o por la cobertura de sucesos como la visita del papa Juan Pablo II al país.
Mucho más habría que decir acerca de una trayectoria que fue, de hecho, magisterio, y que demanda prestar atención a sus juicios sobre el funcionamiento de la prensa en Cuba. De conversaciones con él sobre el tema guarda recuerdos el autor de esta nota, pero vale citar especialmente las palabras ya aludidas del audiovisual que se proyectó en el homenaje que se le rindió en la UPEC.
Esas palabras son parte de lo que él pensaba, y de reclamos sostenidos por el sector periodístico durante años. Remiten a una realización necesaria y aún no alcanzada pese a significativos avances, entre los cuales los hay relevantes por su significado y por la apreciable demora en conseguirlos. Tal es el caso de la Ley de Comunicación Social y la pensada para asegurar la transparencia informativa que el buen funcionamiento de la nación necesita.
Si ya el ideal de prensa defendido por Martínez Pírez se hubiera consumado a la altura que la realidad demanda —que el país necesita con urgencia—, hoy estaríamos en mejores condiciones para encarar y vencer los grandes desafíos que tenemos por delante. Pero, en todo caso, lo que aún no se haya logrado constituyen metas a cuya realización sería suicida renunciar, como lo sería seguir posponiéndola.
Un toque de arte y emotividad antillana se reservó para el final del homenaje en la UPEC. Acompañado de su guitarra, y sin más presentación que el anuncio de “un amigo puertorriqueño” que quería honrar a Martínez Pírez, intervino el trovador José (Pepe) Sánchez, quien acumula cerca de siete décadas en la música. Así como el relevante periodista fue un gran amigo del pueblo puertorriqueño y su causa independentista, el trovador boricua es amigo de Cuba —donde reside hace algunos años— y, por añadidura, es tocayo del cubano en quien se reconoce el fundador del bolero. El Pepe Sánchez puertorriqueño contó en la UPEC una anécdota con la que retrató a Martínez Pírez en su carácter, en su firmeza, y luego interpretó con emoción y elegancia la balada Cuando un amigo se va, del cantante y compositor argentino Alberto Cortez.
Gracias a Pedro Martínez Pírez por su obra.
Imagen de portada: Pedro Martínez Pírez junto a uno de los retratos de Fidel creados por Guayasamín. Foto: Flor de Paz.