Por mucho que se supiera de esa posibilidad, un pueblo todo, una Isla completa, se declaró en luto: había fallecido Fidel. Era 25 de noviembre de 2016. Llanto en los ojos. Dolor en el centro del pecho. Mirada hacia un infinito como esperando una rectificación de la noticia, que nos devolviera vivo al Comandante. Así transcurrió ese día y muchos otros, pero ha sido imposible olvidar el por qué todo un pueblo, desde que el armón salió de La Habana hasta que sus cenizas fueron depositadas dentro de una gran piedra, extraída de la Sierra Maestra y colocada en el cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba, rindió tributo, al grande, al gigante, al eterno Comandante en Jefe.
En la capital cubana, bajo el resguardo de José Martí, se produjo de manera espontánea una gigantesca fila de pueblo, y entre el pueblo, miles y miles de niños —quizás muchos de los que Fidel le dio la mano, o un beso, o le puso la mano en la cabeza, mientras preguntaba, cómo están los estudios, qué quieres estudiar en el futuro, ¿se portan bien en el aula?, ¿los maestros son buenos?, en fin, todo un arsenal salido de ideas, para oír las respuestas de esos que solo saben querer, que nunca saben mentir.
Mis ojos, también llorosos y mi pecho adolorido, acompañó aquella muchedumbre que quería despedirse de Fidel. La frase de “yo soy Fidel”, nacida, quizás de lo más íntimo del sentimiento humano, la gritaban todos, y en primer lugar los niños y jóvenes, esos que siempre han visto y siguen viendo al invicto Comandante como un ídolo y una seguridad de futuro, de ese futuro que solo conquistaremos sintiendo y actuando como nos enseñó Fidel.
En la fila de subida por la Plaza de los millones de cubanos y que se convertía en escuela cada vez que el Comandante hablaba, me pregunté, a propósito de la determinación de todo un pueblo de “yo soy Fidel” si tenía los atributos necesarios para la similitud. Y me respondí: “es posible, solo si convertimos la consigna en un compromiso, el de todos los días, de hacer realidad el legado de quien ya no estaría físicamente con nosotros, pero su vida y su obra, lo han convertido en presente, aunque cada año sume uno más, desde su desaparición física aquel 25 de noviembre de 2016.
Ese día, como hoy y todos los días, me siento seguro de que todos “podemos ser Fidel”.