Uno de los géneros periodísticos más excitantes para los reporteros y los públicos es la entrevista. Si la información o noticia es la génesis del periodismo, la entrevista es su método más directo y, llevada a diálogo público, la pasión por la pregunta y la respuesta.
Ella es vocación que cobra vida en el sempiterno interés de los seres humanos por despejar incógnitas, descubrir secretos, lograr confesiones. Es el tácito acuerdo entre dos personas en relación asimétrica: una va a la caza de alguna develación y se entrena como los buenos deportistas para alcanzar la meta, en tanto la otra asume el riesgo de la pregunta intencionada, sagaz, comprometida, de la develación consciente que va en la respuesta. Es una relación de doble vía donde ninguno de los dos sujetos, puestos en el ruedo de la conversación inteligente, soslayará su rol protagónico, antes bien, lo disfrutará.
Roger Ricardo Luis, profesor y periodista cubano, considera que “la entrevista se parece a un safari, es una especie de aventura donde el periodista va bien preparado con su fusil y su lanza, pero no conoce lo que va encontrar, tiene un objetivo canalizado, mas no está advertido de todos los obstáculos que enfrentará en su búsqueda”.
Y agrega que en ella intervienen básicamente dos personas: el entrevistador y el entrevistado: “El primero, además de tomar la iniciativa de la conversación, plantea mediante preguntas específicas cada tema de su interés y decide en qué momento el tema ha cumplido sus objetivos. El entrevistado facilita información sobre sí mismo, su experiencia o el tema en cuestión”.
La charla periodística no es un diálogo fortuito, siempre parte de un interés inicial. En ella va entramado el incentivo por el personaje seleccionado en el vasto diapasón de tipos humanos, el beneficio que despierta en su condición de referente al que se le destina, la intencionalidad pautada en la declaración que se logra. Es la más pública de las conversaciones privadas y habrá que entregarla a los receptores desde una postura ética con esmero. No es precisamente una suerte de encuentro amoroso. A no dudarlo, es un diálogo interesado por ambas partes.
Eduardo Restrepo, de la Universidad Javeriana, en Colombia, manifiesta al respecto que supone que se han diseñado de antemano los términos, contenidos y formas de registro del diálogo y la cataloga como diálogo formal, no improvisado. Y aunque esa debiera ser la traza del género, la vida es muy amplia como para encasillar los encuentros solo como previstos, pues bien sabemos los periodistas que algunas de ellas nacen inesperadamente, casi como un susto al descubrir información cual diamante. Entonces, la cultura, el saber, la experiencia de vida, nos salva para hacerla al menos digna, sin dejar escapar la oportunidad.
Al estudiarla, los expertos suelen hacer más acercamientos teóricos sobre el valor relevante de la respuesta que se obtiene del entrevistado, a lo que desnuda ante el público, y es lógico que así sea, pues constituye el propósito del género. Sin embargo, desde la perspectiva de la investigación del periodismo, es interesante ahondar en el rol del reportero, quien brilla en la pregunta relevante, bien estructurada, con una intencionalidad precisa aun cuando se haga desde referentes sencillos: la pregunta interesante, audaz, inquietante, que hace que el entrevistado deje de representar un personaje para asumirse a sí mismo en la verdad que devela.
Porque la pregunta debe poner al entrevistado en posición de decir la verdad que se busca y no la verdad que él desea. Ella debe despojarlo del personaje montado, para asumirse como el ser humano que es y lo que representa. Hay que intencionar cada interrogante y volverla pregunta-espada. Ello hace, entonces, que el periodista destaque en la propia dramaturgia que otorga a su diálogo, no exento de sorpresas ni de las variantes tonales altas y bajas de la conversación, las cuales favorecen el interés por el personaje y el asunto que trata.
Octavio Pérez Valladares, prestigioso colega cubano, sostiene la existencia de dos tipos de preguntas: las que haría cualquier ciudadano a una personalidad, porque desea saber en ese sentido y las que formula como profesional de la comunicación, que encauza criterios y ayuda con esto a formar una opinión. Y Raúl Pizarro Rivera, profesor de la Universidad Andrés Bello, de Chile, habla de que toda entrevista tiene un fin en sí mismo, pero la periodística trasciende a las demás por el solo hecho de que su contenido será de dominio público: “El mayor valor de la entrevista periodística reside en su fuerza testimonial, que revisten de peso y autoridad el trabajo del periodista y además, su credibilidad”.
Este género, como ningún otro, puede pasearse en los tres estilos del periodismo –el informativo, el interpretativo y el opinático- y desde ellos profundizar con los entrevistados en lo que se requiere.
En el caso de la entrevista interpretativa retrospectiva, tan abarcadora e integral, sitúa al protagonista en una perspectiva tridimensional: como contador de la historia factual, como ente opinático de los acontecimientos y el contexto, y finalmente como evaluador que interpreta aquella realidad dada. Es una pena que no tenga mayor presencia en nuestros medios, pues ayudan mucho a la comprensión de determinados escenarios.
En cuanto a sus distintas modalidades, bien vendría una revisitación de cómo hoy se publican en los medios cubanos. Abrumadoramente hechas sin intención, con preguntas que ya sirven de forma cómoda las respuestas, atentas al dato, pero no a sus cómo y por qué se dieron, y menos inclinadas al portador de los mismos, hoy en su mayoría asistimos a registros fríos, poco conmovedores. ¿Cuándo aparecen en nuestras publicaciones entrevistas colectivas, anónimas, de perfil, monólogos, imaginarias, de ficción…, en un extenso etcétera. Y lo peor, las suelen encauzar los entrevistados y no los periodistas, casi siempre pronunciado la frase maldita de “Hábleme un poco de…”.
Bellamente escribió Jorge Halperín, teórico y periodista argentino: “Preguntar es detener por un instante el mundo y someterlo a un examen. Desde la inmolación de Sócrates, el gran preguntador, el tábano de los griegos, hasta nuestros días, las preguntas son socialmente más incómodas que las respuestas. Pertenecen al campo de lo incierto y, en consecuencia, es comprensible que puedan desatar cortocircuitos”.
De forma más escueta, el profesor y periodista cubano Víctor Joaquín Ortega, habla de que el género es el gimnasio de un periodista y que las buenas preguntas salen casi solas cuando se ha estudiado quién es el entrevistado; criterio que respalda el brasileño Benedito Juarez Bahia: “Una entrevista, por más formal y dirigida que sea, no se agota en las preguntas y respuestas. Ella debe reflejar una interacción entre dos o más personas que se ejercen recíprocas influencias”.
En ese juego de intencionalidades explícitas e implícitas, la entrevista periodística devuelve al ser humano en su vibración interna, en sus aciertos y desesperanzas, en sus miradas múltiples y en ocasiones contradictorias, para con todo ello reconformar al hombre en su dimensión más plena.