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El olivo y el fin del eclipse en la cara de Handala

El preámbulo a la presentación de La raíz del olivo, en el Centro Fidel Castro, daría para otro documental: uno que recogiera la bienvenida de René González Barrios, el director, a Graciela Ramírez y Wafica Ibrahim, “dos antimperialistas ejemplares”; uno que enfocara los rostros de Leslie y Yodeni, la joven pareja de periodistas cubanos recién llegados del sangrante Líbano, con toda la gloria del mundo, a su grano de Isla; uno que filtrara música de erizamiento debajo de los discursos e hiciera un sereno paneo a la emoción de un público que no cabía, simplemente no cabía, en el teatro de la casona.

Como era de esperar, la presidencia fue grande, pero basta con mencionar a quienes la encabezaron: Palestina, Líbano y Cuba; el resto, sus seguidores.

En este documental “paralelo”, Graciela, jefa de la corresponsalía del multimedio Resumen Latinoamericano en Cuba, compartiría el alivio de que su amiga/de los cubanos Wafica, directora del canal panárabe Al Mayadeen, en español, estuviera, ¡al fin!, en La Habana: “Salieron del Líbano peleando. No dejaron de trasmitir ni un día”, dijo la argentina de su hermana libanesa, consciente de que ese es el mejor elogio que se puede hacer de un periodista: ¡resistir!

 

Graciela hablaría —en ese audiovisual aparentemente imaginario— del equipo que realizó La raíz del olivo, el documental real que había reunido a tantos interesados: producido por Resumen Latinoamericano, Al Mayadeen y L.A. Chaski, la obra está dirigida por el joven boliviano Sergio Eguino Viera, quien se acompañó para hacerlo, como corresponde en un tema como el que trata, de varios talentos multinacionales, incluidos cubanos.

Le conocemos. Nos conoce. En Cuba, Wafica Ibrahim pudiera hablarnos en árabe, sin traductor, y conmovería igual, pero lo hizo en perfecto español para decir, para conmover con, “palabras del corazón, sin retoques”. ¡Y vaya si lo hizo!: “Cuando los caminos se han cerrado basta solo comentar a cualquier cubano: ‘tengo tal situación…’ y no sé cómo, pero ese cubano da su mano franca. En cualquier lugar nos sentimos también mensajeros de esta Revolución”.

Wafica, que llegó de su Líbano, compartiría entonces las verdades más hondas: “Vengo de una guerra devastadora donde se está definiendo el destino del mundo. Los palestinos y los libaneses nos hemos hecho uno. Nuestros combatientes nos piden: ‘Confíen en nosotros y no pierdan la moral’. Y la Revolución Cubana enseña que siempre se puede más”.

Parecía que era suficiente pero entonces Wafica hizo en vivo, sin pinceles, un retrato de los periodistas cubanos Leslie Alonso y Yodeni Masó que seguramente ellos guardarán de por vida: “Son lo mejor que ha enviado Cuba al Líbano en esta crisis. El hombre nuevo estaba presente en ellos”. Wafica tenía razón, siempre la tiene: tres veces se les ofreció regresar a Cuba y ellos siempre respondían con una pregunta: “¿Cómo…? Si la gente está muriendo, nosotros decimos la verdad”. Solo una orden directa los hizo regresar. Después de eso, simplemente había que apreciar La raíz del olivo.

¿Cuándo veremos la cara, feliz, de Handala?

El documental del joven artista Sergio Eguino Viera abre con una dedicatoria singular: A Handala. Y resulta que Handala no es un niño ni una niña; no una heroína ni un mártir, entre tantos. ¡Es un personaje!

Creado en 1969 por el artista palestino Naji al Ali —asesinado en Londres en 1987—, los niños de ese pueblo aún lo idolatran, así que Handala aparece en nuevas viñetas, como un muchacho más, de espaldas al espectador, sumergido en la mirada a lo feo, lo triste, lo injusto de una ocupación cuyo clima de angustia llama a la victoria. Eguino no pudo hacer dedicatoria mejor.

La raíz del olivo está construido sobre cinco testimonios de palestinos que viven en Cuba: cuatro jóvenes en su formación como médicos y especialistas y un patriota más curtido que desde hace décadas comparte con los cubanos y apoya, desde el periodismo y el activismo político, la causa de los suyos.

Las semblanzas estremecen. Desde la primera de ellas, que abre en flor el pecho de un joven que se forma aquí como pediatra, se acerca a la audiencia a un repaso de motivos que componen el alma de la nación palestina: la muerte de un amigo, la lista de héroes y mártires —aunque, “lo que desaparece es la tiranía”, sostiene el protagonista—, la condición de refugiado en varias generaciones, los planes para cuando acaba la carrera, la certeza de que su amor a la paz es más grande que el odio del enemigo y la guía de un poeta que escribió que “la patria puede ser la distancia entre dos hombros”. ¿Quién podría derrotar a pueblo semejante?

Otro hermoso paisaje interior es el que asoma en Omaima, la joven embarazada, estudiante de Medicina, que anticipa los diálogos con su bebé —le llamará Shams (Sol), por cierto— y le anuncia cuán compleja puede ser la vida de la madre palestina: prisionera, herida, mártir, separada de su familia…

Omaima, que sabe bordar, ve a la familia unida como sus lienzos y cruza con ella alientos: “Lo principal es el título”, le dicen sus seres queridos mientras ella coloca nuevos hilos a los planes con su bebé: le enseñará a crecer unidos, como raíz del olivo; le contará del orgullo por los héroes palestinos, le hablará de los lugares y símbolos sagrados, de la riqueza y maravilla de su tierra… le enseñará a recordar, como le enseñaron a ella. La futura madre sabe cómo izar un Sol patriota.

Con solo 25 años, Muvid, el tercer protagonista, ha visto pasar tres guerras. Se hace cardiólogo en Cuba y comparte en el documental una carta con su abuelo. Duras imágenes —¡dura es la realidad!— grafican el diálogo, áspero por momentos, tierno siempre, del joven que busca, en el nuestro, su mar de Gaza. Es el relato del sanador que sabe que volverá, a curar a los suyos. A reconstruir.

Baylasan parece una mariposa. Una mariposa fuerte, en todo caso, porque hay que serlo para volar desde Palestina a Cuba cargada de recuerdos tan densos: su hermano en prisión, su familia preocupada, el ir a verle a la cárcel. Sus padres la verán llegar con su título en la mano. No le piden más. Ni menos. “Te estamos esperando”, le dicen detrás del móvil y cualquier intruso que escucha el diálogo desde el documental puede llegar a sentir que Palestina le espera también.

A veces, busca a una amiga de su tierra para hablar de amor porque “hay cosas que solo se expresan en árabe”. Y a veces vuela por La Habana Vieja, buscando calles antiguas que le recuerdan las suya. A Baylasan le gustan las flores, pero dice que en las de su patria descubre heridas profundas. Aun así, se empeña en “ser fuerte como mi pueblo, donde, a pesar de todo, siguen creciendo las flores”. Ya les dije, es fuerte esta mariposa.

Cualquier comunicador en La Habana se lo habrá cruzado un par de veces: Bassel Salem reside aquí, pero es palestino… ¡y periodista, para más causa! Quizás muy pocos imaginen la historia de este colega. Hijo de mártir, militante desde los 14 años, llegó a Cuba con 18 años, hace ya 36. Primero se hizo ingeniero mecánico, en Santa Clara; lo de reportero vino después.

Bassel es todo orgullo cuando habla de su padre, el maestro y patriota asesinado en Gaza en diciembre del año pasado. “¡Esta es mi casa… no me iré!”, cuenta que le dijo antes. Su padre no fue el único: es larga la relación de sus familiares martirizados por el sionismo.

Tanto tiempo, tantos muertos queridos después, el periodista mantiene la esperanza del retorno. Por aquí le viene la confianza: “El Che Guevara —recuerda para el documental— estuvo en Gaza en junio del ’59 y entonces nació la profecía de que Gaza tendría mil Guevara”. Bassel Salem no acepta duda alguna. El Che vive por allá.

Con tales ejemplos, tendrá que llegar el día en que la raíz del olivo venza a la roca y Handala, el personaje que mira de espalda el terror del sionismo, voltee su cara para mostrar al mundo la sonrisa que reserva solo para la victoria.

Imagen de portada: Handala en silencio, mirando el sufrimiento. Imagen thejerusalemfund.org

 

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Enrique Milanés León
Forma partede la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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