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Manuel Navarro Luna: Aportes para un surco encendido

He aquí mis primeras palabras: ¡Es Manuel Navarro Luna! ¡No os asombréis de nada!, pues hablo de un hombre cuya principal virtud fue la pasión, sumándose con ello a una sentencia martiana que siempre llevo conmigo: “…los apasionados son los primogénitos de la Humanidad…”. Recordarlo hoy, o escribir sobre él algunos apuntes necesarios, hacen que mi letra venga acompañada por dictados que me nacen del alma, única forma de volver sobre un poeta que hasta en la mirada dejaba ver la poesía.

Dentro de unos días, exactamente el 29 de agosto, cumpliría 130 años de edad. Pero traerlo de vuelta en la fecha de su natalicio, igual nos permite evocar los 96 de Surco, los 92 de Pulso y onda o los 58 de su fallecimiento, ocurrido el 15 de junio de 1966. Cualquier motivo resulta válido para detenernos en alguien que, desde lo íntimo, encarnaba la energía de romper las reglas del juego, esa energía rebelde que, también martiana, nos dice que “…toda rebelión de formas implica una rebelión de esencias…”.

Para mí, Manuel Navarro Luna es un poeta-símbolo, distinguido por la pluralidad de su expresión, o por esa categoría superior que le otorgara Roberto Fernández Retamar cuando lo definió como un “poeta inclasificable”, empeñado en conquistar los tiempos pasado y futuro. Si hoy era intimista, mañana era exterior. Si hoy era enérgico, mañana era culto. Y si el domingo era popular, la semana que viene, despojándose de cualquier artificio intelectual, podía sumarse a la Limpia del Escambray con un fusil al hombro y el pecho repleto de collares, rosarios y crucifijos. De ahí la importancia de mantenerlo vivo entre nosotros, no obstante los bombardeos colonialistas que a diario oscurecen el planeta tierra y golpean, con mucha fuerza, los puntos cardinales de nuestra Isla.

Ahora guardo silencio y le doy la palabra a Nicolás Guillén:

…Hay el Navarro modernista de los primeros días, y el “vanguardista” de los tiempos de Avance, y el de las vastas inquietudes sociales de nuestra época. Todos ellos hacen un solo Navarro verdadero: el poeta universal, telúrico, construido de sangre propia y ajena…

(6 de febrero de 1949)

Surco (1928) es considerado el primer libro vanguardista de nuestra literatura, un poemario donde los versos encerrados entre signos de admiración reclaman a gritos los ojos de un buen lector: “… ¡Cómo lloran las piedras encadenadas al silencio!…”

Y por otro lado, en Pulso y onda (1932), se anuncia la presencia, la feliz presencia de un poeta nuevo, transformador de la poesía cubana como lo hicieran tiempo antes Regino E. Boti, Agustín Acosta y José Manuel Poveda, con sus libros Arabescos mentales (1913), Ala (1915) y Versos precursores (1917).

En Pulso y onda hay versos que no se olvidan nunca: “…El reloj es una rama verde por cuyas venas corre la mejor sangre de la tierra…”

Pero mi intención no es realizar aquí un análisis teórico de su poesía. No hace falta. Porque la poesía de Navarro (así lo llamaban sus amigos) fue analizada y valorada, en su justa medida, por algunos de los imprescindibles: Bonifacio Byrne, Agustín Acosta, Eugenio Florit, Enrique José Varona, Emilio Ballagas, Juan Marinello, Raúl Roa, Nicolás Guillén, José Antonio Portuondo, Roberto Fernández Retamar, Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí), Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Rafael Alberti, Rómulo Gallegos, Jorge Amado y Pablo Neruda, entre otros nombres de indudable valía literaria.

Quien de verdad se interese por la vida y obra de Manuel Navarro Luna, tendrá que hacer un viaje a lo infinito, es decir, acercarse a él desde una perspectiva donde se fundan hombre, poeta, periodista, promotor cultural y compromiso político… Aunque su nacimiento se produce en Jovellanos, Matanzas (1894), su niñez, adolescencia y juventud transcurren en la oriental ciudad de Manzanillo (provincia Granma). Huérfano de padre desde muy temprana edad, tuvo que enfrentar los rigores de una precaria situación económica familiar. Y tras abandonar los estudios de música, ejerció, para sobrevivir, los más variados oficios: limpiabotas, sereno, buzo, barbero, mozo de limpieza y procurador público.

Vuelvo a guardar silencio y escucho al poeta:

Padre, ¿por qué sendero, errabundo y doliente

caminas azotado por el invierno crudo…?

…….

Era muy niño cuando una tarde saliste

dejándonos muy negros y profundos pesares…

(Fragmento del poema “Padre”)

Algo importante: entre 1915 y 1929, crece su apego a la causa de los más humildes. Pero ese apego, en 1930, alcanza un mayor nivel de conciencia, pasando a militar en las filas del Partido Comunista de Cuba. Tiempo antes, convertido ya en un autodidacto de altos quilates, escribe y publica sus primeros tres libros de poesía: Ritmos dolientes (1919), Corazón adentro (1922) y Refugio (1927). No es nada extraño entonces que se una al Grupo Literario de Manzanillo y que de forma sistemática, como periodista, aparezcan textos suyos en disímiles revistas: Orto, Penachos, La Montaña, La Defensa, Renacimiento, Avance y Bohemia.

Manuel Navarro Luna, con su vida y obra, le dio rango de país a la húmeda ciudad de Manzanillo, donde todavía repican los pasos de un hombre que, en medio de la lucha necesaria, fue perseguido, encarcelado y clandestino. Dueño y señor de versos enfáticos y vehementes, Navarro fue uno de los magnos poetas que le cantaron, sin medias tintas, al triunfo de la Revolución cubana… Intento recordarlo llegando a mi casa al mediodía. Intento recordarlo conversando con mi padre (su fiel discípulo). Intento recordarlo sentado en la “sillita” de la cocina, mientras mi madre le preparaba “el mejor café del mundo”. Intento recordarlo en el lobby del hotel Colina. Intento recordarlo ante los micrófonos del programa radial Balcón de América. Intento recordarlo… Pero nuevamente me invade la palabra de Nicolás Guillen:

…Aunque los años pasen y se amontonen en siglos, esta voz resonará impetuosa. Marcará uno de los momentos más profundos de la lírica cubana y también más altos. Que en esa correlación entre lo que es abismo y cúspide está la poesía de quien no solo fue un gran artista, sino un gran hombre…

(9 de julio de 1967)

Dije hace un momento que mi intención no es realizar aquí un análisis teórico de su poesía. Sin embargo, trataré de resumir en breves líneas algunos aspectos que no deben pasarse por alto: aportes de Manuel Navarro Luna a la historia de la poesía social cubana. Aportes a la historia de la poesía popular, de la elegía, de la décima, del soneto, de los cambios de forma a la hora de asumir la creación poética como una actitud ante la vida. Soy del criterio de que la poesía de Manuel Navarro Luna, aunque por momentos nos parezca hacia afuera, tiene siempre una profunda vocación intimista. Hablo de los temas y del tratamiento poético que el poeta le brindaba a esos mismos temas. Más allá de la perspectiva óptica-literal, Navarro le sumó a su poesía una impresionante perspectiva emocional que, a través de los símbolos, materializaba lo abstracto. Recuérdese la gran elegía en décimas “Doña Martina”. Ese poema, dedicado a su madre, paradigmático de principio a fin, que fuera escrito en 1951, contiene veinticuatro estrofas de perfecta estructura clásica. Simple y llanamente estamos frente a un maestro, frente a otro fuera de serie de nuestras letras:

A la certidumbre asido

de que ella no iba a morir

ahora no sé si vivir

es este andar sin sentido.

Soy como un mástil herido

sobre la cruz de una estrella.

Y en la luz, que amor destella,

hablo, pero no soy yo…

¡Morí cuando ella murió

y me enterraron con ella!

De ahí el valor que tiene traerlo de vuelta. Navarro, como un surco encendido, tiene que llegar a escuelas y universidades, a centros de investigación, a Casas de Cultura, a revistas especializadas, a editoriales, a concursos, a emisoras de radio, a canales de televisión, a eventos de literatura y a los Festivales que se realizan en todas las regiones de la Isla. Será esa una forma de hacerlo renacer, hasta convertirlo en un referente intelectual para las nuevas generaciones de cubanos. Solo así se le podrá conocer, amar y defender.

Para nadie es un secreto la práctica habitual de la llamada “cultura del olvido”, esa que rechaza la historia con posiciones de arrepentimiento o matices basados en la negación absoluta del ayer, que es una forma bien clara de ir negando, poco a poco, nuestra propia identidad. Sean, pues, los 130 años del poeta, puntos de luces que a diario nos repitan: “¡Venid! ¡Venid, clarines! ¡Venid! ¡Venid, campanas!  ¡Venid, lirios del fuego, a saludar las rosas de vuestras propias llamas!”. Dicho lo anterior, he aquí mis últimas palabras. ¡Es Manuel Navarro Luna! ¡No os asombréis de nada!

Tomado de La Jiribilla

Imagen de portada: “Manuel Navarro Luna es un poeta-símbolo, distinguido por la pluralidad de su expresión”. Foto: Tomada de La Jiribilla.

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