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Ni odios ni olvidos, y no es bolero

Quienes promueven y capitalizan la guerra cultural —y por ahora, aunque duela reconocerlo, parece que van ganando— juegan con los odios, y los enmascaran, o deciden cuál es el odio bueno y cuál el malo. Por si fuera poco, imponen qué es correcto decir y cuándo y ante qué se debe guardar silencio.

Para Cuba el asunto arrastra significados particulares. Emigrar, por ejemplo, es en general cambiar de muchas cosas, empezando por un país, pero no de un proyecto político, de un sistema económico y social. En cambio, la emigración cubana es no solo espacial: concierne asimismo a esas otras esferas, y —al margen de intenciones— no se libra de ribetes políticos. ¿Cómo establecer cuándo se torna exclusivamente económica? ¿Es acaso válido olvidar los vínculos entre economía y política?

Manipular esos elementos será instrumento rentable para quienes procuran deslegitimar el proyecto cubano y usar contra él la emigración de parte de su ciudadanía, mucho mejor para ellos cuanto más numerosa sea. Pero, de hecho, no solo en imagen, esa emigración lacera a Cuba: la priva de fuerza de trabajo calificada que ella ha formado con grandes esfuerzos en medio de las limitaciones materiales que le impone el bloqueo.

Para politizar explícitamente el tema, los enemigos de Cuba cuentan con los efectos de una realidad que distingue especialmente a la emigración cubana: quienes emigran de Cuba tienen mucho que agradecer en su formación —educacional, de salud, científica, artística, deportiva…— a su país, que dejan en medio de las privaciones que padece. Y estas obedecen, sobre todo, a la hostilidad de una potencia que maneja contra él, junto con el bloqueo, una política dirigida a que sus naturales lo abandonen, y lo culpen.

Durante décadas esa hostilidad ha privado a Cuba del desarrollo económico libre al que tiene derecho, y de un funcionamiento social caracterizado por lo que en el conjunto del mundo podría considerarse natural. Y en ello se ha inscrito la emigración, al influjo de una táctica enemiga dirigida a propiciar que salir de Cuba haya tenido el signo, y el “encanto”, de lo vedado o clandestino.

Por esa realidad, si alguien no podía salir de Cuba para participar, digamos, en encuentros internacionales porque el país sede no le daba la visa, prosperaba la versión de que Cuba le había negado el permiso de salida. Y así como ella dio pasos para librarse de tal manipulación, sus enemigos arreciaron trabas contra ella, incluyendo macabros espejismos como la llamada “Ley de ajuste cubano”, causa de tantas muertes.

En estos días, marcados por la euforia de los Juegos Olímpicos de París, el efecto de las tácticas imperialistas se puso de manifiesto con particular virulencia en la esfera deportiva. Es un tema que el autor de estos apuntes ha tratado desde hace años en otras páginas —¿es político el deporte?—, pero debe hacer ahora algún comentario.

Aun subrayando que desde sus orígenes el deporte se ha vinculado con el afán de tener mente sana en cuerpo sano, se ha de tener presente que fue un medio de preparación de las fuerzas que participarían en guerras y, en general, para probar la superioridad de unos clanes sobre otros o de unas polis sobre otras. Ya por ahí campeaba la política, actividad cuyo nombre tiene su origen precisamente en el concepto de polis.

Aunque hoy parezca aceptarse la sublimación del presunto carácter apolítico del deporte, vale decir de él algo similar a lo que se dice de las ciencias: que ellas —en particular las menos directamente vinculadas con la sociedad y su funcionamiento— pueden ser apolíticas, pero no lo es el científico. Tampoco lo son los atletas y sus entrenadores, quienes tendrán sus propias opciones e ideas políticas, y mucho menos quienes administran y dirigen los deportes. ¿Qué decir de quienes medran con el negocio en que se está convirtiendo cada vez más lo que fue el movimiento deportivo? Hasta Cuba regresa, con bombos y platillos, al boxeo rentado.

De los rejuegos políticos a gran escala habla la exclusión de Rusia de los Juegos Olímpicos de este año, en el camino de una segregación cada vez más férrea. Contrasta desfachatadamente con la admisión de Israel cuando más devastador es el genocidio del pueblo palestino a manos del estado sionista israelí.

Contra Cuba llegó al más alto grado hasta hoy el robo de talentos. Que esos talentos se presten para el robo como si tras él no hubiera manejos políticos criminales, no lo hace menos aberrante. Si atletas de otros países compiten por banderas que no son las suyas, eso es mera emigración, que no les conviene discutir a potencias cuyos medalleros crecen gracias a la contribución de emigrantes que ellas desprecian en otras esferas.

Pero a los deportistas de origen cubano que voluntariamente contienden por otras banderas, los medios hegemónicos no los llaman “emigrados”, sino “exiliados”, y hasta “refugiados”: el propio Comité Olímpico —en un paso no menos arbitrario que la inclusión de Cuba por los Estados Unidos en la lista de países que patrocinan el terrorismo— se prestó para que hubiera cubanos en el equipo bautizado con ese rótulo.

Tales rejuegos propiciaron que todo un podio lo coparan atletas formados en Cuba y que, habiendo desertado de ella, por propia opción habían dejado de ser deportistas cubanos para serlo de otras naciones. Entonces no faltó voz que, supuestamente sangrando por dolor de Cuba, dictaminara que este país debía sentirse avergonzado de tal realidad. Y esa voz halló eco entusiasta en espacios cubanos.

En el párrafo anterior se habla de desertar de Cuba, y se diferencia entre haberse formado en Cuba y ser atleta cubano. Lo ha hecho por una razón elemental: esa es la realidad, y a menudo algunos de los desertores han cosechado éxitos gracias a la preparación que les dio Cuba, y a declaraciones abominables que han hecho contra ella. Pero parecería que en Cuba no se deben practicar precisiones de tan “mal gusto”, sino enfatizar hermandades inexistentes, fabricarlas, mientras los medios hegemónicos y repetidores del patio se ensañan contra Cuba, o crean narrativas nebulosas.

Está bien respetar el derecho de cada quien a seguir la opción que prefiera, o que las circunstancias y ciertas maniobras ajenas le hagan preferir. Pero en Cuba debemos ejercer también el derecho a emplear los calificativos correspondientes, aunque nuestros enemigos se valgan de todo para atribuirnos los odios que ellos generan y promueven.

Todavía estaba en el aire la imagen de la bandera de Cuba y las notas de su Himno en la quinta premiación olímpica del mejor luchador clásico del mundo, y los biribirloques del ranking —pronóstico fabricado, no verdad divina— echaban a rodar que el número uno mundial ya era otro. Y habría que ver quiénes se sumaron con júbilo a ese brete.

Lo hasta aquí dicho ¿significa que nunca nos hemos equivocado? Pues no, y siempre será sano valorar de qué modo hemos alimentado actitudes que no representan la esencia del humanismo revolucionario que debe caracterizarnos. Que “los pueblos, en el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina”, lo sostuvo en su célebre discurso del 26 de noviembre de 1891 alguien que no comulgaba con el odio, y procuró que no tuviera cabida ni siquiera en la guerra que él organizó para liberar a su patria.

El mismo orador, José Martí, en discurso del día siguiente honró a los mártires del 27 de noviembre de 1871, y expresó: “¡triste patria sería la que tuviese el odio por sostén […]!”, pero tampoco abonaba con ello otras actitudes indignas: esa patria, añadió, sería “tan triste por lo menos como la que se arrastra en el olvido indecoroso de las ofensas”.

Ante deslindes impuestos por el deber de defenderse frente a un enemigo poderoso y sin escrúpulos, nos corresponde actuar y hablar con firmeza, sin vacilaciones: no hacerlo sería un delito de lesa patria y lesa dignidad. Pero, al menos vistas desde hoy las cosas —que suele ser más fácil que hacerlo en su momento—, no era lúcido incurrir en la idea de que el destino de quienes abandonaban a Cuba sería fregar platos.

Con esa idea se pasaban por alto dos hechos elementales: ningún trabajo es indecoroso, y el enemigo que manipula la emigración cubana tenía (tiene) recursos para privilegiar a los cubanos que abandonen a su patria. Así, y manteniendo bloqueada a Cuba, fabricarían la imagen de que el éxito estaba reservado para quienes renunciaban a ella.

En estos días, al explicar por qué crecen las expresiones de odio contra Cuba entre hijos e hijas que la han abandonado —aunque no es el caso de toda esa masa heterogénea, en la que abundan quienes conscientemente no moverían un dedo contra su pueblo, estén donde estén— alguien echó mano a las ciencias sociales. Así recordó los huevos que cubanos y cubanas les lanzaron en Cuba a compatriotas que se disponían a irse del país.

Eso fue parte de la infeliz decisión o inercia por la cual los que podrían haber sido limpios actos de reafirmación patriótica devinieron lamentables mítines de repudio, agitados en algunos casos —pronto se sabría— por elementos que buscaban enmascararse y, sobre todo, dañar la imagen de Cuba. Triste práctica también la de establecer que quienes permanecían en Cuba tendrían que romper sus vínculos con familiares que la abandonaban, aunque entre ellos estuvieran sus padres o sus hermanos.

Pero muchas cosas se han rectificado, y no son quizás ya excesos de ese cariz lo que más parece reclamar crítica, estudio. En un proceso en que a veces de la noche a la mañana se han cambiado las reglas para cumplir determinadas orientaciones, hoy parece necesario más bien estar atentos para no sucumbir a falacias que terminan en formas de concesiones a nuestros enemigos, aunque se haga involuntariamente.

Por esa senda, y con el comodín de que “los tiempos cambian”, se puede llegar a la indeterminación, y a guardar silencio en vez de mantener atento el espíritu crítico, y presta la voz para ejercerlo. Es cuestión de pensar con cabeza propia y con el mayor sentido de responsabilidad, sentido que acaso haga que el autor de los presentes apuntes vuelva sobre estos temas.

Imagen de portada: Tomada de Cubadebate.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “Ni odios ni olvidos, y no es bolero

  1. Pues, sí, querido y admirado, vuelve sobre estos temas cuanto sea necesario, con tu agudo y profundo juicio martiano, sin odios ni olvidos. Y qué bueno se digan las cosas que deben decirse. Bien dichas. Al pan, pan y al vino, vino.

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