Era un joven de apenas treinta años y faltaban más de veinte para que se le otorgara el Premio Nobel de Literatura, cuando el escritor nigeriano Wole Soyinka visitó por primera vez nuestro país. Había sido invitado por la Casa de las Américas para participar en el Primer Encuentro de Teatristas que tenía lugar como parte del IV Festival de Teatro Latinoamericano en La Habana, organizado por esta institución. Verlo regresar a Cuba sesenta años después, con motivo de la Conferencia Internacional Nuevas narrativas: memoria, resistencia y reivindicación, y con noventa años recién cumplidos, es un excepcional motivo de alegría que nos obliga a expresarle, ante todo, nuestra gratitud.
En 1964 Soyinka ya había ganado notoriedad como dramaturgo, y era posible atisbar la relevancia que adquiriría una carrera literaria que sumaría, con los años, unas sesenta obras representadas, editadas y traducidas en numerosos países y muy diversas lenguas, y en géneros tan disímiles como teatro, poesía, novela, cuento, ensayo y memorias. Esa entrega a su literatura no le impidió trabajar para la televisión y la radio de su país, y como profesor en universidades de allí, del Reino Unido y de los Estados Unidos, una decena de las cuales le han tributado reconocimientos y honores.
Paralelamente a esa trayectoria –que incluye el Premio Europe Theatre en 2017–, ha desarrollado un permanente activismo que se remonta a su participación en la campaña por la independencia de su país. Y no resultó raro que al recibir en 1986 el Premio Nobel de Literatura, Soyinka dedicara su discurso al luchador sudafricano Nelson Mandela, aún prisionero en las cárceles del apartheid. Nada humano parece ajeno para quien, además, ha enriquecido su obra con elementos de la tradición oral africana y los mitos yorubas, a los que dota de proyección universal.
Cuando Soyinka llegó a Cuba en aquella primera ocasión, al frente de la Casa de las Américas se encontraba la heroína de la Revolución Haydee Santamaría. No era casual que la Casa se interesara en promover a intelectuales africanos, precisamente en el mismo momento en que Cuba se abría a la América Latina, Asia y África. Fruto de esa apertura fue la celebración en La Habana, en 1966, de la Primera Conferencia Tricontinental, de la cual nació la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) cuya secretaria general sería, precisamente, la propia Haydee. Otorgarle a Soyinka la medalla que lleva el nombre de esa extraordinaria mujer –que han recibido antes muchas de las más descollantes figuras de la intelectualidad latinoamericana, caribeña y de otras regiones del mundo– es un acto de justicia que nos honra”.
En enero de 2001 Soyinka regresaría a la Casa de las Américas para pronunciar las palabras inaugurales del Premio Literario. La suya fue una espléndida intervención que tituló “Escritor, brujo y hereje”. En el ínterin entre esta y aquella primera visita de 1964, Soyinka volvió a Cuba y a esta Casa en 1987. Se celebraba entonces el vigesimosegundo Congreso del Instituto Internacional de Teatro, ocasión en la que el escritor conversó con los asistentes al Encuentro de Teatristas de la América Latina y el Caribe, visitó la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y presentó una selección de su Teatro publicada por la Editorial Arte y Literatura.
Cuando, en ese entonces, el presidente Fidel Castro le impuso la Orden Félix Varela de Primer Grado, Soyinka afirmó: “No acepto esta Orden en nombre propio, sino en el de África en general y en el de Nigeria en particular”.
La medalla que se le entrega hoy al amigo de tantos años, aun naciendo de un sitio de innegable vocación por los temas y preocupaciones de nuestra América, se honraría con palabras como esas. De hecho, el interés de la Casa por ese continente y su descendencia cubre la historia de la institución. Valgan, como botón de muestra, el hecho de que en fecha muy temprana la revista Casa de las Américas dedicara un número al tema África en América, y que desde hace una década la Casa auspicia un Programa de Estudios sobre Afroamérica, de intensa labor. Pocos honores más grandes para Haydee Santamaría, por tanto, que ver asociado su nombre al de ese otro mundo que fue también el suyo y, por supuesto, al de este escritor cuya obra literaria y vital es no solo una de las más sobresalientes sino, sobre todo, una de las más necesarias en nuestra turbulenta época (Tomado de Cuba en Resumen).
(Palabras de elogio de Jorge Fornet, director del Centro de Investigaciones Literarias y de la revista Casa de las Américas).