Son públicos los contactos o relaciones que tuve el privilegio de establecer con Fidel Castro en sus numerosas visitas al periódico Granma, en las Mesas Redondas, en coberturas de sus viajes a otros países y, particularmente, en los congresos y plenos de la Unión de Periodistas de Cuba.
Imposible no guardar recuerdos de sus profundas reflexiones, análisis y debates acerca de asuntos universales o nacionales, en diversos escenarios y, dentro de estos, la denuncia a la política de agresividad permanente de Estados Unidos en el mundo y particularmente contra Cuba y su pueblo.
Recordaba también el interés directo del Comandante en Jefe por el desempeño de nuestros atletas en las competencias internacionales, cuando anoche vi el emocionante recibimiento a la delegación olímpica cubana en el aeropuerto José Martí por las máximas autoridades del Partido y el Estado, encabezadas por Miguel Díaz-Canel, primer secretario del Comité Central del Partido y presidente la República.
En los días terribles del sabotaje al avión de Cubana en 1976 sobre Barbados, lo vi muy de cerca en la Dirección de Grama. Ante sus ojos tenía las pruebas de página de la edición del día siguiente que reseñaban las escenas de los funerales en la base del monumento a José Martí y los testimonios de familiares y compañeros de trabajo de las víctimas.
El semblante de Fidel era expresión del dolor de los cubanos y de quienes en el mundo manifestaban también ese sentimiento: “conmovidos, luctuosos e indignados”, como expresaría al millón de cubanas y cubanos en la despedida de duelo en la Plaza de la Revolución el 15 de octubre.
Pero nunca vi ni oí de él una sola expresión de venganza o de odio, a pesar del estímulo provocado por tanto horror y cobardía, unidos en el asesinato, en pleno vuelo, de pasajeros que “no eran millonarios en viaje de placer, no eran turistas que disponían de tiempo y de recursos para visitar otros países; eran humildes trabajadores o estudiantes y deportistas”, precisaría Fidel.
Como él denunció, pronto se sabría que EEUU al dar protección a los autores estaba detrás del hecho. Les garantizó protección, homenajes, tribuna, y sobre todo nuevas misiones terroristas. Años después, uno de ellos se referiría a las deportistas muertas como a “cuatro o cinco negritas”, y el otro aseguró que “dormía como un bebé”, tras una cadena de atentados en hoteles en La Habana, en uno de los cuales murió un turista italiano.
Desde el Moncada y la lucha en la Sierra Maestra, Fidel conocía las entrañas de los grandes asesinos, por los crímenes que cometieron, y también la de sus protectores por el apoyo a Batista, primero, y por la campaña mundial de mentiras que dirigió Estados Unidos para salvar a sus servidores de la acción de los tribunales de justicia en Cuba, tras el triunfo de enero de 1959.
Pero siempre, antes y después del triunfo, el respeto a la integridad física y moral de los prisioneros caracterizó el trato revolucionario a los rendidos o capturados en los combates.
En el aniversario 98 del nacimiento de Fidel Castro, también va el recuerdo de su concepción del deporte como derecho del pueblo, por el juego limpio y el respaldo a nuestros los atletas.