En 1949 el escritor estadounidense William Faulkner (1897-1962) fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura: se cumple el 75 aniversario de que lograra la distinción; Faulkner escribió novelas como El ruido y la furia (1929); Santuario (1931); ¡Absalón, Absalón! (1936); Las palmeras salvajes (1939); El villorrio (1940) o Los rateros (1962), entre otras; en su obra destacan asimismo los cuentos, poesía y guiones cinematográficos.
La novela En la ciudad data de 1957 y fue publicada en 1984 –en lengua castellana- por Plaza&Janés; la narración se sitúa en la ciudad de Jefferson (condado de Yoknapatawpha, Mississippi); respecto a los personajes, subraya la editorial, se hallan “atrapados en intrigas de una complejidad con frecuencia absurda, poseen la dimensión metafísica de los héroes del teatro antiguo”.
Y, entre los protagonistas de En la ciudad, se resalta a la familia Snopes: una “terrible plaga” que amenaza Jefferson; una de las características de la novela es que los 24 capítulos están narrados por las voces de diferentes actores: Charles Mallison; V. K. Ratliff o Gavin Stevens. ¿De qué manera retrató William Faulkner a las élites de Jefferson?
“De modo que Flem Snopes fue el primer vicepresidente de un banco del que vimos que la gente se daba cuenta. Oímos decir que había heredado la vicepresidencia cuando Manfred de Spain (alcalde) subió un escalón, y pronto supimos por qué: gracias al paquete de acciones de tío Billy Varner y el de Manfred de Spain, además de las acciones que el propio Flem, como supimos entonces, había ido comprando aquí y allá”.
Tal vez una descripción alternativa apunte a la vieja Het, a quien sólo los pobres de Jefferson le dan una moneda de diez centavos; una parte significativa de la población la consideraba una holgazana; alta, delgada y alegre, Het tenía por lo menos 60 años, y hacía mucho que pasaba las noches en el asilo de los pobres.
Una vez a la semana pedía en las casas, donde intentaba reunir comida, vestidos viejos o alguna moneda (“con la puntualidad de un recaudador de impuestos”).
En El escriba sentado (Ed. Diario Público, 2009), Manuel Vázquez Montalbán explicaba que a la mayor parte del mundo literario estadounidense no le agradó que Faulkner recibiera el Premio Nobel (“él decía de sí mismo que era un granjero, no un escritor, y sus compatriotas se lo tomaron al pie de la letra”); el escritor marxista recordaba obras de William Faulkner como La paga de los soldados (1926); Pylon (1935) o Santuario (1931).
Vázquez Montalbán señalaba la posibilidad de que a los críticos de Faulkner les disgustara su intención de quebrar el sueño americano, y de posicionarse a favor de los perdedores; así, cuando se hizo necesario, el autor norteamericano tomó partido por los negros frente a los blancos, a partir de una condición pesimista que le llevó a afirmar: “En todas partes todos los hombres hieren de la misma manera”.
En el discurso con motivo de la obtención del Premio Nobel, William Faulkner hizo la siguiente consideración: “Más que conferírseme a mí como hombre, (el galardón) se otorga en honor a mi trabajo; a la obra de una vida transcurrida entre la zozobra y la extenuación del espíritu humano, sin aspiraciones de gloria y mucho menos pensando en el enriquecimiento económico (…)” (traducción extraída del blog Cauce Literario).
En otro parágrafo del discurso, valoraba: “Actualmente nuestra tragedia es el haber experimentado por tanto tiempo un miedo físico, universal y generalizado que apenas nos es dable soportar. Ahora ya no existen problemas del espíritu y la única pregunta que se plantea es: ¿En qué momento voy a desaparecer? Es por esto que los jóvenes que ahora escriben se han olvidado de los problemas del alma humana en conflicto consigo misma, problemas que por sí solos puede generar la buena literatura (…)”.
Gabriel García Márquez fue uno los escritores que asumió la influencia de Faulkner, a quien consideraba uno de los mejores novelistas del siglo XX; por ejemplo en La Hojarasca (1955), el autor colombiano utiliza una técnica de narrar -el monólogo interior- que William Faulkner empleó en Mientras agonizo (1930); y en su obra acerca del modelo de dictador en América Latina –El otoño del patriarca (1975)-, García Márquez utilizó la técnica faulkneriana de la pluralidad de puntos de vista narrativos.
Otro rasgo compartido por los dos escritores -subraya el proyecto académico Centro Gabo– es el contexto de las novelas: pueblos olvidados tras una guerra civil (pueblos del sur en Estados Unidos, o territorios bananeros en el Caribe colombiano), a lo que se añade el protagonismo de familias en decadencia.
En la revista Libre (1972), el autor de Cien años de soledad explicó lo que Faulkner quiso decir al afirmar que un burdel es la casa perfecta para un escritor:
“Yo necesito silencio y muy buena temperatura para escribir desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, pero por la noche necesito un poco de alcohol y muy buenos amigos para conversar, y siempre tengo que estar en contacto con la gente de la calle y bien enterado de la actualidad” (entrevista en Centro Gabo).
En octubre de 2023, el semanal del periódico mexicano La Jornada se hizo eco de las conversaciones que William Faulkner mantuvo -en 1957- con alumnos de un taller literario; habló sobre su estilo (“yo no lo desarrollé”), que consideraba una herramienta del escritor, pero todo autor que dedicara mayor tiempo del debido al estilo, la estructura y la forma era porque –posiblemente- no tenía mucho que decir.
En la plática con los jóvenes estudiantes Faulkner resaltó el influjo de autores como Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas) y, sobre todo, del estadounidense Thomas Beer; cuando le preguntaron a Faulkner si se consideraba intuitivo, respondió: “Sí, la historia ordena su estilo y, en cierto modo produce su forma, pero estás escribiendo principalmente sobre la gente”.
Otros rasgos de su novelística fueron destacados por el escritor, académico y novelista cubano Lisandro Otero, en el periódico Rebelión (El tiempo cautivo de William Faulkner, agosto 2006); hacía hincapié en su sentido del humor, la condición de autor de prosa difícil y uno de los sustratos de la obra faulkneriana: la confrontación del ser humano a sus culpas y los personajes como “seres grotescos que sufren de parálisis moral”.
Foto de portada: Tomada de Zenda