Ni en Galicia ni en La Habana hubo lecho de rosas para Francisca López Sánchez, la vivariense Panchita, madre de los moncadistas Julio y Pedro Trigo López. Vivió pobre, entre temores, sobresaltos, y el más duro golpe que una madre puede recibir cuando le trajeron la noticia del asesinato de su hijo mayor, Julio, horas después del cese del ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.
El dictador Fulgencio Batista había ordenado matar sin juicio a los prisioneros y a los que serían capturados tras la transcendental acción de los jóvenes del centenario, ocurrido en la mañana de la Santa Ana en Santiago de Cuba. Así los días 26, 27 y 28 de julio, luego de torturas, fueron segadas las vidas de 70 jóvenes, entre ellos el hijo de la gallega Panchita. La historia no conoce una masacre semejante ni en la época de la colonia ni en la República, escribió Fidel en su Manifiesto a la Nación, documento que circuló clandestino meses más tarde de concluido el juicio contra los sobrevivientes.
En el asalto al Cuartel Moncada participaron gallegos e hijos de estos, unos 15 jóvenes, como el abogado Fidel Castro Ruz y Abel Santamaría Cuadrado, primer y segundo jefes de la acción, respectivamente, y Haydee, hermana de Abel, además de los hijos de Panchita, Julio y Pedro.
Por la mediación del arzobispo de la Catedral de Santiago de Cuba, monseñor Enrique Pérez Serantes, natural de Galicia, lograron salvar la vida 32 prisioneros. El clérigo inició la gestión de búsqueda bajo la condición de que fueran garantizadas las vidas de aquellos jóvenes.
Una foto hecha por el fotógrafo del cuartel Moncada, evidenció las horrendas torturas aplicadas a Julio, con apenas 27 años de edad. En la parte izquierda de su rostro faltaba un ojo, mientras la piel y hueso de ese lado se mostraban triturados por golpes. Julio Trigo López queda en la historiografía de Cuba como uno de los más firmes y valientes participantes del Moncada.
Un día antes del asalto, Julio sufrió una hemoptisis y Abel Santamaría le ordenó regresar a La Habana, pero él decidió participar en la acción y se incorporó al grupo que se hallaba en el hospital Saturnino Lora. Allí fue herido en una pierna y no obstante siguió combatiendo, hasta que junto con Abel fue apresado. Horas más tarde los dos fueron torturados y asesinados.
Panchita no imaginaba dónde se hallaban sus muchachos, más bien creía que disfrutaban vacaciones en Varadero, era lo que ellos les habían insinuado. Por eso el 27 de julio, cuando Pedro llegó a su casa, ella enseguida preguntó y Julito ¿dónde está? Y tú estás raro ¿qué pasa? Pedro le dice: Mamá estuve en el asalto al Moncada…Panchita lo interrumpe y vuelve a preguntar por Julito. La intuición de que algo terrible le había sucedido al hijo mayor, la afectó y dijo sentir que el corazón le había dado un vuelco en el pecho.
El domingo 3 de agosto, el periódico El Mundo, publicó el listado de los muertos del Moncada, encabezado con el nombre de Julio Trigo López. A Pedro le llevaron el diario sus compañeros de lucha: Hevia Blanco, presidente de la cédula de Partido Ortodoxo en Santiago de las Vegas, y tres que junto con él estuvieron en el asalto al Moncada: Pedro Gutiérrez, Oscar Quintela y Néstor González. Trigo vivía con la esposa en el reparto El Globo, cerca de Calabazar, y de inmediato partió en el auto de Hevia a darle la noticia a la madre.
¿Qué pasa, dónde está Julito? Preguntaba desesperada Panchita. Pedro se la llevó para su casa en El Globo donde un grupo de compañeros le darían la información. Ya dentro del auto y en medio de la carretera que une a las dos poblaciones habaneras, a Pedro no le queda otro remedio que responder a la insistente pregunta de la madre: Mamá, se presume que Julito está muerto.
Panchita se echó a llorar y se llevó las manos al pecho donde su corazón pugnaba por salirse ante fuerte taquicardia. Y en el hogar de Pedro le dieron una taza de tilo humeante que ella bebió despacio, sumida sabe Dios en cuántos recuerdos. Cayó en el silencio y al cabo de un rato le dijo a Pedro: Cuídate mucho, sólo me quedas tú y se llevó un pañuelito pulcro al rostro en un intento por secar la profusión de las lágrimas. Deseó regresar a Calabazar donde el pueblo volcado en las calles la esperaba para darle el pésame. Julio era muy querido por los vecinos, estudiaba la licenciatura en farmacia y solía auxiliar a cualquier enfermo. Por eso Pedro contó: Aquel día vi a muchas personas entristecidas y llorando mientras le daban sentidas condolencias a mi madre.
Panchita era de carácter fuerte, las grandes adversidades y emociones la habían dotado de esta coraza. De ahí que cuando le propusieron traer los restos de Julio para el cementerio de Calabazar, se opuso y con extraordinaria grandeza de espíritu dijo que él debía ser enterrado en la necrópolis de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba donde mismo descansaban sus hermanos mártires del Moncada. A partir de entonces, muy pocas veces se le vio sonreír y anduvo siempre envuelta en un halo de melancolía y de cierta serenidad que la gente confundió con enajenación. Colocó un retrato de Julio en la repisa del comedor y un búcaro donde no faltaban las flores en los aniversarios de nacimiento o muerte de su muchacho. No fue hasta el triunfo de la Revolución que pudo visitar la tumba del hijo y llevarle rosas blancas.
Todo el pasado afloraba en la mente de Panchita, nacida como el esposo en 1895 y en la misma aldea de Miñotos, Viveiro, Galicia. Desde que abrió los ojos al mundo estuvo rodeada de pobreza. No pudo ir a la escuela ni soñar con una muñeca. Su único y gran amor fue Servando Trigo Rouco.
Servando llegó primero a La Habana en 1921 y consiguió el empleo de chofer de taxi. Dos años más tarde, Panchita desembarcó de un viejo trasatlántico en el muelle de Luz y vivió un tiempo en el hogar de Antonia, hermana de Servando, ubicado en un solar que existía en 29 y Zapata.
En 1924 Panchita y Servando se casaron en una notaría de La Habana Vieja. El matrimonio habitó por poco tiempo una vivienda en la calle Escobar y de allí se mudó para Infanta No. 90, donde nació Julio el 27 de mayo de 1925, y tres años más tarde, Pedro, el 29 de junio de 1928. Panchita comenzó a presentar problemas de salud y los médicos recomendaron el retorno a Galicia. Con sus pequeños hijos, uno de tres años y otro de 8 meses, se fue a Miñotos. Se instaló en una rústica casa de piedras y lajas sin pulir que tenía solo dos habitaciones, la cocina en los bajos y arriba el dormitorio. El agua y la leña para cocinar se hallaban en un manantial y bosque lejos del hogar, donde al crecer los niños recogían castañas, el alimento básico de la familia.
Recuperada Panchita encontró trabajo de jornalera en la siembra de la papa; ahorró algunas pesetas y compró una vaca a la que le puso Marela por su color mostaza. Durante la tarde se echaba al hombro una máquina de coser portátil y cosía la ropa de la familia de Ricardo Pita, dueño de la finca donde ella laboraba de jornalera cada mañana. Por la costura de un pantalón, vestido o camisa le pagaban una peseta.
Panchita nunca pudo comprar buenos zapatos a los muchachos y por eso cuando regresó en 1936 a La Habana, ellos trajeron el calzado de zocas y por culpa de estos zapatos de madera Julio y Pedro soportaron las burlas de los chicos del barrio habanero. Los dos aprendieron la lengua gallega y al llegar a la capital cubana les resultó más fácil expresarse en el idioma materno. Dos días después del arribo a Cuba, la casa de Miñotos se derrumbó.
Tras dos mudadas, la familia Trigo López ocupó la casa en Calabazar marcada con el número 13 de la calle Martí. La felicidad duró poco tiempo, debido al accidente en el trabajo que ocasionó la muerte a Servando, fallecido el 8 de octubre de 1938, a la edad de 42 años. Panchita encontró trabajo de planchadora en la tintorería La Minerva, bajo el requisito de renunciar a la ciudadanía española y se acogiera a la cubana. Diariamente camina seis kilómetros para ahorrar los diez centavos del transporte de ida y vuelta.
Al triunfo de la Revolución Fidel la visitó y ella agradeció aquel gesto. Esa tarde recordó las veces que vio llegar a su hogar, muy cansados, a Fidel y Abel, y de cómo se las arreglaba para darles de comer junto con sus hijos, sin sospechar que los cuatro estaban a punto de protagonizar el trascendental asalto al cuartel Moncada.
Francisca López Sánchez, la gallega Panchita de Calabazar, murió a la edad de 93 años, el 5 de diciembre de1998, en el hogar atendido por monjitas de Santa Susana, en el municipio de Bejucal.
(Parte del testimonio para el libro Las gallegas de Cuba, realizado por Ángela Oramas Camero con la ayuda de Pedro Trigo López).