Como tantos textos de distintos autores, los de José Martí han sido objeto de lecturas erróneas, tergiversaciones incluidas. Y a la par de interpretaciones falaces, con el apogeo de las redes ha proliferado la atribución a él, de modo irresponsable o doloso, de textos que no son suyos, pero tampoco ese mal es nuevo.
Las siguientes líneas conciernen en particular a uno de sus artículos, “Maestros ambulantes”, de 1884, y abordan, aunque no se limitan a ese punto, algo que parece suscitar especial interés. Tanto es el interés que suscita que, aunque ha sido objeto de atención —el propio autor del presente comentario se la ha prestado no pocas veces a lo largo de años—, se llega a decir poco más o menos que nunca se ha tratado.
El artículo, que no se agota en ese punto, merece estar íntegramente en el centro de las búsquedas educativas y culturales de avanzada; pero incluso en lo más ceñido a ellas ha sufrido omisiones desde antes de aparecer internet. Aunque obedecieran al afán de construir consignas ágiles, las podas merman el alcance de lo expresado por el autor, y en ese camino una máxima esencial, “Ser culto es el único modo de ser libre”, de modo sobresaliente se ha reducido a “Ser cultos para ser libres”.
Sobre todo en los últimos tiempos, la discusión antes aludida atañe a líneas que no hay por qué soslayar, pero a veces se han obviado, quizás tanto por “cautelas doctrinarias” como por estimarlas prescindibles al tratar otros asuntos. Eso ha dado lugar a reacciones que parecen tener algún sabor a morbo o a desquite, y sugieren la necesidad de volver sobre el tema. En cualquier caso, esas líneas son parte de la médula del texto, obra de un autor en quien nada es irrelevante.
A diferencia de pensadores que han superpuesto a la ética el conocimiento, Martí empezaba por destacar la importancia de la bondad y, con carácter de párrafos, ordenó así estas afirmaciones: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso” y “Ser culto es el único modo de ser libre”. Quien abrazó la misión de guiar a su patria para fundar en ella —como escribirá en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, en 1892— “un pueblo nuevo y de sincera democracia”, en el artículo de 1884 a las afirmaciones citadas añadió líneas que muestran su conocimiento de la humanidad y son las que hoy suelen despertar especial interés: “Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”.
Sabía que las condiciones dignas de vida tienen gran importancia para cultivar plenamente la buena conducta, los valores morales, la espiritualidad, y en la falta de esas condiciones veía injusticia social. En su poema “Hierro” expresó: “Ganado tengo el pan: hágase el verso”, y vale leerlo junto con lo que, en carta del 30 de marzo de 1878, le escribió a su amigo mexicano Manuel Mercado refiriéndose a quienes en Guatemala, donde entonces se hallaba, temían que él les hiciera competencia, pese a los valores que él priorizaba: “No saben que los que viven del cielo comen muy poco de la tierra”.
No buscaba enriquecerse, ni defendía ambiciones materiales. En 1881, en su semblanza —revisada aquí por la edición crítica de su Revista Venezolana, donde la publicó—, de Cecilio Acosta, dijo de este venezolano eminente, nacido, como él, en familia humilde: “Compró su ciencia a costa de su fortuna; si se es honrado, y se nace pobre, no hay tiempo para ser sabio y ser rico. ¡Cuánta batalla ganada supone la riqueza! ¡y cuánto decoro perdido! y ¡cuántas tristezas de la virtud y triunfos del mal genio! y ¡cómo, si se parte una moneda, se halla amargo, y tenebroso, y gemidor su seno!”.
De Martí se ha de leer su palabra y su vida. Como fruto de voluntad hecha norma se explica que, con talento para haber hecho fortuna, viviera en la austeridad que de modo natural, no como una condena, ratificaba el valor de su prédica. Escogió ser pobre, y esa elección cimentó la fuerza de su ejemplo como líder revolucionario de condición verdaderamente democrática, popular.
En carta del 25 de marzo de 1895, ya rumbo a la guerra que había preparado, le escribió a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal: “Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio”. Ese ahora no era para él un trance del momento, sino una estación en la continuidad de la vida que lo había identificado con los trabajadores que contribuían, amorosamente, a los fondos de la guerra que él, hombre sincero, personificaba hasta con la humildad de su indumentaria y su calzado.
Si bien los más opulentos abandonaban en bloque, salvo excepciones, la causa independentista, para los preparativos de la contienda se necesitaba también el aporte de propietarios ricos, que él agradecía. Pero su mayor reconocimiento era para “los héroes de la miseria”: para el trabajador que entregaba parte “de su jornal inseguro, que sin anuncio suele fallarle por meses”. Lo declaró públicamente en el Patria del 24 de octubre de 1894, en el artículo cuyo título, “Los pobres de la tierra”, ratificó lo que había expresado en Versos sencillos: “Con los pobres de la tierra / Quiero yo mi suerte echar”. La coherencia entre su palabra y sus actos explica la confianza con que lo apoyó la mayoría de sus compatriotas, especialmente los humildes.
Volvamos a “Maestros ambulantes”, y recordemos que, a la importancia de la bondad y la cultura para ser bueno y libre, añadió que, “en lo común de la naturaleza humana”, se necesita “ser próspero para ser bueno”. Definía así —subráyese, porque es clave, la precisión en lo común— un elemento con el que debe contar quien aspire a conocer, comprender y dirigir a un pueblo. Pero él no cabía en los límites de lo común: fue (es) ejemplo cimero de quienes, en Cuba y en otras latitudes, han renunciado a bienes materiales y se han consagrado a la lucha revolucionaria, a los ideales justicieros. Quien prefiera la riqueza material no hallará en él un escudo para justificar esa preferencia.
Empleando una expresión de conocido significado ideológico y ético, otros se han suicidado como ricos; pero —recordemos su valoración de Cecilio Acosta— él era honrado y ni siquiera tuvo que pasar por ese suicidio: optó por seguir siendo pobre, y así también fue sabio. Eso debe tenerse presente cuando los desafueros y contagios del capitalismo, y las dificultades, fracturas y deserciones en los afanes opuestos a ese sistema, promueven suicidarse como pobre y ambicionar y tener riquezas. Así se avalan desigualdades injustas, y se propicia que surjan ricos o millonarios como si fueran el fruto de méritos, o de premios divinos, no de diferentes formas de corrupción.
De Martí no es necesario ni honrado, ni es coherente con él, ocultar palabra ni hecho alguno. Nada dijo ni hizo contra los ideales de honradez y justica, de equidad. Se diría que hablaba de sí mismo al honrar al héroe argentino José de San Martín en el Álbum de El Porvenir, de Nueva York, correspondiente a 1891: “lo primero que ha de hacer el hombre público, en las épocas de creación o reforma, es renunciar a sí, sin valerse de su persona sino en lo que valga ella a la patria”.
Es sabido que en octubre de 1884 se distanció temporalmente —sin hacer manifestación pública alguna que pudiera dañarlos a ellos, y a él mismo— de Máximo Gómez y Antonio Maceo, a quienes tenía admiración y respeto, pero cuyos métodos políticos desaprobaba. Al conocer que, pese a su silencio, había quienes apuntaban a utilizar esa contradicción para cuestionar su actitud, puso en práctica su permanente disposición a rendir cuenta de sus actos: conducta que, llegado el momento, convertiría en norma para los dirigentes del Partido Revolucionario Cubano, empezando por él. Para enfrentar la campaña que podía estar urdiéndose en su contra, dirigió “A los cubanos de Nueva York” una convocatoria fechada 23 de junio de 1885, que hizo publicar en El Avisador Cubano, de dicha ciudad.
En ese texto escribió: “No tengo más derecho al dirigirme a los cubanos de Nueva York, que el del más humilde de ellos: amar bien a mi patria. // Pero han llegado a mí rumores confusos de que en una reunión en Clarendon Hall, el 13 de este mes, se hicieron respecto a mis actos políticos, algunas gestiones equivocadas, debidas sin duda a exceso de celo, o a desconocimiento involuntario de los hechos a que se referían”.
Y agregó: “Mis compatriotas son mis dueños. Toda mi vida ha sido empleada y seguirá siéndolo, en su bien. Les debo cuenta de todos mis actos, hasta de los más personales: todo hombre está obligado a honrar con su conducta privada, tanto como con la pública, a su patria. // En la noche del jueves 25, desde las 7 ½ estaré en Clarendon Hall, para responder a cuantos cargos se sirvan hacerme mis conciudadanos”. Nadie osó cuestionarlo, y su limpieza cimentó la hermandad que llegó a tener, en especial, con Gómez, y que tan importante fue para la patria.
Su conocimiento de la naturaleza humana no lo llevó al pesimismo ni a la ingenuidad. En un poema de Versos libres —“Yo sacaré lo que en el pecho tengo”— expresó: “Conozco al hombre, y lo he encontrado malo”. Es probable que ese poema date de fecha cercana a Ismaelillo, escrito en 1881 y publicado en 1882, con una dedicatoria que desbordaba al destinatario explícito, su hijo, en la que se lee: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti”.
Con respecto a su sabiduría y su penetración analítica, vale volver a su concepto de la cultura y su relación con la libertad resumido en “Maestros ambulantes”. No abogaba por reproducir acríticamente cuanto en el mundo se imponía como cultura. Poco antes, en su prólogo a Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro Palomino, había sostenido: “De todos los problemas que pasan hoy por capitales, solo lo es uno: y de tan tremendo modo que todo tiempo y celo fueran pocos para conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia”.
Su clarividencia se confirma ante la guerra cultural —y de pensamiento, o ausencia de él— que el capitalismo despliega hoy con más recursos y saña que nunca antes. No fue un mero impulso de emotividad histórica lo que obedeció Fidel Castro al decir que José Martí “fue sin duda el más genial y el más universal de los políticos cubanos”.
Gracias, una vez más y siempre, hermano Luis Toledo Sande, por acercarnos en su virginidad textual y contextual, la palabra iluminadora en sus esencias éticas de nuestro politico más genial y universal, Maestro de pensamiento y conducta, para ahora, cuando los necesitamos más que nunca a él y a Fidel.
Excelente. Importante aproximación fidedigna a Martí. Nos daña sacarlo de contexto, aunque a su ejemplo hay que colocarlo como Guían en estos tiempos de Revolución. Gracias.
Magnífico artículo, que de manera diáfana, expone los complementos necesarios para comprender a profundidad el párrafo tomado de “Maestros ambulantes”.