Sabía de Juan Marrero desde los años 80 del pasado siglo y en algunos momentos compartimos en diferentes espacios, pero no fue sino en 1990 que tuve la oportunidad de anudar con él una bella amistad por la que siempre sentí, siento y sentiré especial aprecio. Fue cuando coincidimos en una suerte de embajada cultural cubana con la que acompañamos el 50 aniversario del rotativo chileno El Siglo.
Era todavía el Chile de Pinochet. Aunque ya no era la cabeza visible del Estado, el dictador seguía en el poder fungiendo como jefe del ejército, mientras el ladino y tristemente célebre Patricio Aylwin, el mismo que secundó el sangriento golpe de Estado, el mismo que declaró que prefería una dictadura de los militares chilenos a una dictadura marxista, el mismo de las fotos sonrientes con Pinochet, ocupaba la presidencia.
Aquella situación de «sí, pero no», o de «no, pero sí», ahogaba las libertades en medio de una engañosa y secuestrada democracia al punto de permitir que en una manifestación pacífica para honrar a Salvador Allende en el cementerio municipal de Santiago y después de escuchar la vibrante voz de la querida Sara González cantando a capella aquel himno de Pablo Milanés que comienza «Yo pisaré las calles nuevamente…», los carabineros se lanzaran a la represión, repartiendo golpes, disparando balas de goma y apresando participantes en medio del sabor acre y la asfixia de los gases lacrimógenos.
Juan Marrero iba como enviado del periódico Granma. Marrero, el periodista.
Nos toco compartir como huéspedes de una solidaria familia de comunistas chilenos.
Sé que en su larga y fecunda vida —como tuve el miércoles 22 la honrosa oportunidad de escuchar en el homenaje que le rendimos en la Upec—, Marrero, o Juanito como muchas veces le decíamos con cariño, acumuló un sinfín de amigos y muchas anécdotas.
Una persona tan entrañable como él será siempre bien recordada; sus numerosas cualidades estarán ahí presentes, su vida excepcional la resumía en ese valor transversal con el que unía su eminente profesionalidad, su escribir depurado, su valiosa experiencia, sus incontables méritos: la modestia.
De aquel viaje al país austral, guardo numerosos recuerdos y quiero referir dos anécdotas.
Acompañados por Luis Corvalán, visitamos en la cárcel de Valparaíso a jóvenes presos políticos de la dictadura pinochetista. Conversamos con ellos, escuchamos sus anécdotas, supimos de sus convicciones, de sus valores, de sus esperanzas, de su amor por Cuba y fuimos invitados a hablarles.
Juan Marrero, Juanito, esa persona de hablar pausado, en voz baja, como evitando destacarse, se convirtió de pronto en un tribuno brillante, en un orador de barricada, las vibrantes frases de apoyo, de reconocimiento, de solidaridad, de aliento, de combate, salían en cascada de su garganta, anudando mensajes que llegaban visiblemente a todos los presentes, calaban profundamente en aquellos prisioneros de la injusticia y sembraban esperanza en sus corazones. Fue inolvidable.
Durante aquellos días de batalla de ideas, pude apreciar sus cualidades personales, Compartía con todos, era dueño de una fina ironía que sabía emplear con tal maestría que las convertía en enseñanzas, atesoraba una vasta cultura, compartir con él era siempre interesante, Juanito era un cubano de pura cepa, un caballero en toda la extensión de la palabra y siempre, siempre, un gran periodista.
Ocurrió que por una ingestión de machas en mal estado sufrió de una repentina y aguda afección gastrointestinal que lo puso en cama. En un momento lo veo que va al teléfono haciendo de tripas corazón y me acerco…, estaba llamando al periódico para entregar su reportaje.
(*) molusco bivalvo nativo de la costa occidental de América del sur (N. de la Redacción)