Los océanos, que tradicionalmente se consideraban invencibles, se encuentran amenazados. Los efectos de las actividades del hombre, tanto terrestres como marítimas, afectan más del 40 por ciento de la superficie oceánica. La destrucción se esparce por nuestros mares, manifestándose en las llamadas “zonas muertas”, donde las aguas están desoxigenadas y despobladas de biodiversidad. Además, el crecimiento descontrolado de algas nocivas, riesgosas para la salud humana, y la reducción de casi la mitad de la cobertura de corales vivos en los últimos 150 años, han activado una alerta roja en la comunidad internacional. Es por ello que las Naciones Unidas decidió declarar, en el marco de su Asamblea General de 2017, el denominado Decenio de los Océanos, comprendido entre los años 2021 y 2030.
El objetivo principal de este período es promulgar la necesidad de proteger, conservar y recuperar la salud de los océanos como única garantía de habitar un planeta saludable a mediano y largo plazo. Para ello se ha dispuesto un plan de ejecución que promueve la ciencia y la conciencia en función de la protección de nuestros mares bajo la visión de “la ciencia que necesitamos para el océano que queremos”, y de esta forma conectar a las personas con este gran canal universal que nos aúna.
“Un verdadero laberinto de santuarios marinos con una importante diversidad biológica”.
Cuba siempre ha sido una nación abanderada en la protección del patrimonio subacuático, tanto natural como cultural. Como país signatario de la Convención de 2001 de la Unesco, se ha ocupado y preocupado por la conservación de sus vastos ecosistemas sumergidos. El texto de dicha convención expresa que el Patrimonio Cultural Subacuático lo constituyen “todos los rastros de existencia humana que tengan un carácter cultural, histórico o arqueológico, que hayan estado bajo el agua, parcial o totalmente, de forma periódica o continua, por lo menos durante 100 años” (Unesco, 2001). Así, nuestro país, con una extensión de 5746 km de costa, tachonadas por más de 4195 cayos, islas y cayuelos, se torna un verdadero laberinto de santuarios marinos con una importante diversidad biológica.
Fenómenos meteorológicos de gran intensidad como los huracanes provocaron que durante más de 500 años nuestras aguas se convirtieran en el camposanto de decenas de embarcaciones naufragadas, hoy bautizadas como invaluables yacimientos y sitios arqueológicos donde se fusionan la historia y la naturaleza en perfecta simbiosis.
La protección de estos mudos testigos de la traza del hombre, por su perenne condición de archivos históricos y su inconmensurable valor biológico, son una prioridad para Cuba, donde se trabaja a partir de proyectos y campañas para concientizar y educar a la sociedad en la importancia de la conservación y protección de estos ecosistemas especiales, contribuyendo, de esta forma, al objetivo del Decenio de los Océanos.
El patrimonio biocultural subacuático tiene valor en la medida en que las personas lo reconozcan como tal. Por tanto, se hace imprescindible generar procesos cognitivos de aprehensión en las masas que garanticen un sentido de responsabilidad y pertenencia hacia toda creación natural o humana que está bajo las aguas. Para ello, nuestro país imbrica las ciencias sociales y humanísticas, la arqueología y el arte, en proyectos tantos científicos como ciudadanos, entre ellos trabajos con el Ministerio de Educación, programas audiovisuales de corte científico-cultural, creación de contenidos para redes sociales, la promoción de un turismo sostenible y no intrusivo, la instrucción de las autoridades marítimas y portuarias, el desarrollo de campañas de prospección e investigación en los pecios y sitios arqueológicos y la publicación de bibliografías tanto didácticas como especializada en estos temas, solo por mencionar algunas de las acciones.
Lo anteriormente expuesto es la evidencia de que las aguas cubanas atesoran una biodiversidad de colores contrastantes que adornan con caprichosas formas la plataforma que sirve de asiento al archipiélago, y que lo convierten en uno de los destinos principales para el buceo profesional y turístico en el área del Caribe.
Con más de 20 zonas de buceo, en estrecha coordinación con la Red Nacional de Servicios Médicos y de Cámaras Hiperbáricas, Cuba se perfila como un singular escenario para esta práctica, a partir de lo cual se han delineado una serie de medidas que buscan tanto la seguridad del buceador como del ecosistema que se visita.
La accesibilidad a los yacimientos arqueológicos y áreas naturales protegidas solo es posible si se cumplen una serie de normas para su protección y conservación a largo plazo. Por lo que cada participante firma un acuerdo de que cumplirá con todas las políticas destinadas a proteger los restos delicados y la seguridad de los buceadores, elementos contenidos en un documento legal que se conoce como “Acta de responsabilidad”. Los participantes deben proporcionar, además, documentación válida de una agencia acreditada que cumpla con los estándares de certificación necesarios para participar en la inmersión. Antes de la misma, los inmersionistas reciben un briefing de un instructor experimentado sobre pautas específicas y el comportamiento apropiado durante la excursión, incluidas la distancia mínima de seguridad de los objetos patrimoniales y evitando el contacto directo, para garantizar la seguridad de las personas y el patrimonio.
Se prohíbe, además, la inmersión con guantes y herramientas contundentes en los sitios arqueológicos. Estos solo se pueden visitar bajo la supervisión de un profesional capacitado, el cual estará al frente de no más de cinco buceadores. Los grupos de buceo no excederán las diez personas (cinco por cada guía), para mejor control y manejo de la excursión. En las mismas está prohibido tocar los organismos sésiles y las estructuras y evidencias arqueológicas.
Entre los cientos de pecios que descansan en aguas someras cubanas, destacan los pertenecientes al Parque Arqueológico vinculado a la Batalla Naval de 1898, ubicado en Santiago de Cuba. En más de 500 kilómetros de extensión descansa, con diferentes ubicaciones y estados de conservación, la que fuera la principal escuadra naval de las Antillas, dirigida por el Almirante Pascual Cervera y Topete, que encontró su trágico final aquel 3 de julio de 1898, durante la batalla naval que puso fin a la guerra hispano-cubana-norteamericana. Los acorazados Vizcaya, Oquendo y Cristóbal Colón, además de los destructores Furor y Plutón, conforman este parque, donde también se incluyen el carbonero estadounidense USS Merrimac y el vapor Scow. En Santiago de Cuba reposan, bajo un manto de policromía sésil, cinco siglos de dominio español en el mundo, cuyos pecios hoy son el legado del ascenso de un imperio y el declive de otro.
Algunos de los importantes yacimientos que pueden ser visitados están ubicados al norte de Camagüey, el vapor Nuevo Mortera, hundido a solo 30 metros de la costa producto de una colisión accidental con el vapor inglés Pocklington. Cargado de mercancías de todo tipo (harina, granos, azúcar, muebles, vajillas, café, entre otras), tardó solo 15 minutos en perderse para siempre bajo las aguas de la bahía de Nuevitas. Hoy constituye un especial y singular sitio de buceo en Cuba, por su cercanía a la costa y su estado de conservación.
La Habana atesora, en la desembocadura de su histórica bahía, los restos de la corbeta San Antonio, naufragada en 1909 producto de una fuerte marejada que la azotó sin piedad hasta vararla de pantoque sobre la banda de babor. Su cargamento consistía esencialmente en 500 toneladas de lozas de cerámica, que aún se conservan en calidad óptima y han sido usadas en la restauración de espacios patrimoniales especiales, quedando esparcidos en el yacimiento una parte importante de su valioso cargamento.
El vapor USS Olivette es otro importante pecio histórico del patrimonio cultural subacuático que podemos visitar, ubicado al oeste de la capital. Esta embarcación sirvió de transporte muchas veces a José Martí y su familia, así como a otras destacadas personalidades de la historia. Dentro del vasto anecdotario del pecio, digno de todo un libro, está el hecho de trasladar a bordo la orden de alzamiento de 1895, recibida en puerto por Juan Gualberto Gómez. En la madrugada del 12 de enero de 1918, luego de siete horas de viaje, el barco no pudo con las inclemencias del tiempo y quedó varado en las postrimerías del río Bacuranao, en las afueras de La Habana, donde yace todavía para motivación de investigadores y turistas que deseen visitarlo.
En los últimos años una de las más importantes campañas de prospección llevadas a cabo por especialistas del Centro Regional de Gestión y Manejo del Patrimonio Natural y Cultural Subacuático y la Naturaleza Secreta ha sido la relacionada con una de las más grandes cañoneras del Gobierno Colonial Español: el Francisco Pizarro. Esta nave de guerra fue hundida ex profeso por su tripulación en 1898 en la Bahía de Nuevitas, Camagüey, al ser conocida la derrota de la escuadra española durante la batalla naval acaecida en Santiago de Cuba el mismo año. Mejor en los brazos del mar y no en manos estadounidenses. Así, en su propio fondeadero fue sacrificada esta importante embarcación, de la cual no se tuvo referencias por más de 120 años. El descubrimiento de su ubicación e identificación y posterior estudio constituyó un valioso aporte a la documentación naval e histórica del país, teniendo en cuenta, además, la significación que este buque tuvo para el sistema defensivo de la metrópoli española.
Actualmente se tiene registro de unos 2900 naufragios en aguas cubanas, de ellos, 392 son pecios históricos localizados. Varados en el tiempo, permanecen como libros abiertos al descubrimiento y conocimiento de nuestras raíces y antecedentes culturales y sociales. Cargan un trocito de la época que los vio surgir majestuosos y desaparecer bajo el mar. Cuentan la historia y desarrollo de la humanidad, pues son el testamento que dejaron para nosotros quienes nos antecedieron. Fundidos con la naturaleza al punto de que a veces se tornan irreconocibles, estos pecios guardan todavía entre sus restos parte de su cargamento, no solo objetos físicos, sino también la traza del hombre en el mar a través de generaciones.
Atrapados, inmóviles, el océano los atesora junto a la biodiversidad de los ecosistemas que los acogen, anclándolos al fondo por el resto de los siglos. Hoy no están en nuestro medio, pertenecen a los mares, a los cientos de especies que ahora los han convertido en su hogar y que perderían su hábitat si este entramado estructural de disímiles orígenes fuera extraído de las profundidades.
El cuidado del patrimonio cultural y natural subacuático es imprescindible para la preservación del planeta y del hombre como especie. Cuidarlo es respetar el sacrificio de nuestros antepasados y de la propia naturaleza al darle un lugar a lo que la humanidad pierde o desecha. Las generaciones futuras merecen conocer estos tesoros históricos; merecen un mundo sano donde poder vivir y dejar también su huella.
Foto y texto: Vicente González Díaz, La Jiribilla