Aunque esperada, aún no proceso la noticia. Tal vez el más ineludible signo de su ausencia física será que no volveré a ver en nuestra Redacción su sonrisa bonachona.
Miro a la izquierda y la silla de su escritorio está vacía. Encima de su mesa de trabajo, una montaña de periódicos es apisonada por su pisapapeles del diario El Mundo, quizás junto al librero que compartimos, una de sus más preciadas reliquias en la oficina.
Te nos fuiste, Juan Marrero, mi amigo, mi primer riguroso editor, mi mentor, mi colega…
Recuerdo de su mano mi gran alegría inicial en la profesión: le entregué una nota informativa, y él, Premio Nacional de Periodismo José Martí, no le hizo ninguna corrección. Al día siguiente no corrí con igual suerte, mi nota fue cercenada, truncada y compelida a reescribirse.
Con su ejemplo diario, Marrero me instruyó a ser constante, riguroso, apegado a los hechos.
Quien fue un grande del periodismo revolucionario cubano. Quien recibía con cariño infinito a los bisoños estudiantes de primer año enviados por la profesora Iraida en pos de algún trabajo evaluativo; o a cuantos alumna o alumno interesados en conocer detalles sobre la historia de la prensa cubana, derrochaba una humildad casi paradójica.
Ya no estás: ¿quién le cambiará los títulos a mis crónicas?, ¿con quién discutiré diariamente sobre los vericuetos en los que desanda nuestro gremio?
¡Hasta pronto amigo! Atesoraré el ejemplar de tu libro Andanzas de Atahualpa Recio que, con bolígrafo azul y fecha 3 de marzo de 2016, se lee en su primera página: «Para Yoandry, con todo mi afecto y reconocimiento por sus avances como fotorreportero y redactor».
Gracias, Marre, por la infinitas lecciones enseñadas. Creo que el mejor tributo a tu memoria será mi empeño diario de ser un mejor periodista y una mejor persona.
