Leyéndonos empezamos a conocernos. El era referencia obligatoria en las páginas internacionales de Granma para aquellos que nos interesaba la materia en la década de los 70. Él a mí me conoció, como escribió en el prólogo de mi libro Relatos del Más Acá, «No en libros, sino frente a un teletipo».
Muchas cosas tendría que escribir sobre él, sus funciones y tareas, personalidad y visiones en torno a diversas materias de las que conversábamos casi a diario durante una larga temporada. Pero me ciño a un solo aspecto.
Por el aprecio profesional y personal que nos unía le pedí aquellas líneas, en las que señalaba que «coincidí con él en la cobertura de distintos acontecimientos internacionales: Cumbre del Movimiento No Alineado en Belgrado o toma de posesión de Rodrigo Borjas en Ecuador, por ejemplo. Y en tales escenarios nació una amistad que se fortaleció a partir de 1993, cuando ambos integramos el equipo de dirección de la Upec nacional».
Uno de nuestros muchos puntos en común, por tanto, era el análisis de las realidades contemporáneas. Por eso él subrayaba una expresión que utilicé en aquellos Relatos…«El fracaso de lo que fue más socialismo formal que real no invalida el proyecto en sus líneas esenciales…». Él había sido y fue, hasta el último momento, un revolucionario integral y, por tanto, un optimista crítico, incansable e incorregible.
La noticia de su desaparición física me llega este Día de los Padres, en el que dedico un pensamiento especial a aquellos que, como fuera el mío, se encuentran en mi mente y corazón instalados de por vida por sus enseñanzas, comunión de ideas y principios, ejemplo y vocación de servicio. Entre ellos está y estará siempre Juan Marrero González.
