La realidad se impone y el tiempo de desmorona ante los hechos. Son infinitos las fotos y videos que documentan el exterminio del pueblo palestino. Toda una escalada que deja huellas, contundentes pruebas y heridas multiplicadas, dispuestas en los bordes de nuestras vidas, desprovistas de metáforas y manipulaciones.
Se podría interpretar, según el curso de los acontecimientos, que no resulta “suficiente” todo el arsenal de evidencias que habitan en el universo global de esta trunca humanidad, como para tomar enérgica postura ante lo obvio.
Mientras la muerte protagoniza, cual si nada, los derruidos cimientos de Palestina, miles de ciudadanos del mundo, o buena parte de ellos, se empeñan en afincarse a los derroteros de la mirada esquiva o la actitud callada e insumisa. Y en el peor de los casos, no faltan los que se enrolan en actos cómplices, urgidos de algún protagonismo banal y efímero. Esta suma de respuestas dilata el dolor de seres merecedores del más supremo de los derechos: el de la vida.
La barbarie se instala frente a la gesta del pueblo palestino que soporta la furia de artillerías incendiarias. Se exhibe ante nuestros ojos todo un capital de imágenes ancladas como en un calvario dantesco, dispuesto en escalones de sucesivas arremetidas o cortinas de humos interminables.
Gaza es, una vez más, un alargado cementerio que soporta miles de toneladas de acero y concreto derruido por la fuerza de la impunidad y el acompañamiento de gobiernos “demócratas”, de occidente, que no cesan de darnos “lecciones de civismo” y “estados de derecho”.
Se exhiben inmorales, como maniquíes de grandes casas de modistos que son parte de una elite glamorosa, dispuestos a pintar con sus efímeras huellas los escenarios más pulcros “donde se debaten los destinos del mundo”.
En esos espacios de milimétricas proporciones se pavonean en calculados movimientos los políticos de la más rancia tecnocracia, coherentes con obscenos intereses.
Ante las grotescas respuestas que marcan el curso de la historia, debemos exigir el no cansarnos, el poner a los responsables de este genocidio en el banquillo de los acusados. Emplazar a esos refinados cómplices por tanta muerte, no puede faltar en esta suma de deberes; urge el ejercicio de la responsabilidad moral y penal.
Las calles no pueden dejar de ser verdaderos torbellinos de respuestas. Un minuto, una hora, un día entero en el que dejemos de hacer por la existencia del pueblo palestino, es propiciar nuevas aberturas para que misiles, morteros y balas cercenen la vida de inocentes.
La quietud, la callada respuesta o el ejercicio de “no saber qué hacer” por la vida del digno pueblo palestino, nos hacen cómplices y parte de un declarado ejercicio fratricida. Ante los trazos del silencio seremos signos amargos de la historia que nos interpela en sucesivas interrogaciones.
Los desafíos que entraña vivir en los cimientos de un quebrado planeta, tejido por la penumbra de las armas, siempre dispuestas a cerrar los ojos brillantes de niños y niñas palestinos, se ha de poner en valor las más sagradas acciones de la humanidad.
Según un reporte de Unicef, “… la guerra en Gaza ha matado a más de 13 mil niños y ha dejado heridos a muchos más, cuando se cumplen seis meses de conflicto bélico…”[i]
[i] Han muerto más de 13 mil menores palestinos en esta guerra, reporta Unicef
Fotos: Reuters y AFP
Foto de portada: TRT
Tomado de Cinereverso