Aunque los estragos de la corrupción puedan contabilizarse en términos económicos, no será en esa esfera donde más daño hagan. Lacra de lesa ética, la primera víctima de la corrupción es la confianza. En un grupo, un robo suscita que se diga: “Todos quedamos en evidencia”, y aún después de saberse quién es el ladrón, puede quedar en el aire una duda terrible: “¿Será el único?”
Es un lugar común afirmar que quien entra a robar en una casa habitada lo hace dispuesto a matar —léase: asesinar—, si se siente descubierto. En general, un corrupto es un asesino que empieza por acuchillar el sentimiento de confianza de los otros seres humanos. Si así ocurre por muy pocas que sean las víctimas de sus actos, ¿qué decir cuando ellas son la totalidad de un pueblo o —para no pecar de exageración ni de ingenuidad— la mayor parte de él, puesto que obviamente hay quienes se benefician del robo? Y la desconfianza aumenta si las fechorías del corrupto demoran en conocerse o no se castigan cumplidamente.
“¿Quiénes lo habrán acompañado, o apañado, en sus desmanes?”, es una pregunta que remite a otra: “¿Dónde estaban y qué hacían las personas que debían impedir que delinquiera?” Sin sucumbir a especulaciones irresponsables, lo seguro es que el corrupto o los corruptos no habitaban un mundo aparte ni actuaban en soledad, aunque así pudiera parecerlo por sus condiciones de vida.
Es difícil olvidar los años en que, cuando alguien intentaba combatir, o simplemente denunciar, los que se consideraban actos de corrupción menor —de esa que “no pasa de los tobillos”, aunque la gangrena puede extenderse desde ellos hasta la cabeza—, se le repetía que no era el momento. Se argumentaba que había urgencias mayores (sin soslayar la idea tácita de que se debía permitir que la gente se buscara la vida). O, ¡fantasma terrible y hasta justificado, pero ante el cual no cabe la parálisis!, se aducía que el enemigo podía aprovecharse de la realidad y de la correspondiente denuncia.
No hay propaganda enemiga que sea más nociva y hasta letal que las deformaciones propias, aunque se consideren menudas. El mismo criminal bloqueo que busca estrangular a Cuba para devolverla al yugo imperialista, encuentra apoyo objetivo en esas deformaciones, insuficiencias o errores, como proceda o se las quiera llamar.
Quien escoge el camino de la corrupción —dígase más claramente: del robo y otros entuertos o crímenes que a menudo se ha preferido solapar con eufemismos—, está en el camino de los antisociales. Simule lo que simule y ocupe la posición que ocupe, de hecho vive rebelado contra la sociedad que se ha intentado construir sobre bases éticas y justicieras. Aunque, démosle el privilegio de la duda, no tenga conciencia de serlo, es cómplice de los más encarnizados enemigos de la nación: en el fondo, es uno de ellos.
El líder histórico y permanente, El Líder, de la Revolución, no un teoricista o perestroiko de pacotilla, fue especialmente lúcido, ¡y miren que lo era en cada momento!, al advertir que nuestros enemigos externos —el poderoso imperialismo estadounidense y sus aliados, cómplices y lacayos— no podrían destruirnos. Está claro que, incluso apreciando el valor de la participación masiva en la defensa del país, no sería sensato suponer que la aludida eventualidad de su destrucción estará al alcance de todo el pueblo por igual. Hay grados de responsabilidad, o de culpabilidad.
La moral colectiva es un pilar imprescindible para la fuerza ética —la fuerza— de la nación; pero hay quienes por sus funciones, por su autoridad, por su lugar en la estructura social y jerárquica del país, acumulan recursos que pueden servir para destruirlo. En una declaración reciente, nutrida de las enseñanzas del Comandante, el primer secretario del Comité Central del Partido y presidente de la República sostuvo refiriéndose a un caso de corrupción que se investiga: “mientras más elevado sea el nivel de confianza depositada en un cuadro, mayor será el rigor e intransigencia con que se actúe ante hechos de esta naturaleza”.
Sin que nos dejemos morder por la desconfianza irracional, y menos aún por estados de opinión y campañas que pueden tener origen y fines variopintos, pero coinciden en hacer daño, no debemos cerrar los ojos a la evidencia de que la corrupción puede rebasar el ámbito de los funcionarios de nivel medio. Tanto puede rebasarlo, que es capaz de acercarse, no ya a las rodillas o a los hombros de la nación, sino a su cabeza.
Todo control será poco para impedir la calamidad a la que puede llegarse por ese camino. El control debe ser un instrumento para cultivar la ética, y para descubrir la corrupción —los corruptos— en fases iniciales, no cuando el mal se encuentre ya en estadios graves y sea capaz de propiciar metástasis, si es que no está en camino de ella.
En los mecanismos de control se debe mantener a raya los excesos de la subjetividad, pero es imprescindible estar atentos a la sensibilidad del pueblo, más sabio que muchos sabios individuales, e insustituible por instituciones, estructuras y autoridades, aunque ellas sean todo lo importantes que sean. Tener el oído pegado a la tierra es también eso.
Una cosa es defender y aplicar medidas que no son precisamente propias del afán socialista, pero contextualmente resulten necesarias para salvarlo, o así se cree, y otra distinta convertirse en entusiasta promotor de males como lo que voces del pueblo, acaso no pocas, estimaron que era el desmadre de las privatizaciones. Tal entusiasmo ¿será siempre casual?, ¿se debe dar por ingenuo y sano?, ¿vale descartar de antemano que tenga conexiones de las que siga siendo necesario vindicar a Cuba?
Sostener tranquilamente, y hasta con fervor, que las privatizaciones son parte de la solución y no del problema, puede favorecer más el paso al problema que a la solución. Si encima de eso el funcionario o dirigente se apea, entre sonrisas, con que “estamos aprendiendo sobre la marcha”, el pueblo tiene derecho a considerar que tras décadas de experimentos y tanteos resulta insoslayable haber aprendido o ser capaces de prever lo fundamental: qué les conviene a los afanes de justicia social, y que los mengua.
A eso se refirió hace pocos meses el autor de este artículo en otro publicado en Cubaperiodistas con el título de “El raro encanto del equilibrio”, y en estos días supone que no es necesario insistir en el punto. Pero se pregunta si, en caso de no haberse descubierto a estas alturas lo que ya se da como un caso de corrupción, el frenesí privatizador se habría mantenido tal cual y con los desbordamientos que el pueblo viene denunciando, y sufriendo.
Lo que está en juego, en peligro, es mucho más que un plan de medidas por las que se ha apostado como se ha hecho, pero que requieren control. Ante la realidad que aúlla, urge poner todos los sentidos —todos, que tal vez no terminen en el sexto de ellos— en impedir que nos desmigajen la nación, y se dé al traste con los ideales de equidad que le han valido al experimento cubano el apoyo del pueblo. O de esa mayoría que tanto esfuerzo y tantos sacrificios, penurias incluidas, ha protagonizado en las aspiraciones de una transformación que le asegure mejorías cotidianas, vida vivible, sin renunciar a la esperanza martiana, heredada por el Comandante Fidel Castro, de alcanzar toda la justicia.
Foto de portada: Annick Vanderschelden / Tomada de Getty images
Es necesario tomar muy en serio lo que magistralmente expresa Luís, en ello nos va la patria.
Análisis de hondura de una lacra que puede llevar incluso a peores violaciones de la ética, me refiero atentar contra la Patria misma. Gracias Toledo Sandé por tu claridad.
Excelente artículo, profundo y diáfano. Saludos.
Creo el sor podría ahondar más en eso que llama vida vivible. El año pasado en dos ocasiones visité Cuba y de verdad puedo dar fe que que para los cubanos la vida económicamente no es vivible. Es insoportable y eso es peligroso. No todo es culpa del bloqueo, hay recursos naturales para mejorar la calidad de vida y hay desidia. Basta ver las calles de la Habana. Dolor por nuestro faro de luz que se apaga.
Estoy de acuerdo con usted, el pueblo alerta constantemente y merece ser escuchado, lo nuevo no tiene que traer necesariamente incontables correcciones, falta pericia y visión futura, ante estos hechos recuerdo una frase de Lenin quien sentenciaba “si quieres conocer al hombre, denle un cargo”, disculpe la falta de literalidad, luego considero incorrecta la política de cuadros en cuanto a su preparación y la constancia en el control, lo que permite sesgos en los riesgos muy bien aprovechados por personas divorciadas del pueblo
Brillante artículo como todo lo que escribe Toledo. Trae a la memoria la advertencia de Fidel en el Aula Magna , cuando alertó sobre cómo la corrupción puede destruir desde dentro a la Revolución. También nos recuerda aquel artículo del difunto doctor en Economía Esteban Morales Corrupcion es igual a contrarrevolución, que le provocó incomprensiones hasta dentro de las filas del Partido Comunista de Cuba.
Amigo mio me encantó este artículo, excelente. Me sumo a todas tus ideas expuestas, además, con total claridad. Un abrazo fidelista y guevariano. Seguimos en combate
Excelente
A very thoughtful and interesting article, with which I concur fully.
Here in the UK, privatisation has proved a disaster over recent decades – most especially for our society’s most humble. The motivation for the entity’s existence is instantly changed from one of service to the public, to one of simply making maximum profit. A capitalistic mentality, lacking in conscience and ethical behaviour.
As you point out so eloquently, more privatisation clearly seems to be moving towards problems rather than away from them.
Greetings from Wales, UK.