COLUMNISTAS XXIV Bienal Internacional de Humorismo Gráfico

Manuel como Ulises, entre flores amarillas

Aunque no volvía a Ítaca, sino venía al Museo Nacional de Bellas Artes a recibir un homenaje, ¡el Homenaje!, Manuel Hernández Valdés mostró este miércoles tremenda pinta de Ulises: pocos amigos de la Bienal del Humor sabían exactamente en qué iba a desembarcar, cuál sería su séquito de soldados marineros o si llegar desde Matanzas a aquel teatro iba a tomarle diez años de travesía al hombre que excede además la otra década, la de la guerra en Troya del héroe griego, porque nuestro guajiro lleva más tiempo que aquel peleando batallas difíciles con pinturas, cerámicas y caricaturas.

Al fin desembarcó y, tras recibir los abrazos correspondientes al héroe que llega, tuvo que plantarse al centro del escenario que resultó su palacio a escuchar de Lesbia Vent Dumois, la presidenta del jurado que en marzo pasado lo proclamó unánimemente Premio Nacional de Artes Plásticas 2024, los argumentos de esa designación que bien pudieran resumirse en resultados relevantes, obra integral, arraigo a la patria en todas sus escalas y un alma limpia lista a que cualquiera, artista o no, dibuje en ella flores amarillas.

Además de las flores color sol, le quedan bien a Manuel, casi como sus caricaturas, los epítetos que usó Homero para describir a su héroe. Como el griego, el nuestro es “el de muchas mañas”, “el de cara alegre” y “muchos senderos”, aunque esta última metáfora queda mejor si la dejamos en “el de muchos trillos” en tanto ha plasmado como pocos la realidad y el imaginario del campesino cubano.

Tampoco hay que engañarse con su rostro bonachón. Si bien Ulises pasó por su espada a guerreros probados como Alástor, Cromio, Democoonte, Nomeón, Pitides, Dolón, Reso, Molión, Hipódamo, Toón, Cárope y Soco, el inefable Manuel ha matado impunemente a muchos más que esos… ¡pero de la risa!

Miguel Barnet, que lo sabe de primer abrazo, quiso sembrarle en vivo unas flores amarillas disfrazadas de palabras.

Luego de que el ministro de Cultura, Alpidio Alonso, y la presidenta del Consejo Nacional de Artes Plásticas, Daneisy García, le entregaran a Manuel el diploma-arte confeccionado por Flora Fong y le comunicaran su inclusión en el programa de exposiciones de Bellas Artes; luego de que el ministro susurrara que es “un clásico vivo” y, desde el público, Ares ripostara que es “un vivo clásico”, Barnet leyó un texto que podía tenerse a la vez como cerámica, caricatura y óleo de Manuel con sombrero.

“Hubo una vez un niño —empezó Barnet— cerca de un río y detrás de un puente estaba buscando el sol. Nunca un niño es más niño que cuando quiere buscar el sol; entonces el niño crece como un gigante y llega a ser más grande que el sol, pero ese niño nunca supo que era tan grande como cuando recibió la flor amarilla que era el premio de toda una vida buscando el sol.

“Ese niño ahora es más niño porque ha llegado a viejo, pero con una flor en la mano y una teja guajira que dicen que es catalana. En esa teja el niño campesino le dijo a su novia, guajira también, ‘nuestro amor será eterno mientras dure’, y así surgieron de aquella teja dibujos de palmas y sinsontes, cantos de colibríes y de pájaros carpinteros.

“El niño que nació viejo porque era artista reunió a todas las mariposas de sus sueños y las llevó a la pintura. Ese niño viejo es cada vez más niño, sobre todo ahora que vio cómo el sol se convertía en quimera y la luz rompía contra los pinceles y las aguas fuertes que les llenaron los ojos con todos los colores del arcoíris y le dijeron: ‘Manuel, gracias por ser un viejo niño o un niño viejo. Gracias por convertir tu vida en imagen de la eternidad y el gozo, por ser el gran artista que eres, aunque nunca te hayas enterado. Hasta ahora. Hasta hoy que te damos las gracias por dormitar frente a un río y detrás de un puente… buscando el sol”.

Entonces el niño-viejo-niño, convocado a hablar (“¿No vas a decir nada?”, preguntaron del público), se rascó la cabeza, dudando, como si antes no hubiera domesticado los jíbaros sobresaltos del humor, y dijo lo que suele decirse en estos casos; eso de que “habría que agradecer el premio a infinidad de personas que se hicieron presentes durante este tiempo” pero, vencido el impacto del momento, se repuso para abrirse a una reflexión que merece firma al pie.

“Nuestra generación —confesó— tuvo que aprender haciendo. Íbamos haciendo y aprendiendo de los demás, y los demás aprendían de uno igual. Somos como un autodidacta colectivo: todos fuimos aficionados. Todavía somos aficionados. Soy un aficionado que aprendo de todos”, dijo el guerrero antes de agradecer al jurado que le premió y también a los otros, esos “… jurados que tiene uno por todos los lugares. Todo el mundo te felicita, la gente por la calle, y ese es un gran premio junto al Premio. Es el premio principal: haber sido útil y haber hecho un trabajo que las personas agradecen”.

Ulises nunca sería tan modesto. Así son las cosas: a pesar de que le sobra arte en su cabeza, todo el mundo quiso regalarle más, en piezas de varias formas, y cuando parecía que los obsequios habían terminado, la presidenta de la UNEAC, Marta Bonet, llamó a Lesbia para que le entregara a Manuel la pieza mayor: un libro precioso en el que quince grandes caricaturistas cubanos de la actualidad “retratan” a pulso las pulsaciones únicas del rostro de este matancero que, con apagón o sin él, puede alumbrar el borde de su bahía con un tridente a lo Poseidón por tener los premios nacionales de Periodismo José Martí (2001), del Humor (2006) y ahora colocarle al centro el brillo especial del de Artes Plásticas.

Manuel recibió el certificado original del ingreso a la UNEAC y, de manos de Blanquito hijo, varias caricaturas de 2002 halladas ahora en el archivo del viejo.

Hasta aquí, es fácil entender que en el teatro del Museo de Bellas Artes nadie quería que se acabara la gala y se respiraba como un pacto silente —remedando a la reina Penélope— de deshacer los puntos tejidos en casi una hora de ceremonia para retener a Manuel y conseguir, por ejemplo, que Alejandro Falcón y su grupo Cubadentro —a su vera los también maestros Ruy López-Nussa y Arnulfo Guerra— continuaran su paseo guiado por los mares del jazz cubano con esa belleza que impele no a taponarse los oídos ni amarrarse al mástil temerosos de sirenas, sino lanzarse sin salvavidas a escucharlas entre olas de una música que distingue tanto a esta tierra como los trazos que con sus manos saca de ella, cual si fueran racimos, Manuel Hernández Valdés.

¿Importaba al final en qué había llegado de su Matanzas querida el hombre que no cree en muros, sino que crea en murales? ¿Vino en un caballo de Troya con treinta guerreros bien escogidos para abrir las puertas de unos cuantos corazones? ¿Navegó en barca cerrera que al final venció la tempestad? Manuel estuvo en Bellas Artes porque desde hace tiempo trepó al Olimpo de los creadores.

Es un héroe más que literario que al final no necesitó, como Ulises, la ayuda de Palas Atenea para cerrar las discordias. Este guajiro sencillo conquistó en masa al mejor jurado de las artes plásticas porque juró su mejor conquista: toda la gente de Cuba. Dicha grande, tenerle, del pueblo que posa frente a él.

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Enrique Milanés León
Forma parte de la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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