LA CRONICA

Las lunas de un pescador

Me fascinaba en las tardecitas pasear desde el café Atenas, por la parte vieja y en silencio de la ciudad hacia Pueblo Nuevo, cruzar el puente, observar las barcas recostadas del cansancio a las márgenes del río San Juan. De seguro cada una debía tener su patrón y él muchas historias reales y fantásticas que contar… historias de pescadores poblaban el aire salitroso y dulce:

Entre Faro de Maya y Obelisco ocurrió, a unos doce kilómetros de la costa. Buscábamos 130 brazas para coger pargo amarillo. Era un día del año 76 y no estaban anunciados ni ventarrones ni tempestades.

Casi a las dos de la madrugada escuché el peligro. Algo desconocido se anunciaba con el rumor de las aguas en la lejanía, la llovizna y la brisa arreciaron súbitamente. Venían del norte y claro, los tornados nunca se anuncian en los partes meteorológicos, por eso no teníamos aviso.

Decidimos recoger la cala y mi hermano se acercó para pedir una fondeadera, pero ya el mar estaba tan revuelto que el farol se apagó y lo perdí de vista.

No sé si los escalofríos comenzaron porque estaba calado hasta los huesos o por el miedo, el caso es que todo mi cuerpo temblaba hasta que me dije que debía andar sereno.

Por fortuna a mi hermano se le ocurrió encender una fosforera y la chispeante lucecita me ayudó a localizarlo. En medio de una fuerte marejada que hacía estuviéramos nosotros en la punta de la cresta cuando él estaba abajo, logramos empatar con una soga las dos embarcaciones a una distancia de 5 a 6 brazas. Ya para entonces no le veía; solo sabía que estaba allí, por eso en el mar es tan importante la luz.

Siempre tratamos de no perder las luces de la Rayonera porque si ocurría estábamos perdidos. Cuando llegamos frente a los ríos Yumurí y San Juan nos dimos cuenta que por allí era imposible entrar y decidí que debíamos meternos en Canímar.

La maniobra no fue fácil. Me pegué a la costa izquierda para no ser empujado hacia el diente de perro, lo hice, por el contrario, hacia el mismo centro de la desembocadura. Solo así alcanzamos las apacibles aguas del río.

Alguien no había tenido nuestra precaución y se estaba sin salida en un remolino del que le resultaba difícil escapar y hacia donde tampoco se podía llegar en su ayuda.

Por la zona de captura se conoce a los pescadores. Me aseguraron que La Eloína había salido la noche anterior. Por eso supe que se trataba de Julio Puñales, pescador de la zona entre Carbonera y Camarioca. Al otro día lo hallaron con un golpe muy fuerte en la cabeza, ya sin vida. Las aguas lo habían empujado contra las rocas del litoral.

Aquella noche murieron siete hombres. Luego del temporal vino la calma, y el mar se estaba quieto, como si nunca antes hubiera ocurrido algo. Ya para entonces no me quedaban deseos de salir a pescar. A veces el mar trae olor a mandarinas. He naufragado como cinco veces y más vale no recordar.

Mario, el isleño, sí que sabía de la Luna y los peces. La pintadita era su captura favorita. No más se arrimaban abril, mayo y junio, clavaba sus ojos en el cielo durante las noches. Dicen que es un pez que viene de La India; pero a mí me parece lugar muy lejano para ser verdad.

Con el pargo, el serrucho, la cubera y otros pasa igual, por el día o las noches, en diferentes etapas del año es que aparecen en sus navegaciones por estas aguas. La pesca deportiva no lleva muchos avíos, bastan el barco, el nylon, la carnada y la luz, ¡y las estrellas allá arriba!”. (Originalmente publicado en Girón, Matanzas, 1990).

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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