Imagino al viejo y querido Volodia Teitelboim en su casa de Santiago en primavera. Allí estaría, despeñándose de una percha, el viejo abrigo que el poeta Pablo Neruda le obsequió, como un amigo que espera con toda la paciencia del mundo para arropar en tiempos descarnados y fríos. Pero en la estancia imaginada de Volodia sorprende una temperatura confortable, benévola, con una calidez propicia a las poéticas narrativas que él escribía y a sus luchas, desplegadas con la vehemencia de las primaveras de todo su tiempo; las hermosas y florecidas y las angustiosas como aquella que deshojó árboles en septiembre del 73, a contrapelo de la naturaleza y la cordura.
Volodia siempre fue hombre de palabra virtuosa y obra fundadora y por tal razón me regocijo pensándolo en el fragor creativo del trabajo, tras su visita a varios países de América Latina, trazada una ruta militante en su presencia y voz. Viene a la memoria y llega como un abrazo, sobre todo al rememorar que en un tiempo me permitió ser su mensajera, para que hiciera llegar a Aitana Alberti, hija del prodigioso marinero en tierra que fue el poeta español Rafael Alberti, de tal manera resulto premiada, primero por la posibilidad de servir al entrañable chileno y segundo, porque Aitana me hace llegar, de regreso, varias maravillas. Entre ellas, El amor y los Ángeles, una antología de poesía amorosa de Alberti, primorosamente presentada con una ilustración de Roberto Fabelo en la cubierta que explica: “Selección de Aitana Alberti León. Prólogo de Luis García Montero”. Cartulina con aires de umbral de paraíso por su blancura, por el ángel del pintor y sobre todo, por la evocación espumosa y sencilla de otros versos ya leídos, disfrutados, del poeta.
“El Ángel de Alberti —confiesa el prologuista—, nos invita a la poesía. Detrás de las palabras, hay un cruce de caminos. Escoger el nuestro es la única forma de llegar a los demás”.
Estampa de camisa marinera y pantalones recogidos a la rodilla que anda con su cabellera blanca al viento, por las arenas movedizas de la vida, con una fidelidad absoluta a las calles, los senderos y el alma de España, a la tradición y a la vanguardia, a la justicia y a la revolución, ese es el perfil de Rafael Alberti, el hombre que nació en 1902, en una borrascosa noche de tormenta, en la localidad gaditana del Puerto de Santa María, y vivió con una fuerza telúrica la pertenencia a las causas nobles y progresistas de España y el mundo.
Y en el preludio de la brevedad e intensidad de estas páginas, desemboca a nuestra mirada el primero de los poemas elegidos: “Y en el azul era el agua/ y en el agua era la nube/ y en la nube era el mar/ y en el mar era la arena/ y en la arena era el viento/ y sobre el viento subió el ángel/ y sobre el ángel subió el hombre/ y sobre el hombre subió el amor/”.