COLUMNISTAS

¿Más engendros demolidos?

El anuncio del cese de las mal llamadas Radio y TV Martí me ha traído recuerdos personales. En días en que se gestaba el primero de esos engendros me encontraba movilizado en montañas de Pinar del Río, como parte de un batallón de combatientes de la Reserva que hacía prácticas militares.

Posibilidades de poner o volver a poner en acción los frutos de un entrenamiento como aquel no eran espejismos. El país había sido objeto de agresiones imperialistas y podía seguir siéndolo, y también con las armas escribía páginas de su internacionalismo revolucionario, que en las actuales circunstancias se expresa por otras vías, como la solidaridad educacional y médica, incluyendo el enfrentamiento a desastres naturales.

Entonces dirigía yo el Centro de Estudios Martianos, y una tarde en que estábamos en pleno entrenamiento llegaron al mencionado paraje pinareño unos compañeros que llevaban un encargo: gestionar con la jefatura del batallón mi regreso con ellos a La Habana. Me esperaban otras tareas combativas: coordinar en nombre de dicho Centro la denuncia de la emisora radial que infamaba el nombre de José Martí.

Pronto se preparó una Declaración colectiva, y se organizó en el Centro un acto en el que la leyó Cintio Vitier. Con aplausos, realmente con ovación y otras rotundas expresiones de apoyo, la aprobó una amplia representación de la intelectualidad y el sector artístico y literario del país. El respaldo masivo a la Declaración —que circuló impresa en español, inglés y francés— se extendió al territorio nacional y a otros países, y numerosos medios, no solo cubanos, publicaron artículos y entrevistas.

Una de ellas por lo menos me tocó responder, hecha por dos periodistas que habían viajado desde los Estados Unidos en representación de una cadena nacional de radio. Eran una joven y un joven de trato cordial, sin asomo de agresividad. Pero en una de sus preguntas me pareció que asomaba algo como espera de susto o preocupación por parte de Cuba ante lo que representaba la emisora.

Sin pensarlo dos veces, les di una respuesta que recuerdo como si estuviera dándola ahora mismo: “No nos preocupa. Va a trabajar para nosotros”. Me sorprendió el asombro que mostraron y, al notarlo, procuré explicarles mi contestación, que aquí resumo.

Si con acciones armadas —les recordé Girón— y sucesivos actos de terrorismo, como las bandas mercenarias alzadas a lo largo del país y el derribo de un avión civil en pleno vuelo, los imperialistas no habían tumbado a la Revolución; si tampoco lo habían conseguido con el férreo bloqueo, ni con las copiosas calumnias propaladas por plantas radiales que pulularon como plaga desde poco después de 1959, y en otros medios, ¿por qué lo conseguirían con la nueva emisora? Al contrario, seguirían desprestigiándose.

Es más, también les dije, es difícil que ella fabrique infundios más “creativos” y eficaces que los ya lanzados contra Cuba. Pero, en cambio, aunque ese no es su propósito, la emisora podría estimularnos a investigar sobre actos delictivos y antisociales, de corrupción, atribuidos a personas beneficiadas por el falso concepto de los méritos o por temores asociados a la autoridad, contra las cuales no funcionara la crítica necesaria.

Pasando ahora de aquella entrevista, es lamentable que en la batalla contra semejantes males no siempre hayamos tenido de nuestra parte, en la medida en que la hemos necesitado —y acaso hoy nos urja más que nunca—, la crítica eficaz y oportuna, no oportunista, ejercida con responsabilidad y valentía, para impedir que nosotros mismos nos destruyamos desde dentro. No la hemos tenido lo bastante en la ciudadanía, pese a la presencia de ciudadanos honrados, ni en los medios de comunicación social, que tienen profesionales sinceramente comprometidos con la patria y su Revolución.

Volvamos al anuncio hecho por la administración de Donald Trump sobre el desmantelamiento de la emisora radial, que salió al aire en 1985, y de la televisora, que lo hizo en 1990. Con la fecha de lanzamiento de la primera, el gobierno de los Estados Unidos no infamó el 19 de mayo, marcado por la muerte de José Martí en combate en 1895. Pero si no infamó esa fecha no fue por decencia, que el imperio no tiene: prefirió ensalzar el significado del 20 de mayo de 1902 en sus afanes de apoderarse de Cuba.

De igual modo, si la República maniatada —primero por la presencia militar de los Estados Unidos, luego por la Enmienda Platt y hasta 1958 por su índole neocolonial y el servicio de gobiernos vernáculos plegados a la potencia— no acarreó para Cuba una frustración mayor que la mucha que le impuso, fue porque ante el heroísmo del Ejército Libertador cubano, el mambisado, el país injerencista optó por no embarcarse en el intento de convertirla en colonia al modo de la hermana Puerto Rico. Decidió ensayar aquí su sistema de colonización, maniobra que José Martí había denunciado como un peligro para toda nuestra América. Pronto se conocería como neocolonialismo.

El reciente anuncio de desmantelamiento de los dos engendros tecnológicos, el radial y el televisual, aparece muy cerca de la supuesta demolición de otro: la USAID, y también del desmontaje del denominado Observatorio Cubano de Derechos Humanos, con sede en Madrid. Incluso ha circulado una información similar a esas y que concierne a célebres medios de comunicación estadounidenses, entre ellos nada menos que la Voz de América, creada al calor de la Segunda Guerra Mundial para enfrentar la propaganda nazi, y también largamente utilizada contra Cuba.

En el contexto ensombrecido aún más por órdenes de Trump, algunos engendrillos tocados por la subvención estadounidense de la que ahora se les priva, o se les disminuye en cuantía, han tenido que menguar sus plantillas. Se evidencia que la acusación de que vivían del patrocinio yanqui no era falsa, ni “propaganda comunista”.

Nadie con un mínimo de información y perspicacia creerá que el desmontaje de tales medios, o la rebaja de los fondos que tenían asignados, se acuerdan para lacerar menos a Cuba, o no lacerarla. Además de servir de puntas de lanza contra el partido “demócrata” en la medida en que las ponen en práctica los “republicanos”, con tales pasos el gobierno de Trump tiene dos objetivos inmediatos: controlar directamente los recursos empleados en esos negocios políticos, y hallar modos eficaces para asfixiar a Cuba.

¿Acaso no designó secretario (ministro) del Departamento de Eficiencia Gubernamental a un racista más millonario que él, y no menos imperialista? ¿Y no ha puesto de ministro de Estado a otro personaje por quien ha mostrado desprecio, pero que le es útil por el odio que destila contra Cuba con el falso crédito de ser cubano?

No es que las calumnias no le hayan hecho daño a la Revolución Cubana, sino que no le han hecho todo el daño que el gobierno estadounidense y sus instituciones han intentado: derrocarla. Del daño que le han causado habla la infame acusación de Cuba como país patrocinador o cómplice del terrorismo, un infundio que propicia apretar aún más contra ella el cepo del bloqueo

Si con algo cabe comparar las argucias anticubanas del “republicano” Trump y su equipo es con el anuncio hecho por el “demócrata” Barack Obama en 2014: hábil propagandista, proclamó que era hora de abandonar el bloqueo, porque este —sobre todo en tiempos de auge progresista en nuestra América— aislaba a los Estados Unidos, no a Cuba, y contra ella el bloqueo no había podido cumplir su propósito. Tal cinismo deja margen solo para una interpretación de la meta del bloqueo: estrangular a Cuba, fin que el imperio tendría que buscar por otros caminos.

Signada por la medular identidad de intereses entre “republicanos” y “demócratas”, esa historia no ha cambiado en su esencia. En unos y en otros podrán formarse bandos, facciones, pandillas: pero tributarán al espíritu mafioso de un sistema hecho a mentir, robar y asesinar para que los Estados Unidos sean poderosos. Lo proclamó con orgullo —orgullo imperialista, naturalmente— un secretario de Estado de la primera ronda trumpista, un ser abyecto y ya en el olvido.

Semejante afán, que Trump ha convertido en programa bullanguero enfilado a que los Estados Unidos vuelvan a ser “grandes”, hace todavía más peligrosa a esa potencia en medio del declive que sus gobernantes se empecinan en frenar por todos los caminos posibles, incluyendo los más desvergonzados y genocidas. Están afanados en mantener la hegemonía que tuvo y ya se le escapa ruidosamente.

Frente a todas las maniobras, inmoralidades y crímenes de ese gobierno, Cuba debe tener claro que —existan o dejen de existir engendros que pueden ceder su paso a otros semejantes, o perdurar enmascarados con un supuesto desmontaje— a ella le corresponde pensar por sí, actuar por sí, desarrollarse por sí, sin esperar nada del imperialismo, ni confiar en él ni tantito así, ¡nada!

La historia de Cuba, país que ha tenido que independizarse y defender tenazmente su soberanía, confirma —como altas voces suyas han dicho de distintas maneras— que todo debemos confiarlo a nuestros esfuerzos, a nuestra honradez, a nuestra inteligencia. Y hace tiempo que la suerte está echada.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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