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¿Demolida la USAID?

Desde antes de tomar posesión en su segundo período presidencial, Donald Trump derrochó promesas, amenazas, desfachateces que, unidas a su desempeño anterior, anunciaban la avalancha que arreciaría al sentarse nuevamente él en el trono cesáreo. A partir de entonces sus atropelladas órdenes ejecutivas y otros alardes evidenciaron aún más la egolatría del magnate delincuente y, con ello, su afán por atolondrar a la opinión pública de su país y de todo el mundo para, mientras tanto, hacer o seguir haciendo de las suyas.

Uno de esos pasos en particular no parece haber sido siempre interpretado en la plenitud de su significación: el relativo a la llamada Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Tal es la traducción al español de su nombre en inglés, United States Agency por Internacional Development, de donde viene la sigla USAID.

Lo primero que se debe tener presente para no desorientarse en la valoración del tema es que el inquilino de la Casa Blanca no arremetió contra la USAID por la desvergüenza con que ella enmascaraba actos injerencistas. Lejos de honrar su nombre, la Agencia había servido de instrumento para intervenir en la política de otros países y promover cambios de régimen donde hubiera gobiernos incómodos para los intereses de la potencia yanqui.

Esa es una realidad conocida, y la han denunciado numerosas naciones y voces en el planeta durante décadas, aunque todavía algún órgano de “información” plegado a los designios de los Estados Unidos la defina falazmente como “organización gubernamental que se encarga de liderar la ayuda humanitaria y la cooperación internacional en todo el mundo”.

Lo menos malo que podría pensarse del eufemismo sería que, con él, quizás alguna táctica política divergente de las decisiones de Trump busque sembrar dudas sobre el mandatario que se opone a las “bondades” de la organización. Sería él —no un subordinado suyo: Marco Rubio, secretario de Estado, aunque a este se le encargara anunciarlas— quien podía tomar decisiones como eliminar cerca de cinco mil ochocientos programas que esa organización venía financiando y rebasaban el 90 por ciento de su presupuesto, así como cancelar más de cuatro mil subvenciones manejadas por ella.

Aun cuando medidas tales tropiecen puntualmente —o estén tropezando ya— con mecanismos jurídicos de una nación que se jacta de funcionar con leyes, se sabe hasta qué punto el instigador del asalto al Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021 es capaz de desconocerlas y violarlas. Los anuncios lanzados contra la USAID corroboran su determinación de hacer lo que le dé la gana.

Lo que no cabe atribuirle es el deseo de que esa Agencia cumpla de veras los fines para los cuales supuestamente se creó de conformidad con su nombre, ni que renuncie al injerencismo desestabilizador que ha sido su verdadero propósito. Que Trump haya tildado de corrupción y desvío de recursos a la USAID tampoco significa que él, tan ajeno a valores morales, persiga sanearla moralmente.

La médula de sus decisiones con respecto a dicha organización ha de buscarse en su afán por calificarla de ineficiente, y en su desacuerdo con que ella se mantuviera en manos de la CIA. Se piensa entonces en la participación que en los planes de Trump, y en los suyos propios, tiene el oligarca Elon Musk, a quien el presidente le ha confiado garantizar la eficiencia del Estado, pensada y consumada como burdo negocio.

De ahí la búsqueda de que el control de la USAID —con sus prerrogativas y, sobre todo, con sus recursos financieros— lo ejerzan de modo directo el presidente y su equipo más cercano, empezando por el propio Musk. A este lo une con el mandatario un conocido contubernio de intereses y manejos sombríos.

Desde su mente de conspirador, Trump reaccionaría ante el peligro, real o imaginado por él, de que la USAID les sirviera a las fuerzas que, según él, o tal vez hasta de acuerdo con evidencias, se habían propuesto impedirle volver a la Casa Blanca. En esta buscaba tener y tiene ya nuevamente su mejor plató de televisión. Lo evidenció con la  alardosa performance de su reestreno presidencial.

Entre los fundamentos de sus decisiones con respecto a la USAID figura el afán de desprestigiar a sus adversarios del partido “demócrata”. La Agencia tenía, tiene, un vínculo raigal con ese partido desde que en 1961 la fundó el presidente John F. Kennedy. Para Trump, en consecuencia, desacreditar a la USAID se ubicaría en su guerra contra los “demócratas”.

Eso ocurre aunque el uso que en sus más de sesenta años se le ha dado a la Agencia confirma la identificación esencial entre ambos partidos, identificación que en el fondo subyace y se impone sobre diferencias aparentes y reales. Pero en su contexto inmediato no le han faltado al “republicano” Trump asideros para que arremeter contra ella sea arremeter asimismo contra los “demócratas”.

Lo que él no ha hecho es pronunciarse contra el uso injerencista de la Agencia, que, por su enmascaramiento como organización humanitaria y de colaboración, se emparienta con la llamada Alianza para el Progreso, otro engendro asociado con Kennedy y su empeño por impedir el fomento del espíritu revolucionario en nuestra América.

Se habla de recursos enfilados a frenar el auge de movimientos progresistas en la región, agitada por la influencia de la Revolución Cubana, con su decidido enfrentamiento al imperialismo y su capacidad para vencerlo. Así lo probó en el mismo año en que se crearon la Agencia y la Alianza: Remember Girón! Y cuando ya de la Alianza ni se hablaba, la primera siguió acometiendo las tareas para las cuales se fundó.

Ahora, en el ablandamiento y el descrédito propinados por él a la USAID, de suyo desprestigiada ya, Trump puede ver un modo de alcanzar resultados más rotundos que los conseguidos por medio de esa organización. Para un presidente de pensamiento y conducta mafiosos, la USAID, ya sea modificada en su apariencia y en su nombre, u otra de igual calaña que la sustituya, debe ser más eficaz en el servicio a los intereses imperialistas.

Sin entrar en cálculos ni escrutinios de contaduría, vale afirmar que, para financiarla o seguir financiándola estarán prestas las mismas bolsas que mantuvieron viva a la USAID, o continúan manteniéndola en medio de lo que algunos han visto o querido ver como su demolición. En las arcas multimillonarias de un imperio hecho a base del saqueo de otros pueblos y de la explotación cada vez menos edulcorada del suyo, habrá de dónde sacar fondos para mantener cuanta estratagema convenga a sus intereses. En cuanto a corrupción, nada habrá que la impida en un sistema corrupto no por deformación, sino por naturaleza.

Ahora mismo la administración Trump intenta cobrarle a Ucrania, como si hubiera sido un préstamo, la ayuda que el gobierno estadounidense le dio para usarla de peón en una guerra en la cual ha sido derrotada, y que solo podía beneficiar a los propios Estados Unidos y a sus humillados cómplices europeos. Y ese no es ni de lejos el único ejemplo mayúsculo de la desvergüenza criminal de Trump.

Entre los muchos que cabría citar descuellan también sus intenciones con respecto a Gaza, donde han sido asesinados —con la complicidad de los Estados Unidos tanto por parte de Joseph Biden como de Trump— decenas de miles de palestinas y palestinos de todas las edades, gran parte de ellos niñas y niños. Sentado festivamente junto a su acólito Netanyahu, el cínico “republicano” declaró con euforia su deseo de erigir en Gaza un flamante negocio turístico, en el que, naturalmente, pulularían hoteles y casinos con el rótulo comercial de un magnate siniestro: el mismo Trump.

Y, en medio de sañosas deportaciones masivas de migrantes pobres, ofrece a los opulentos de otros países la ciudadanía estadounidense a cambio de cinco millones de dólares. Por ahí andan “la ayuda humanitaria” y “la cooperación internacional” que el señor Donald Trump y el sistema que él representa pueden brindarles a los pueblos del mundo, exista o no exista una organización cuyo nombre corresponda a la sigla USAID.

Imagen de portada: TBS.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “¿Demolida la USAID?

  1. Más claro ni el agua clara.
    Cada jefe del imperio, siempre malos y peores para el sentimiento antimperialista, responde a la parte de la élite dominante que lo considera mejor para imponer su visión de lo que creen mas conviene a los intereses imperiales en general y a los de su grupo de poder en particulas. Trump añade a su impronta los propios de su turbio mesianismo y ejecutoria, muy bien resumidos por Toledo, para que nadie se llame a engaño cuando aparenta enfrentar a nuestros enemigos, o de algún modo coincidir con nuestros amigos. En todo hay la demagogia y trampa intrinseca de su extravagante y distópica personalidad.🤠

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