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Néstor Leonelo Carbonell: “Como un padre del pueblo”

Un mambí espirituano de la guerra del 68 fue quien, más de dos décadas después de iniciada aquella contienda, le abrió a José Martí las puertas de Tampa, propiciándole así la posibilidad de unir a la emigración para volver al combate. Y es que la historia de las gestas liberadoras no la escriben solo las figuras cimeras que las alientan; al lado de estas puede haber otras que les sirven de apoyo. Así estuvo, junto a Martí, en un momento crucial para Cuba, Néstor Leonelo Carbonell Figueroa, cuya condición de excombatiente y emigrado facilitó su gestión patriótica.

Natural de Sancti Spíritus, donde nació el 22 de mayo de 1846, fue hombre de acción y pensamiento, valeroso en el combate, políticamente acertado en su alineamiento a Martí y en sus honestos criterios sobre la vida nacional después de la guerra, etapa durante la cual criticó a aquellos que con sus acciones corruptas utilizaban a la Patria como pedestal, y no como ara, como quería el Apóstol.

Este patriota no dudó a la hora de tener que abandonar su exitosa y apacible existencia para tomar las armas; como Céspedes, liberó a sus esclavos en sus ricas tierras para enfrentar, junto a ellos, los horrores de la guerra, y vio morir en la contienda a su joven esposa, a cinco de sus pequeños hijos y a un hermano. En la emigración fue fundador del Club Ignacio Agramonte y del Partido Revolucionario Cubano, y al convidar a José Martí a viajar a Tampa en noviembre de 1891 hizo su aporte más trascendental a la causa de Cuba, al posibilitar los objetivos unitarios del Apóstol y la creación, meses después de la invitación histórica, de aquel Partido que preparó la guerra y luego la auxilió.

Decir que Carbonell fue un hombre de acción y pensamiento no es un mero ejercicio retórico. Nacido y criado en los campos espirituanos, descendiente de terrateniente y dueño él, como su padre, de vastas propiedades, fue jinete de excelencia, lo que le posibilitó fugarse en trece ocasiones de emboscadas españolas.

Conocedor de su lugar de origen, fue un valioso guía de las fuerzas mambisas una y otra vez. Alcanzó los grados de capitán y recibió herida de sable y varias veces de arma de fuego. Con veintidós años se sumó a la Guerra Grande, pronunciándose en la noche del 6 de febrero de 1869 en su finca Meloncitos, en las proximidades de El Jíbaro. El 22 de mayo siguiente, el día en que cumplía 23 años, realizó los movimientos necesarios para la primera acción militar de sus fuerzas, el asalto victorioso a San Antonio Abad del Jíbaro, bautismo de fuego suyo y de los cuarenta y seis hombres que lo acompañaban, entre ellos sus hermanos Juan y Gaspar.

Participó en numerosos combates, entre ellos los de Atollaosa y Tunas de Bayamo, donde fue herido de muerte su hermano Gaspar, en agosto de 1869. Luchó a las órdenes de hombres como los generales Manuel de Quesada y Honorato del Castillo, el brigadier Marcos García, Serafín Sánchez cuando este era solo teniente, y de los coroneles Pedro Recio Agramonte, José Payán, Cantú y Diego Dorado.

Carbonell eliminó en combate cuerpo a cuerpo al célebre y temido bandido Juan Brizuela, azote de mambises y sus familiares en tierras espirituanas, y confidente al servicio de los españoles. Por ello fue apresado y condenado a muerte, sentencia que luego fue modificada por la de destierro a Cienfuegos. Con posterioridad logró evadirse y llegó a La Habana, de donde partió a la emigración muchos años después, en 1888, primero a Cayo Hueso y luego a Tampa, donde fue maestro, periodista y propietario de una modesta librería que fue sede también de tertulias literarias y patrióticas que posibilitaban, además, conocer noticias frescas de la guerra en Cuba.

A pesar de las heridas recibidas en combate y cierta cojera provocada por una de ellas, trató de volver a Cuba para luchar en la guerra que se iniciaría en 1895, pero Martí se lo impidió y le indicó que debía permanecer en Tampa cumpliendo tareas del Partido Revolucionario Cubano, en cuyas filas fue presidente del primer Cuerpo de Consejo de esa organización en aquella localidad floridana. Regresó a Cuba en diciembre de 1898, terminada la guerra.

Néstor Leonelo fue una figura sobresaliente, sobre todo por su radical posición independentista, por su cultura y por su compromiso al lado de Martí. Ambos realizaron juntos, en Tampa, una labor ejemplar y a partir del primer encuentro Carbonell mostró que su apego al pensamiento martiano no era coyuntural, sino definitivo. Múltiples contactos sostuvieron, pues el Maestro estuvo unas veinte veces en territorio tampeño, registrándose la última de estas visitas el 5 de octubre de 1894.

Como discípulo del Héroe Nacional, se consagró a él, porque Néstor Leonelo, que en sí mismo era grande, buscaba a quien darse por el bien de la patria, y se dio a Martí porque en el Apóstol vio a Cuba, y dándose a Martí se daba también a Cuba. Carbonell ganó un lugar definitivo en nuestra historia cuando en octubre de 1891, como presidente del Club Ignacio Agramonte, invita a José Martí para que hable en la velada patriótica que preparaba aquella agrupación con el objetivo de unir a los cubanos y de recaudar fondos para la guerra que se aproximaba. Martí, en carta del 18 de octubre de 1891, le dice al veterano mambí: “De lejos he leído su corazón, y desde acá he visto también el mucho oro de su alma viril, donde corren parejas la ternura con la luz. Y digo que acepto jubiloso el convite de esa Tampa cubana, porque sufro del afán de ver reunidos a mis compatriotas”. Una vez allí, el invitado, al conocer el trabajo de la organización dirigida por Carbonell para “unir a los cubanos del mundo”, como proclamaba el otrora guerrero, tuvo palabras de reconocimiento para su labor: “Creí tener que hacer en Tampa, y lo encuentro todo hecho”.

El Apóstol permanece en aquella ciudad floridana del 26 al 28 de noviembre de ese año. Allí pronuncia los famosos discursos de Con todos y para el bien de todos y Los pinos nuevos. La crucial y propiciatoria invitación le proporciona a Martí la oportunidad que él necesitaba. Allí el Apóstol logra altos objetivos: alcanza la unidad de la emigración y sienta las bases para la fundación, meses después, del Partido Revolucionario Cubano, cuyos Estatutos redactó en la salita de la vivienda del viejo patriota, hogar donde en muchas ocasiones la esposa de este elaboró para Martí comida cubana y coló aromático café.

En aquella humilde casa pudo Martí, además, ser testigo más de una vez de por qué Carbonell había sido llamado por sus allegados “la imprenta ambulante”, en alusión a su prodigiosa memoria. No sin asombro, escuchó en la voz del mambí espirituano fragmentos de discursos de Carlos Manuel de Céspedes pronunciados en su presencia,  versos inéditos de José Joaquín Palma y Miguel Jerónimo Gutiérrez, partes de guerra textuales y anécdotas vinculadas con la lucha en los campos de Cuba.

Puede afirmarse que los elogios a Carbonell no vienen avalados por los historiadores, sino que vienen respaldados por los hombres de su época, y, en primer lugar, por Martí. Ese es el gran mérito que tiene la figura de Carbonell, como dijera en una ocasión el doctor Eduardo Torres Cuevas, quien expresó más cuando puntualizó que la forma en que Martí se expresa de Carbonell tiene diversos acercamientos, uno muy íntimo, muy personal, otro de respeto y admiración intelectual, otro de respeto ético a los valores del espirituano y a los principios de este mambí en relación con la independencia de Cuba y a qué pueblo, de verdad, quería dirigirse esa independencia. Ambos coinciden en que era necesario lograr un pueblo culto para el país que se pretendía crear entonces.

El aval martiano que recibe la figura de Carbonell es reiterativo. Nuestro Héroe Nacional, en su discurso de Harmand Hall, Nueva York, el 17 de febrero de 1892, cuando se refiere a sus visitas de poco tiempo antes a Tampa y Cayo Hueso, dice de la primera, facilitada por la invitación de Carbonell: “…aquel convite de Tampa primero, que fue de veras como el grito del águila…”. Y puede pensarse que en esta imagen haya citado a esta ave porque ella simboliza la altura y es emblema del rayo y de la actividad guerrera, equivalente del león en el aire.

Otras opiniones emitió Martí sobre el patriota espirituano que hablan bien alto del aprecio del Apóstol. En un artículo publicado en Patria, el 23 de abril de 1892, Martí manifiesta: “Vive en Tampa, como un padre del pueblo, el fidelísimo Néstor Carbonell. Él es de aquellos cubanos incansables que sólo sienten dicha en lo que eleve y mejore el alma patria…”. Otra vez en el periódico Patria, el 13 de agosto de 1892, Martí escribe que Carbonell fue padre del Club Ignacio Agramonte y factor siempre visible en los trabajos patrios.

Ser considerado cubano fundador y “padre del pueblo” por el más grande de los cubanos es muy dignificante, y Carbonell recibió el reconocimiento por el papel que jugó para la causa independentista. Lo mereció por la visión tan certera que tuvo cuando intuyó que la visita de Martí a Tampa sería la primera piedra para una organización general de los cubanos en el extranjero, que resultó ser el Partido Revolucionario Cubano, el primero en la historia creado para impulsar y dirigir una guerra de liberación y fundar una república.

En Tampa, Carbonell encabezó prácticamente lo que pudiera llamarse el sector más realista y martiano del independentismo, y gozó del prestigio que le dio su condición de combatiente del 68. Él fue uno de los seguidores más fieles del pensamiento y la estrategia que el Apóstol tenía diseñada para Cuba. Y con esa fidelidad a Martí y a su estrategia tuvo Carbonell la lucidez de saber qué era realmente lo que se debía hacer para lograr una sociedad mejor. En eso, pudiera afirmarse, radicó el entendimiento profundo entre Carbonell y Martí. El entendimiento profundo y la capacidad, incluso cuando ya no estaba Martí, de seguir él en la lucha revolucionaria como una de las figuras más fieles a ese ideal martiano.

Pero, además, el luchador espirituano fue un organizador y un hombre capaz también de escribir y de expresar asuntos profundos, serios, labor que no todos en el movimiento independentista podían acometer exitosamente. Como periodista, su desempeño duró décadas. Dirigió La Contienda y escribió para periódicos y revistas de Sancti Spíritus, La Habana, Cayo Hueso, Tampa, México y Nueva York. Colaboró con Patria, el periódico que fundara Martí, y también publicó en El Cubano, El Fénix, Yara, La Discusión, El Porvenir, Brisas del Yayabo, La Lucha, La Fraternidad, Cuba Libre, Hero y El Espirituano.

De estilo vibrante, su periodismo defendió grandes ideales políticos y sociales, abogó a favor de la independencia y rechazó la autonomía y la anexión. Repudió la Enmienda Platt y se opuso a la desaparición del Partido Revolucionario Cubano, desmantelado por Tomás Estrada Palma. Criticó a los cubanos que solo se sentían seguros cuando las cañoneras estadounidenses anclaban en la bahía habanera. Se opuso a las reelecciones de Estrada Palma y de Mario García Menocal, y a la corrupción de Alfredo Zayas. Estrada Palma llegó a cometer la ruindad de ordenar su cesantía del cargo de Segundo Jefe del Archivo Nacional, para castigar su firme rechazo al continuismo. Aquella acción intolerante fue censurada por patriotas como Máximo Gómez, Juan Gualberto Gómez y Fermín Valdés Domínguez, entre otros. Su pensamiento fue abarcador y progresista. Llamó a dotar a Cuba de escuelas suficientes, y dijo que estas son el soporte sobre el cual debía levantarse y fortalecerse la república. Manifestó que los pueblos grandes, los pueblos que crecen, son aquellos que trabajan y que tienen, por lo mismo, mayor suma de virtudes cívicas. Desarrolló toda una filosofía sobre la independencia de Cuba, la cual le permitió comprender que ganar la guerra contra España no era la meta dorada, sino apenas el paso imprescindible para que naciera y creciera la verdadera independencia de Cuba, la auténtica labor fundacional de una nación. Como adelantado de la soberanía, rechazó toda presencia extranjera.

Proclamó la necesidad de desarrollar la agricultura para que el país prosperara; criticó a los dueños de tierras ociosas; defendió el establecimiento de un servicio agrícola obligatorio para reducir la vagancia; abogó por la creación de un banco agrícola que financiara el progreso de ese sector; planteó que la mujer debía tener derecho a trabajar en la administración pública y avanzar por el camino de la ciencia y de las profesiones, a la par que el hombre; repudió el egoísmo, la vanidad y la corrupción. Rechazó el injerencismo estadounidense y clamó por no fomentar odios entre el español derrotado y el cubano vencedor; defendió la colaboración interracial; trató de desarraigar los vicios creados por el colonialismo y la justicia fue la aspiración indeclinable de su espíritu. Tuvo un alto concepto del hogar y de la familia y fue de los primeros en proclamar la cordialidad cubana y en buscar el acercamiento de todos. Su gran poder de atracción personal lo hizo habitual centro de tertulias patrióticas y literarias.

Néstor Leonelo Carbonell Figueroa, agricultor y ganadero, mambí, maestro, periodista, poeta, emigrado revolucionario, organizador, fundador y martiano sin tacha, murió en La Habana hace ahora algo más de un siglo, el 8 de noviembre de 1923. Su fallecimiento fue noticia nacional y el gran Enrique José Varona comentó entonces sobre el luctuoso acontecimiento: “Todos en Cuba somos hoy dolientes”.

Imagen de portada: Néstor Leonelo Carbonell Figueroa, mambí espirituano de la Guerra del 68, leal colaborador de José Martí y fundador del Partido Revolucionario Cubano.

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Oscar Ferrer Carbonell
Ingresó al periodismo en mayo de 1964, en la emisora Radio Reloj.  Es licenciado en Ciencias Políticas y en 60 años de ejercicio profesional ha laborado en prensa escrita, radial y televisiva.  Ha publicado los libros Néstor Leonelo Carbonell, como el grito del águila (Premio de Biografía y Memorias 2004, de la Editorial de Ciencias Sociales), La Academia y Diccionario de siglas, abreviaturas y símbolos. Por publicar tiene la obra titulada Nuevo diccionario biográfico cubano.

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