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Gesto abyecto: el Partido Demócrata, Trump y Cuba

4 de abril de 2015: Obama anuncia la eliminación de Cuba de la lista de “Estados patrocinadores del terrorismo”, en la que había languidecido desde la era Reagan. 12 de enero de 2021: el gobierno saliente de Trump la restablece; el gobierno entrante de Biden no se opone a esta última inclusión. 14 de enero de 2025: el gobierno saliente de Biden finalmente la elimina. El 20 de enero de 2025, menos de una semana después, el gobierno entrante Trump la restablece. Dado que el Título 50 del US Code exige un periodo de entrada en vigor de cuarenta y cinco días, el gesto de despedida de Biden fue completamente vacuo. Sin embargo, los absurdos cambios de postura de la política estadounidense hacia Cuba tienen efectos muy reales en la vida cotidiana del golpeado y maltrecho Estado socialista situado al otro lado del mar de Miami, donde su inclusión en la lista de Estado patrocinador del terrorismo contribuyó, por ejemplo, a privar a los pacientes del acceso a respiradores en el momento álgido de la pandemia de la Covid-19. La inclusión en la mencionada lista significa que cualquier entidad que comercia con Cuba puede ser sancionada con multas masivas por parte de Estados Unidos. Como resultado, los bancos se niegan a procesar pagos cubanos, lo que dificulta que los emigrantes envíen remesas a casa, privando así al país de financiación internacional.

Si bien los pocos que se han llenado los bolsillos tras la mercantilización registrada en Cuba después de la liberalización iniciada en la década de 2010 han gozado de una mayor protección, ha sido la gente común quien ha experimentado los mayores perjuicios. La búsqueda de estos efectos siempre fue intencionada, como ya quedaba de manifiesto en el “Memorandum” de Lester Mallory de 1960, que exponía las justificaciones de un eventual embargo que pronto sería implementado por Eisenhower. Dado que la todavía recién nacida revolución contaba con altos niveles de apoyo popular, el camino para derrotarla pasaba por erosionar ese apoyo, y el único medio previsible de conseguirlo es a través del desencanto y la desafección provocados por la insatisfacción y las dificultades económicas […]. [De ello] se deduce que deben emplearse de modo inmediato todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba. Si se adopta una política de este tipo, esta debe ser el resultado de una decisión positiva, que propicie una línea de acción que, siendo lo más astuta y discreta posible, logre del modo más eficaz privar de dinero y suministros a Cuba, así como disminuir los salarios monetarios y reales en la isla, de modo que se logre producir el hambre, la desesperación y el derrocamiento del gobierno.

Este es el razonamiento y la justificación de la política de embargo: si Cuba no respeta los derechos humanos de sus ciudadanos, es necesario que el faro de dichos derechos situado al otro lado del mar haga que esos ciudadanos se rebelen por hambre. Este es un tipo especial de amor duro para el cubano de a pie, que emana en particular de los viejos de Florida y Nueva Jersey, todavía llenos de amargura por las cosas perdidas en la revolución; se trata de una posición lo suficientemente arraigada como para perdurar durante casi setenta años, a pesar de que ello haya sido siempre en vano: esos cubanos de a pie han fracasado desconcertantemente, década tras década, en derrocar a su gobierno por mucho hambre y desesperación a las que hayan estado sometidos. Según la lógica de Miami, la mejor manera de apoyar la lucha de los cubanos por la justicia es privarlos de máquinas de diálisis renal y reducir sus raciones alimentarias. Por supuesto, lo que significan los derechos humanos en este caso varía un poco dependiendo de qué lado del Estrecho de Florida esté uno ubicado.

Cuando el primer gobierno de Trump volvió a imponer la designación de “Estado patrocinador del terrorismo”, Pompeo lo justificó basándose en que La Habana acogía a fugitivos estadounidenses y apoyaba políticamente al régimen de Maduro en Venezuela, lo cual no implica en ninguno de estos casos apoyo al terrorismo a tenor de la legislación estadounidense. Cuba también ha concedido refugio al ELN de Colombia, como parte de unas negociaciones de paz reconocidas internacionalmente y respaldadas por el gobierno de Obama y por el Vaticano, con el objetivo de poner fin al “terrorismo” en Colombia.

Durante años el verdadero consenso imperante entre los funcionarios del Departamento de Estado ha sido que la clasificación del Estado cubano como un Estado como patrocinador del terrorismo es en sí misma una tontería. En palabras de Larry Wilkerson, jefe de gabinete de Colin Powell en el gobierno de Bush: “Es una ficción creada por nosotros […] para fortalecer la justificación del bloqueo”. Incluso Blinken, que ha supervisado la matanza masiva y la imposición del hambre a la población de Gaza, aparentemente se mostró de acuerdo. Mientras tanto, desde el fiasco de la invasión de Bahía de Cochinos respaldada por Estados Unidos, la CIA ha conspirado con matones cubanos y mafiosos para perpetrar asesinatos, incursiones paramilitares y sabotajes, incluida la explosión de un vuelo de pasajeros cubano sobre el Caribe en 1976, que mató a setenta y tres personas. Y Estados Unidos ha utilizado su base naval en Guantánamo –capturada al final de la Guerra hispano-estadounidense en nombre del mantenimiento de “la independencia de Cuba”– para perfeccionar las técnicas de tortura y la defensa de esta en su archipiélago global de “dark sites”.

Cuando en julio de 2021estalló en Cuba la ola de manifestaciones por todos conocida, debido a los efectos conjuntos de la pandemia de la Covid-19, las sanciones de Trump y Biden y el empeoramiento de la situación macroeconómica, el Departamento de Estado aprovechó la oportunidad. ¡Quizá ahora, por fin, la lógica del Memorandum de Mallory tendría su día de gloria! Presentados como disidentes políticos atrapados en un país autoritario, algunos de los detenidos en 2021, además de otros presos, se convirtieron en moneda de cambio en las negociaciones entabladas entre Cuba y Estados Unidos y mediadas por la Santa Sede, como ha sido habitual durante mucho tiempo. Aunque Biden presentaría, extrañamente, como unilateral la exclusión de Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo ofrecida el pasado el 14 de enero, la coincidencia de esta con la liberación masiva por parte de Cuba de estos prisioneros parece indicar que aquella estaba sobre la mesa.

Los negociadores cubanos no habrían sido ajenos a la probabilidad de que esta oferta fuera efímera (el último doble golpe de la política estadounidense hacia Cuba), dado que se suponía que Marco Rubio, el secretario elegido por Trump para dirigir el Departamento de Estado, volvería a poner a La Habana en el punto de mira. Los cubanos, presumiblemente, estaban jugando a otra cosa, tal vez una partida en la que también estaban en juego las relaciones con otros países o bloques. Y no deberíamos suponer que esos prisioneros estaban destinados a encarcelamientos indefinidos de todos modos: aunque generalmente es bueno para los medios occidentales fingir lo contrario, después de una década de reformas vacilantes, Cuba es un país algo diferente en estos días. Los teléfonos inteligentes y el uso de Internet han proliferado en los últimos años y el discurso político está relativamente libre de restricciones, siendo los evangélicos, por ejemplo, capaces de movilizarse en masa contra la legislación progresista en materia de género y contra los derechos reproductivos. Aunque quisiera hacerlo, parece razonable suponer que el Estado cubano no tiene los medios ni para vigilar exhaustivamente y ni para mantener bajo control a una población ahora inmersa en Facebook, WhatsApp y redes sociales similares. Tiene prioridades bastante más urgentes, como la escasez de alimentos y los cortes de electricidad que asolan la isla. De hecho, dado que los aspectos digitales del bloqueo encierran parcialmente a la isla en una especie de “gran cortafuegos” externo, que puede dificultar el acceso a grandes áreas de Internet, el principal censor en Cuba es actualmente el gobierno de Estados Unidos.

¿Por qué Biden esperó tanto tiempo para revertir la medida de Trump? Por supuesto, no resulta en absoluto inusual que un gobierno demócrata conserve o amplíe buena parte de los cambios introducidos en el ámbito geopolítico por su predecesor republicano. Pero, ¿pensó Biden que atacar de una u otra forma a Cuba podría funcionar bien en Florida, que Obama le había arrebatado a Bush y que Trump ganó por márgenes relativamente estrechos? ¿Estaba en deuda con los halcones de Cuba de su propio partido, como el sórdido senador de Nueva Jersey, Bob Menéndez, que cayó en desgracia el año pasado al ser condenado por corrupción por trabajar en nombre de Egipto y Catar? El cambio de opinión de Biden en el último momento, con Florida ya perdida y Menéndez fuera, podría parecer que indica que ambos fueron factores determinantes de su decisión. ¿O tal vez fue una apuesta implícita para hacer propio, mediante un gesto carente de valor, el significado de la inminente liberación de prisioneros por parte de Cuba como resultado aparente de los duros regateos de los promotores de la democracia?

Puede que nunca desentrañemos los misterios de este abyecto gesto. Lo que importa ahora es cómo será este segundo mandato de Trump, que cuenta con Rubio como secretario de Estado. Al otro lado del Estrecho, desde el estado natal de Rubio, se anticipa lo peor. Cuba siempre está bajo embargo, pero hay una gran diferencia en cómo lo está: bloqueo naval literal durante la crisis de los misiles; inclusión en lista de Estados patrocinadores del terrorismo; bloqueo digital; aplicación del Título III de la Helms-Burton Act (1996). Esta última, que Biden también revocó, y que tiene como objetivo ahuyentar a los inversores haciéndolos legalmente responsables ante los tribunales estadounidenses por el tráfico de bienes confiscados durante la revolución, parece haber sido descuidada hasta ahora en el espectáculo de los primeros días de Trump. Ello probablemente no durará mucho. La verborrea sobre los derechos humanos y la promoción de la democracia probablemente dará paso a simples bravuconadas, como la amenaza dePULVERIZE the régime once & for all” del congresista Carlos Giménez, aunque no está claro hasta qué punto ello servirá a la agenda estadounidense. Una herramienta más eficaz ha sido durante mucho tiempo el trato preferencial dado a los inmigrantes cubanos, que ayuda a drenar de la isla la población cualificada en edad de trabajar, lo cual tiene implicaciones significativas para su economía y para la sociedad cubana en general. Pero ello puede entrar en conflicto con una base republicana, que tiene dificultades para considerar virtuosa cualquier tipo de inmigración, lo cual supone otra versión de la contradicción en torno a las visas H-1B, que enfrentó a diferentes grupos de partidarios de Trump incluso antes de que el nuevo presidente asumiera el cargo. Dejemos que las contradicciones se multipliquen (Tomado de Diario Red).

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