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Antecedentes históricos de los anuncios del 17D

Quiero comenzar mis palabras recordando a los que ya no están físicamente entre nosotros, pero su huella resulta imborrable en la historia de los intercambios académicos y la propia historia de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, me refiero a Esteban Morales Domínguez, Ricardo Alarcón de Quesada y Ramón Sánchez Parodi.

En segundo lugar, agradecer a Peter Kornbluh y William Leogrande, quienes durante décadas han contribuido a los estudios sobre la política de Estados Unidos hacia Cuba, desde enfoques serios, objetivos, honestos, en búsqueda incesante de la verdad histórica sobre la base de un sentimiento y voluntad de construir puentes entre ambas naciones y pueblos.

Hace 10 años, el 13 de octubre de 2014, en la Sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), presentábamos de conjunto nuestros libros: Diplomacia Encubierta con Cuba, de Kornbluh y Leogrande, y De la confrontación a los intentos de normalización, de Esteban Morales y quien les habla. Ello fue también el resultado de una colaboración académica e investigativa de varios años, que se sostiene como vasos comunicantes muy sólidos y resisten todos los temporales. Esa colaboración ha continuado hasta la actualidad y creo ha sido muy beneficiosa para ambas partes y sus resultados han contribuido a mostrar una arista muy importante —menos estudiada y difundida— de las relaciones Estados Unidos-Cuba, que es precisamente la historia de la diplomacia secreta, una experiencia de gran valor para actores políticos y diplomáticos.

Diplomacia Encubierta con Cuba y De la confrontación a los intentos de normalización, fueron “el resultado de una colaboración académica e investigativa de varios años”.

Peter ha defendido una idea que también comparto, la historia puede usarse para hacer la historia, y si esa historia significa contribuir a una mejor relación entre Estados Unidos y Cuba, es un objetivo noble, audaz y oportuno siempre.

Las conferencias Girón 40 años después y La Crisis de Octubre: una visión política 40 años después, celebradas en La Habana en 2001 y 2002 respectivamente, que contaron con la presencia del líder de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, y de actores históricos muy cercanos al presidente Kennedy, es una experiencia a estudiar y retomar sobre estos mismos temas y otros que han marcado la relaciones entre ambos países.

I

Nos reunimos hoy, pasados 10 años, para analizar desde una perspectiva histórica, lo ocurrido aquel 17 de diciembre de 2014.

En mi caso, quiero destacar la idea, y en eso voy a concentrar buena parte de mi intervención, de que los 18 meses de conversaciones secretas que condujeron a los históricos anuncios y el proceso posterior de avance hacia una posible normalización de las relaciones entre ambos países, si bien tuvo elementos que pudiéramos considerar inéditos, no lo fue en su totalidad, pues había ya una historia precedente de acercamientos, diálogos, negociaciones e intentos de avanzar hacia una relación más civilizada entre ambos países, que no puede ignorarse, incluso, para poder entender a cabalidad, como proceso histórico, lo ocurrido antes y después del 17 de diciembre de 2014.

Desde la ruptura de las relaciones diplomáticas en enero de 1961, y es la historia que recogen nuestros libros, la diplomacia secreta ha acompañado tras bambalinas la conocida confrontación Estados Unidos-Cuba. Junto a la guerra económica, planes de invasión, sabotajes e intentos de asesinato de los líderes de la Revolución, las distintas administraciones estadounidenses, desde Kennedy hasta Obama, establecieron algún tipo de comunicación con las autoridades cubanas.

“(…) antes de Obama, solo dos gobiernos estadounidenses se habían planteado avanzar hacia la ‘normalización’ de las relaciones con Cuba”. Foto: Tomada de la BBC.

Pero también es cierto que, antes de Obama, solo dos gobiernos estadounidenses se habían planteado avanzar hacia la “normalización” de las relaciones con Cuba, desde sus respectivas visiones: la administración republicana de Gerald Ford (1974-1977) —sobre todo bajo la iniciativa de Henry Kissinger— y la demócrata de James Carter (1977-1981). En 1963, pocos meses antes de ser asesinado en Dallas, J. F. Kennedy había valorado una exploración discreta de un modus vivendi con Cuba —algunos de sus asesores se refirieron a esta iniciativa como la dulce aproximación a Castro—, una experiencia que no tuvo tiempo de madurar lo suficiente al producirse su asesinato el 22 de noviembre de 1963.

“Durante la administración Carter fueron muchas las acciones de Fidel que mostraron su disposición de mejorar las relaciones con Estados Unidos”. Foto: Tomada de Fidel, soldado de las ideas.

Hay que señalar que, aunque la administración republicana de Ronald Reagan no mostró ningún tipo de motivación para conversar secretamente al más alto nivel con Cuba, no clausuró de inmediato el canal de comunicaciones que se había establecido en los años de Carter —llamado canal ALFA—, sino que lo utilizó para enviar un mensaje en tono amenazante: si Cuba se retiraba de África y desistía de apoyar los movimientos de liberación en Centroamérica, Estados Unidos podía valorar la eliminación del “embargo”; de lo contrario, la Isla sufriría terribles consecuencias. De ahí que se produjeran dos conversaciones más a ese nivel, la realizada en México, el 23 de noviembre de 1981, entre el vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez y el secretario de Estado, Alexander Haig, y de Fidel con el enviado del gobierno estadounidense Vernon Walters en 1982. Nada se logró con esas conversaciones, pues esa posición de fuerza siempre ha sido inaceptable para Cuba.

Luego se producirían otros diálogos, pero a un nivel más bajo y solamente para abordar asuntos puntuales que eran de interés de ambas partes, como el tema migratorio en 1984 y 1986 y las conversaciones —junto a Angola y Sudáfrica— que condujeron a la solución del conflicto en el continente africano en torno a Angola y Namibia. Estas últimas concluyeron en diciembre de 1988, con la firma del acuerdo que dio lugar a la retirada de las tropas sudafricanas de Angola, la independencia de Namibia, la salida de las tropas cubanas de Angola y, en perspectiva, al fin del régimen del apartheid en Sudáfrica.

Toda esta historia y mucho más que pudiera mencionarse, como los contactos y negociaciones que tuvieron lugar durante el mandato demócrata de William Clinton, precede a los anuncios del 17 de diciembre de 2014. Además de la diplomacia secreta, es importante señalar que con ella también ha convivido lo que se ha denominado la metadiplomacia, figuras que fuera de las estructuras de poder se han utilizado o han desempeñado un rol importante como puente de comunicación entre Washington y La Habana.

En ambos libros se hace referencia a estas personalidades que tuvieron sobre sus hombros esa misión histórica: el abogado James Donovan; la periodista Lisa Howard y el periodista francés Jean Daniel durante los años de Kennedy; el equipo de prensa liderado por Frank Mankiewicz e integrado por Saull Landau y Kirby Jones que trasladaron mensajes de Kissinger a Fidel; el presidente de la Coca Cola, Paul Austin, enviado secreto de Carter; el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez durante la presidencia de Clinton, entre otros.

Bill Clinton y Gabriel García Márquez. El Gabo, Premio Nobel de Literatura, fue una de las personalidades que desempeñó un rol importante como puente de comunicación entre Washington y La Habana. Foto: Tomada de Internet.

Sin embargo, todas estas experiencias históricas naufragaron en la búsqueda de un horizonte distinto para las relaciones bilaterales. En cada contexto hubo elementos que contribuyeron a torcer el rumbo, pero en todos ellos prevaleció un obstáculo que impidió avanzar más y en muchos casos produjo un retroceso significativo: la no superación de la esencia histórica de la confrontación entre ambos países caracterizada por la intención de Estados Unidos de dominar la política doméstica y exterior de Cuba y la voluntad manifiesta de la Isla de defender su soberanía e independencia a cualquier precio, es decir, hegemonía versus soberanía.

En los reducidos momentos en que el gobierno de Estados Unidos valoró un nuevo enfoque de política hacia Cuba, la “normalización” no se desprendió de las ínfulas de dominación —por otras vías— sobre el destino de la mayor de las Antillas, al pretender condicionar el avance del proceso a aspectos que tenían que ver con la soberanía de Cuba, ya fueran en política externa o interna, utilizando en no pocos casos el bloqueo económico, comercial y financiero como un arma de negociación, como puñal clavado en la garganta del pueblo cubano.

Por otro lado, durante más de 60 años, las fuerzas de extrema derecha, unidas al lobby anticubano y una razón de estado que ha prevalecido en la política hacia Cuba en Washington, han logrado torpedear e imponerse ante cualquier tentativa de ligero cambio dentro de la clásica agresividad que ha marcado la ruta y la visión sobre Cuba.

II

Estamos en el Centro Fidel Castro Ruz, y un día como hoy, y en un lugar como este donde se estudia y difunde el legado del líder histórico de la Revolución, no puedo dejar de referirme a su papel en toda esta historia. Se falsea la verdad cuando se señala que Fidel fue un obstáculo para la normalización de las relaciones entre ambos países. Kornbluh, Leogrande, Esteban Morales y yo, luego de revisar cientos de miles de páginas de documentos desclasificados en Estados Unidos y Cuba, pudimos corroborar que si hubo alguien dispuesto desde el propio año 1959 a buscar un modus vivendi entre ambos países fue Fidel Castro, y no solo que estuvo dispuesto, sino que él mismo se involucró directamente en numerosas iniciativas de acercamiento secreto.

A través del abogado James Donovan, quien negoció con él la liberación de los invasores presos a raíz de la invasión de 1961, la periodista Lisa Howard y otras vías, el líder de la Revolución hizo llegar al Gobierno de Kennedy una y otra vez su disposición de conversar en busca de un entendimiento.

La periodista Lisa Howard fue otra de las figuras de la llamada metadiplomacia en los intentos de restablecer la normalidad en las relaciones entre ambas naciones. Foto: Tomada de Cubainformación.

En agosto de 1961 Ernesto Che Guevara trasladó una rama de olivo al Gobierno estadounidense en un encuentro que sostuvo en Montevideo con el asesor especial de Kennedy para asuntos latinoamericanos, Richard Goodwin. Es imposible pensar que el Che actuara por su cuenta y no de común acuerdo con el líder cubano. Como muestra de esa voluntad, quedó un documento que podemos considerar una joya histórica y es el mensaje verbal que envió Fidel al ya presidente Lyndon Johnson a través de la periodista Lisa Howard en 1964, que entre otras cosas expresaba:

“[…] Dígale al presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que espero seriamente que Cuba y los Estados Unidos puedan sentarse en su momento en una atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar nuestras diferencias. Creo que no existen áreas polémicas entre nosotros que no puedan discutirse y solucionarse en un ambiente de comprensión mutua. Pero primero, por supuesto, es necesario analizar nuestras diferencias. Ahora, considero que esta hostilidad entre Cuba y los Estados Unidos es tanto innatural como innecesaria y puede ser eliminada”.

Hasta a un furibundo adversario de la Revolución cubana como Richard Nixon tendió la mano Fidel de manera confidencial. Los documentos desclasificados en Estados Unidos muestran que el 11 de marzo de 1969 el embajador suizo en La Habana, Alfred Fischli, luego de haber tenido una entrevista con Fidel, en un encuentro que sostuvo con el secretario de Estado de Estados Unidos, William P. Rogers, trasladó a este un mensaje no escrito del primer ministro cubano en el que expresaba su voluntad negociadora.

Durante la administración Carter fueron muchas las acciones de Fidel que mostraron su disposición de mejorar las relaciones con Estados Unidos. En el año 1978, como un gesto unilateral, sin negociarlo con Estados Unidos, Cuba liberó a miles de presos contrarrevolucionarios, lo cual evidenciaba un deseo de la dirección cubana de reanimar el proceso de normalización de las relaciones entre ambos países.

“En ese momento —escribió Robert Pastor, asistente para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional—, llegué a la conclusión de que Castro vio esta iniciativa como una manera de tratar de poner las discusiones sobre la normalización de nuevo en marcha. No tenía la menor intención de negociar el papel de Cuba en África a cambio de la normalización, pero tal vez pensó que gestos positivos en los derechos humanos, prioridad de Carter, serían suficientes. No lo eran”.

Se podrían mencionar otros ejemplos. Pero estos son más que suficientes para demostrar que Fidel siempre estuvo dispuesto al diálogo y la negociación con el vecino del Norte. Sin embargo, también insistió, con sobrada razón y teniendo como respaldo el derecho internacional y un conocimiento profundo de la historia de Cuba, que este diálogo o negociación fuera en condiciones de igualdad y de respeto mutuo, y no persiguiera que Cuba cediera ni un milímetro de su soberanía o abjurara de alguno de sus principios.

“Tal vez sea idealista de mi parte—expresó Fidel a Peter Tarnoff y Robert Pastor, dos enviados de Carter, en conversaciones sostenidas en la Habana en diciembre de 1978—, pero nunca he aceptado las prerrogativas universales de los Estados Unidos. Nunca acepté y nunca aceptaré la existencia de leyes diferentes y reglas diferentes”.

Como señalan en su obra Peter Kornbluh y William Leogrande: “hay evidencia sustancial de que Castro realmente quería relaciones normales con Washington” y no fueron pocos los momentos en que administraciones estadounidenses prometieron mejores relaciones a cambio de gestos conciliadores de Cuba, para luego incumplir su palabra.

“En 1984 Washington insinuó que las concesiones de Cuba en materia de migración conducirían a mejores relaciones y a un diálogo más amplio, y luego renegó de su promesa una vez que se firmó el acuerdo migratorio. En 1988 el Departamento de Estado prometió explícitamente que la cooperación cubana en las negociaciones del Sur de África daría lugar a un diálogo más amplio sobre cuestiones bilaterales, y de nuevo Washington renegó de su palabra. En 1994 Clinton le prometió a Castro que la cooperación de Cuba para poner fin a la crisis de los balseros daría lugar a un diálogo más amplio sobre el embargo. Cuba acabó con el problema, pero Clinton nunca cumplió su promesa”.

Como señalan en su obra Peter Kornbluh y William Leogrande (izquierda): “hay evidencia sustancial de que Castro realmente quería relaciones normales con Washington”. Foto: Tomada de Cubadebate.

Seis semanas después de los anuncios del 17 de diciembre de 2014, Fidel, con la experiencia de haber lidiado con 10 administraciones estadounidenses, ratificó su posición en cuanto a una normalización de las relaciones con Estados Unidos. “No confío en la política de los Estados Unidos” —dijo—, teniendo suficientes elementos de juicio para hacer ese planteamiento. Pero también expresó que, como principio general, respaldaba “cualquier solución pacífica y negociada a los problemas entre Estados Unidos y los pueblos o cualquier pueblo de América Latina, que no implique la fuerza o el empleo de la fuerza”.

Quiero terminar ratificando la postura histórica de Cuba, su disposición al diálogo y el entendimiento con Estados Unidos, sobre la base del respeto mutuo y sin que eso signifique la merma de la soberanía de la Isla o la renuncia a alguno de sus proclamados principios. Esa postura la encontramos como una constante en el discurso político revolucionario, pero también en los documentos de las conversaciones secretas que tuvieron lugar en estos períodos ya mencionados. Recientemente nuestro presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez lo volvió a ratificar, cuando expresó:

“El escenario que se nos presenta en las relaciones con Estados Unidos no ha sido una sorpresa para Cuba, era muy probable y veníamos preparándonos para ello. Pero la política de principios de la Revolución cubana se mantiene invariable.

“Ratificamos la disposición al diálogo serio y responsable, avanzar hacia una relación constructiva y civilizada, basada en la igualdad soberana, el respeto mutuo, el beneficio recíproco para ambos pueblos, al margen de las diferencias políticas profundas entre los gobiernos.

“Cuba reafirma su determinación de defender su derecho soberano a construir un futuro propio, independiente, socialista, libre de injerencia extranjera y comprometido con la paz, el desarrollo sostenible, la justicia social y la solidaridad”.

Cierto que todo indica que se avecina una etapa en la que prevalecerá el enfoque de la clásica agresividad contra Cuba, pero la historia, como maestra de la vida, sigue mostrando que otro camino es posible y necesario para el beneficio de nuestros pueblos y la humanidad. Cuba seguirá bregando por su dignidad, principios e independencia, a través de una política cauta y viril, como definiera ya en el siglo XIX el apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, debía ser la postura de la República independiente ante el desafío que representaba a 90 millas la Roma americana.

Ningún momento mejor para recordar las palabras de Fidel en carta dirigida al presidente mexicano Salinas de Gortari el 22 de septiembre de 1994, para que se las trasmitiera al presidente estadounidense William Clinton:

“La normalización de las relaciones entre ambos países es la única alternativa; un bloqueo naval no resolvería nada, una bomba atómica, para hablar en lenguaje figurado, tampoco. Hacer estallar a este país, como se ha pretendido y todavía se pretende, no beneficiaría en nada los intereses de Estados Unidos. Lo haría ingobernable por cien años y la lucha no terminaría nunca. Sólo la Revolución puede hacer viable la marcha y el futuro de este país”(Tomado de La Jiribilla).

(Intervención en panel realizado en el Centro Fidel Castro Ruz, el 16 de diciembre de 2024).

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