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Marisa Paredes, la estrella de la edad madura en la cultura de la transición

Uno de los elementos más repetidos de los obituarios en homenaje de la actriz Marisa Paredes, fallecida el 17 de diciembre, ha sido el recuerdo de que se trataba de “la hija de la portera”. Como la estrella de la canción que interpretó en Tacones lejanos, la madrileña era una artista de éxito que había nacido en una familia humilde. Su caso podía inspirar narrativas de éxito individual a través del esfuerzo, pero la protagonista de La flor de mi secreto conservó en todo momento una sensibilidad política. La historia de las Paredes del mundo no debía explicarse solo a través del talento, sino también de la defensa de instituciones que garantizasen oportunidades a quienes no nacen en entornos privilegiados.

Después de veinte años de trayectoria como actriz de cine, teatro y televisión, la carrera de Paredes vivió un nuevo impulso de la mano de Pedro Almodóvar. Sus roles importantes en Tacones lejanos y, especialmente, en La flor de mi secreto evidenciaron que la madrileña podía liderar repartos en la gran pantalla. Lo hizo tanto en España como en otros países. La receptora de un Goya de Honor en 2018 apareció en la exitosa La vida es bella, de Roberto Benigni. No fue el único realizador de alcance internacional que contó con ella. Lo hicieron Guillermo del Toro (para El espinazo del diablo), Arturo Ripstein (para Profundo carmesí y El coronel no tiene quien le escriba), Raoul Ruiz (para Tres vidas y una sola muerte) o un nombre relevante (y algo olvidado) de los nuevos cines europeos, el suizo Alain Tanner (La salamandra), quien rodó con ella Jonás y Lila.

La intérprete consiguió proyectar una personalidad escénica o una presencia durante la edad madura que resultaba tan impactante que le permitió conservar un espacio en un audiovisual tendente a la juvenilización y que prioriza los rostros ‘frescos’. Fue una especie de Isabelle Huppert a la española, curtida en los melodramas de pasiones destructivas, esteticismo y (a menudo) glamur dirigidos por Pedro Almodóvar. Esto último facilitó que la actriz se convirtiese en un icono del mundo LGBTIQ.

Marisa en el país del diseño

Algunos proyectos en los que participó Paredes han acabado pareciendo un tanto insatisfactorios desde la perspectiva política que la actriz defendió en su vida personal. En Tacones lejanos o La flor de mi secreto, ella habitaba escenarios cuidadosamente preparados y vestía ropas llamativas de grandes diseñadores convertidos en marcas corporativas. Era la España de diseño que creía en el progreso, en la Unión Europea que iba a traer prosperidad y convergencia de las economías del continente. La España de una progresía que defendía reivindicaciones identitarias mientras iba aceptando la idea de que la economía neoliberal es supuestamente la única posible.

De alguna manera, los escenarios de los melodramas de Almodóvar se convertían en imágenes de la España que dejaba atrás el bullicio militante antifranquista y había asumido el terreno de juego neoliberal. En símbolos de un fenómeno local (la despolitizadora cultura de la transición) y de tendencias más internacionales (esas terceras vías de partidos nominalmente socialistas que se rendían a los grandes capitales y privatizaban recursos y servicios públicos). Pero no estamos ante obras propagandísticas, por supuesto, sino ante propuestas autorales sometidas a tensiones y contradicciones. Había aires de modernidad, pero también madres castizas (véase Chus Lampreave) y canciones populares cantadas en Almagro. Había una cierta mirada admirada a los bolsos de Chanel, pero también manifestaciones por los derechos laborales, estampas de una marginalidad social que no desaparecía con la llegada de fondos europeos y, por supuesto, visibilización de diversidades sexuales.

Esta Marisa Paredes rodeada de escenarios y vestidos de diseño también habitó La reina anónima, una extraña comedia negra onírica dirigida por Gonzalo Suárez (El detective y la muerte). El filme tenía algo de almodovariano (en algunos juegos cromáticos, en la elección de actrices como Paredes y Carmen Maura), aunque fuese con una narrativa visual menos exquisita. Y coincidía en ser una fotografía (irracionalista) de ese país de publicistas y diseñadores de interiores que quería ser modernísimo.

La propuesta del realizador asturiano parecía beber de manera tardía del feminismo de los años 70. Apegada a la ocurrencia surrealista, desbordaban los marcos del melodrama clásico con el que dialogaba Almodóvar y resultaba más confrontativa en algunos aspectos.  El Federico Fellini de La ciudad de las mujeres había caído en la autocompasión por la amenaza al macho que suponía la irrupción de asambleas de mujeres airadas. Suárez, en cambio, parecía contemplar con una cierta simpatía su delirio sobre esposas que debían liberarse del yugo machista a través del asesinato. Las fantasías homicidas quedaban en el ámbito del sueño, pero eran emanaciones de una necesidad real de soberanía por la que había que luchar durante la vigilia. Paredes, disfrazada durante toda la película de tentación glamurosa, distante y misándrica, encarnaba la imposibilidad de pactar con el adversario. En el mundo real, en cambio, sí que se pactaba y consensuaba… bajo las reglas de los ganadores.

Presidenta del cine español ‘de la ceja’

Como presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, Paredes fue una voz destacada en la entrega de los Premios Goya celebrada en 2003. La celebración pasaría a la historia como la gala del no a la guerra, de la contestación contra la invasión de Iraq que acometía una coalición de países liderada por Estados Unidos. Paredes aludió en su discurso institucional a la libertad de expresar las opiniones políticas sin miedo. Lo que debía temerse era la guerra, no posicionarse en contra de ella, vino a decir. Muchos compañeros fueron más o menos taimadamente represaliados por aquella noche.

De alguna manera, ese fue un momento bisagra en la historia social y cultural del cine español. El gobierno Aznar, inicialmente proclive a intentar seducir a un sector históricamente cercano al PSOE, pasó a considerarlo un enemigo. Ya no se trataba de recelar de artistas concretos que se posicionaban en la izquierda política, sino de enemistarse con todo el sector. Veinte años después, los discursos que estigmatizan a supuestos profesionales de la subvención y rehenes de intereses (partidistas) espurios forman parte del sentido común neoliberal en nuestro país. Olvidando, por ejemplo, el uso intensivo de exenciones, bonificaciones fiscales, uso de fondos públicos y otras estrategias financieras del Hollywood corporativo supuestamente liberal.

Paredes dejó sus responsabilidades en la Academia, pero continuó mostrando su preocupación por la política. En los últimos años, participó como ciudadana en múltiples manifestaciones ciudadanas de corte feminista, pacifista, ecologista… También tuvo palabras de adhesión a varios partidos y figuras de la izquierda parlamentaria, y de rechazo evidente a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Las apariciones en la gran pantalla de la actriz se habían ido espaciando en los últimos años, pero tenía pendiente el estreno de Emergency exit, el retorno a la dirección del productor Lluís Miñarro (Stella Candente). Será una oportunidad de reencontrarse con uno de los rostros más inolvidables de la historia del cine estatal (Tomado de El Salto).

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