Cubaperiodistas recomienda

El gran capitán de la guerra del tiempo

Faltaban cinco días para que cerrara sus puertas el almanaque. Aquel año se habían publicado dos grandes novelas de las literaturas inglesa y francesa, respectivamente: Nostromo, de Joseph Conrad, y Juan Cristóbal, de Romain Rolland, destinadas a pervivir en la memoria. La primera, una trama plena en intrigas, perplejidades, en la ficticia república sudamericana de Costaguana, y la segunda, una biografía imaginaria, un músico (casi un facsímil de Beethoven), un héroe romántico en busca de la sabiduría. Curiosamente, ambas pueden advertir el futuro que tendrá un niño a punto de llegar.

Ese alguien, que nacerá el 26 de diciembre de 1904 en la ciudad suiza de Lausana, hijo de un joven arquitecto francés llamado Georges Julien, y de Ekaterina, una muchacha rusa estudiante de Medicina, recibe un nombre que valida la ascendencia de su madre: Alexis. El destino de sus padres, a la vuelta de pocos años, conduce a la entonces muy joven República de Cuba. Es allí donde se perfilará la infancia, la adolescencia, la juventud, de quien siempre dijo haber nacido en La Habana, al apropiarse de ella con el ímpetu que regirá sus asombrosas novelas y narraciones: la obra de Alejo Carpentier.

Si bien durante toda su vida, el escritor presumió de ser habanero por nacimiento —línea sostenida más allá de su muerte, el 24 de abril de 1980 en París—, el dato real apareció —lo señala Urbano Martínez Carmenate en su muy pesquisada biografía Carpentier, la otra novela (Ediciones Matanzas)— gracias a Gastón Baquero, quien el 20 de octubre de 1991 en el diario Miami Herald, publicó (lo subraya el biógrafo) “la evidencia inobjetable de la inscripción de nacimiento hecha por sus padres en Lausana”. Se revelaba, al decir del poeta, el arrojo que tuvo el novelista de “echarle imaginación” a su propia biografía.

Fue el escritor español Francisco Umbral quien, en una entrevista publicada el 19 de diciembre de 1978 en el diario El País, lo retratara de esta forma: “Alejo Carpentier es una erre mal pronunciada, una Embajada en París y una prodigiosa literatura”. Lo primero, el hombre en su seña personal más activa, la acentuación legendaria detrás de la cual están sus orígenes familiares y culturales; lo segundo, su vida como hombre de mundo en aquella capital que conocía desde muy joven; y lo tercero, la razón de estos 120 años que alabamos: una obra monumental, acrisolada, en expansión que no cesa.

“Para mí, la historia —el ayer— es algo tan vivo, tan presente, como lo que me circunda en la hora actual”, le confesaba el escritor al periodista uruguayo Ernesto González Bermejo, en una entrevista publicada en la revista Crisis, de Buenos Aires, en octubre de 1975. Estaban frescas las publicaciones, por su setenta cumpleaños, de dos novelas que bien refrendaban aquella afirmación: El recurso del método y Concierto barroco, las andanzas de un dictador latinoamericano que sintetizaba a muchos de su tipo, y un extraordinario viaje al carnaval de Venecia a inicios del siglo XVIII, respectivamente.

En aquel momento, ciertamente, la aparición de Concierto barroco, una novela tan astuta en su edificación narrativa, como insumisa a cualquier clasificación angosta —por lo demás, escritura airosa de un septuagenario—, resultó una epifanía en los recintos literarios. El mexicano Carlos Fuentes, lo advirtió con creces en un prólogo a la obra del cubano: “…más que un divertimento, una stravaganza, un Concierto barroco en el que todas las épocas, todas las formas, todos los espacios se dan cita, se funden, (…) Vivaldi, Haendel y Scarlatti (…) jazz de Nueva Orleans y la comparsa de Santiago de Cuba”.

Desde que en 1949 irrumpiera El reino de este mundo en el ámbito de la lengua española —cuya edición príncipe corriera a cargo de la editorial EDIAPSA en México, D.F.—, el nombre de Alejo Carpentier se situó en lo más alto de los firmamentos de la lengua española. Aquel libro, la narración alucinante de la revolución haitiana, y de la corte del rey Henry Christophe en las montañas más altas del Caribe, confluencia de personajes y acontecimientos tan fidedignos como documentados, inauguraba una manera de adentrarse en las coordenadas de tiempos pretéritos, y mucho más.

En su “Prólogo” a El reino de este mundo, el autor entrega uno de los textos más atrayentes y puntuales realizado por un hacedor de “ficciones literarias”, a la hora de “explicar” las razones que han motivado su narración, en este caso, el testimonio de la construcción de un mundo verbal y, con él, la visión de sus coordenadas e incitaciones más recónditas. Allí advierte que “lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad…”.

Lector pertinaz de aquella novela, el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, en un ensayo de su libro La verdad de las mentiras, anota a propósito del autor que “aunque es cierto que su material de trabajo para crear ficciones era la historia documental, las fuentes escritas para investigar el pasado, también lo era que, en el proceso de convertir en novela aquella materia prima, sometía ésta a una transformación tan radical que en la ficción pasaba a ser una realidad inventada de pies a cabeza (…). Deshacer la historia, mudada en ficción, era la manera propia de Carpentier de inventar historias”.

Uno de los más eminentes conocedores de aquel mundo narrativo, el ensayista cubano Roberto González Echevarría, ha apuntado en Carpentier el extranjero (1904-1980) que “a partir de El reino de este mundo, Carpentier sintió ya que escribía para la historia, no sólo para el presente, que su obra era de las grandes y debía cuidar su desarrollo”. Y así lo muestra su itinerario novelístico desde allí: Los pasos perdidos (1953), El acoso (1956), El siglo de las luces (1962), Concierto Barroco y El recurso del método (ambas en 1974), La consagración de la primavera (1978) y El arpa y la sombra (1979).

Junto a aquel derrotero que lo sitúa entre los novelistas señeros —en carta abierta a Carlos Fuentes por su setenta cumpleaños en 1998, un artífice del género, el checo Milan Kundera, señalaba que, tras los grandes novelistas europeos de principios del siglo veinte, “otra gran pléyade (…) en tu lado del mundo, seguía transformando la estética de la novela: Juan Rulfo,  Carpentier…”—, libros de ensayo como La música en Cuba (1946) y Tientos y diferencias (1964), entre otros, o los relatos de Guerra del tiempo (1958), amplían considerablemente el ya vasto horizonte carpenteriano.

Ciento veinte años después de aquel 26 de diciembre, la obra de Alejo Carpentier, una de las figuras capitales de la lengua española, refrenda la ciudadanía, más allá de Lausana o de La Habana — “Como gustéis”, para decirlo a la manera de Shakespeare—, de ese cubano universal, dueño y señor de magnas arquitecturas novelísticas, músico bien asentado en el ritmo y el despliegue de una prosa tan elegante como sugerente, artífice de personajes que subyugan desde el tejido de tramas portentosas, ensayista que sabe trenzar lo ameno y lo ilustrado… El gran capitán de la guerra del tiempo (Tomado de Radio Angulo).

 

Foto del avatar
Eugenio Marrón Casanova
Escritor y editor en el sello Ediciones Holguín. Entre sus títulos están: El Sabor del Instante, (Ediciones Holguín, 2016) y Romeo y Julieta en Manhattan (Ediciones La Luz, Holguín, 2022). Su más reciente libro es "Del Alba, La lluvia y el Tiempo" (Antología Poética, Ediciones Holguín, 2024) Colaborador habitual en revistas culturales cubanas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *