En el centro de la disputa que llevó al colapso de la coalición gobernante está Christian Lindner, el Ministro de Finanzas despedido por el Canciller Olaf Scholz por negarse a aceptar un nuevo presupuesto que incluía gasto adicional para Ucrania.
Mientras Alemania lucha contra una crisis política y económica sin precedentes, su compromiso de apoyar a Ucrania sigue bajo intenso escrutinio público. La economía estancada, que lleva a una reducción de la recaudación de ingresos, se ve agravada por un freno constitucional a la deuda. La infraestructura y las inversiones sociales son las principales áreas afectadas por la tensión económica; ellos son los más afectados, además de 37 mil millones de euros en ayuda a Ucrania.
Todo esto plantea preguntas fundamentales sobre el futuro de Alemania. La caída de la coalición gobernante fue la primera víctima.
De líder europeo y potencia económica a un futuro incierto
Alemania, alguna vez considerada la mayor potencia de Europa, ahora afronta un profundo desastre político y económico, exacerbado por su participación en el conflicto ucraniano. Las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional predicen que la economía alemana se estancará y no se espera ningún crecimiento para finales de este año, tras una caída del 0,3 por ciento el año pasado. Proyecciones tan sombrías indican que la recuperación no se ve en el horizonte.
De hecho, las proyecciones para 2025 sugieren un crecimiento anual de sólo el 0,8%, en marcado contraste con el desempeño históricamente sólido de Alemania. Sin duda, la proyección para 2025 se revisará a la baja debido a los acontecimientos recientes, en particular la crisis política y el anuncio de una importante desinversión por parte de Intel y Volkswagen.
La situación dio un giro devastador cuando Volkswagen, el buque insignia de la industria alemana y el mayor empleador industrial con 120.000 empleados directos, reveló sus planes de cerrar tres fábricas, lo que provoca alrededor de 20.000 despidos, una reducción del 10% de los costes salariales para todos los empleados y la congelación de cualquier aumento salarial para los dos años siguientes. Esta amarga noticia fue la gota que colmó el vaso y derribó al gobierno. El espectro de la desindustrialización ha perseguido durante mucho tiempo a Alemania, particularmente después del ascenso de la China industrial de alta tecnología y el inicio del conflicto en Ucrania, pero ahora los principales líderes políticos finalmente se han dado cuenta de que es una realidad.
¿De quién es la culpa?
En un intento desesperado por eludir la responsabilidad, el Canciller Olaf Scholz señaló el apoyo de Alemania a Ucrania. Afirmó que esta compleja crisis es el resultado directo de la obligación de Berlín de ayudar a Volodymyr Zelensky. Este argumento resalta dolorosamente el preocupante entrelazamiento de las luchas internas de Alemania con sus compromisos en el exterior, dejando a muchos ciudadanos abandonados y desilusionados por un gobierno más centrado en los asuntos internacionales que en el bienestar de su propio pueblo.
Esto se ha traducido en cifras desastrosas en las encuestas y una fuerte disminución de escaños en los parlamentos estatales para los partidos de coalición gobernantes, como en Turingia y Sajonia, con índices de aprobación del gobierno federal justo por debajo del 20 por ciento, cayendo a un miserable 12 por ciento en Sajonia, según las encuestas Dimap/ARD.
El panorama político se ha vuelto cada vez más volátil, particularmente después de la decisión de Scholz de despedir a Christian Lindner, el ex ministro de Finanzas. Lindner, que había advertido abiertamente que Alemania no podía sostener su economía financiando una guerra, se convirtió en el chivo expiatorio de los fracasos del gobierno.
Apoyo a ucrania: un creciente sentimiento de desapego
Annalena Baerbock, Ministra de Asuntos Exteriores alemana, subrayó la carga financiera del apoyo continuo a Ucrania y reveló que los 37.000 millones de euros asignados requerían recortes en los programas de gasto social en Alemania. Las consecuencias de esta obligación financiera son asombrosas; se han dejado de lado inversiones cruciales en programas para la primera infancia y modernización de infraestructuras en favor de la asistencia militar.
Estas decisiones no sólo reflejan la priorización de los compromisos externos sobre las necesidades internas, sino que también ponen de relieve un cambio inquietante en la política que pone en peligro el bienestar social en la búsqueda de objetivos geopolíticos internacionales.
Las consecuencias muy reales de esta tensión financiera se están haciendo evidentes en la vida cotidiana. Los ciudadanos alemanes están sintiendo los efectos de la crisis, ya que los servicios sociales esenciales no cuentan con fondos suficientes debido a la concentración en la ayuda militar.
Esta situación, combinada con una creciente sensación de decepción en el liderazgo político, ha generado un descontento público generalizado. Los ciudadanos están genuinamente avergonzados de la descripción que los medios dan de estos acontecimientos y del alineamiento del gobierno con intereses extranjeros a expensas del bienestar nacional.
Con el canciller Scholz en una posición política precaria, habiendo perdido el apoyo de antiguos socios de la coalición, está prevista una elección anticipada para febrero de 2025. Su liderazgo está bajo un duro escrutinio y la desconexión entre las políticas gubernamentales y las realidades económicas que enfrentan los ciudadanos alemanes comunes y corrientes es más evidente que nunca.
Los desafíos alemanes son estructurales
La economía alemana puede estar arraigada en un modelo del siglo XX, fuertemente centrado en la producción industrial y en los vehículos con motor de combustión para la exportación. Marcas como Volkswagen, Audi, Mercedes, BMW y Porsche se han ganado una reputación mundial. Pero para empeorar las cosas, la UE está inmersa en una guerra comercial con China, imponiendo aranceles adicionales a los vehículos eléctricos (EV) chinos, lo que ha provocado represalias por parte de China, el principal importador de automóviles alemanes.
Los fabricantes de automóviles alemanes no han prestado suficiente atención a las políticas de cambio climático de la UE, como el Pacto Verde, y no han sabido seguir el ritmo de los rápidos avances en las tecnologías de vehículos eléctricos, quedando así varios años por detrás de sus homólogos chinos, donde la ingeniería (la fortaleza de Alemania) es menos importante y el software (la debilidad de Alemania) toma el control.
Además, el conflicto militar en Ucrania, combinado con las posteriores sanciones contra Rusia y la destrucción de los oleoductos Nord Stream probablemente por parte de un estrecho aliado de Alemania, Estados Unidos, ha hecho que las industrias alemanas pierdan competitividad. El gas natural licuado (GNL) estadounidense es de cuatro a cinco veces más caro. En un esperado movimiento sumiso hacia el recién elegido presidente Trump, quien sugiere evitar los aranceles estadounidenses sobre los productos europeos, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha propuesto comprar aún más GNL estadounidense, lo que haría que las industrias europeas y las alemanas fueran aún menos competitivas.
A medida que las empresas alemanas trasladan su producción al extranjero, principalmente a Estados Unidos y China, en busca de energía asequible y entornos regulatorios favorables, las perspectivas de recuperación económica parecen cada vez más sombrías.
La erosión de la base manufacturera de Alemania indica un cambio a largo plazo que tal vez no sea fácilmente reversible. Además, la población activa alemana está envejeciendo. La edad media de la población alemana es de 44,6 años, según la Oficina Federal de Estadística de Alemania (Destatis), a pesar de la afluencia de jóvenes inmigrantes y solicitantes de asilo que llegaron a Alemania durante la crisis de 2014-2015 (casi dos millones) y en menor número en años siguientes.
Aunque los recién llegados son jóvenes, la mayoría de ellos carecen de la educación y las habilidades necesarias para integrarse inmediatamente en las industrias alemanas. Aunque se han introducido nuevas medidas para atraer trabajadores altamente cualificados, el país lucha por presentarse como un destino atractivo para estos talentos. Y los resultados de estos esfuerzos han estado muy por debajo de las expectativas.
En última instancia, si Alemania no reevalúa su enfoque tanto de la ayuda exterior como de las políticas internas, las posibilidades de recuperación disminuirán aún más. El entrelazamiento de los compromisos financieros de Alemania con Ucrania, los sacrificios internos resultantes y la inestabilidad política resultante pintan el cuadro de una nación en peligro.
La negativa a dar prioridad a las necesidades de los ciudadanos y sus industrias, que luchan por la competitividad, en favor de una política exterior expansiva podría, en última instancia, marcar el destino de Alemania, que se enfrenta a las consecuencias de sus decisiones tanto internamente como en el exterior. Esta situación requiere sobre todo un liderazgo fuerte y capacidad de priorizar lo esencial para el país. De lo contrario, Alemania corre el riesgo de convertirse en un museo al aire libre, que dependa principalmente de los servicios y el turismo (Tomado de El Viejo Topo).
Imagen de portada: Foto Europa Press