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Alberto Delgado: el hombre de Maisinicú (I)

Antecedentes familiares, niñez, adolescencia y juventud

Alberto Delgado Delgado, hijo de Abel Delgado González y Nieves Delgado Mesa, procedentes de islas Canarias, nació el 10 de diciembre de 1932, alrededor de las once de la noche en la finca Las Cabezadas, cerca del poblado de Ojo del Agua, término municipal de Caracusey, en la antigua provincia de Las Villas, en el hogar de una familia muy humilde.

A finales de 1939, cuando Alberto apenas contaba con siete años de edad, el que iba a ser su sexto hermano y su madre fallecieron durante el parto atendido por una comadrona, algo que era muy común en aquellos tiempos en que los habitantes de las comunidades rurales más intrincadas no tenían acceso a los servicios médicos.

Los seis niños quedaron al cuidado de su padre Abel Delgado, con el apoyo de su compadre José Martín García, un inmigrante español que residía en esa misma región.

Estos dos hombres, que se caracterizaban por su honradez, su rectitud, pero también por su bondad, atendieron ejemplarmente a los hermanos Guillermina, Alberto, Juan, Imeldo, Macrina y Elena Nivaria (nacidos por ese orden), lo que contribuyó a su formación como personas de bien.

Las precarias condiciones en las que aquellos muchachos se vieron obligados a sobrevivir no les permitieron acceder a ningún tipo de escuela, por lo que no tuvieron quien los enseñara a leer y escribir.

En 1940, cuando Alberto tenía ocho años de edad se incorporó a una escuelita rural ubicada en la zona de San Pedro, municipio de Trinidad, a la que solo pudo ir durante cinco o seis meses, debido a que se vio obligado a interrumpir su asistencia a clases para dedicarse por entero a vigilar hornos de carbón, una compleja labor de apoyo a los carboneros de la zona que le permitía obtener algún dinero para ayudar a su padre en la manutención de sus hermanos.

Durante su niñez, Alberto siempre anduvo limpio, pero descalzo y muy mal vestido. Generalmente se ponía las ropas de uso que le daban algunos vecinos y amistades como pago por hacerles servicios o favores en sus fincas.

En 1944, a los doce años de edad, Alberto se calzó un par de zapatos por primera vez en su vida, un suceso que tuvo gran impacto en él, en sus hermanos y amigos más allegados.

A pesar de las adversidades provocadas por su origen de clase y la injusticia social en que le tocó vivir, siempre fue un muchacho muy respetuoso, alegre y saludable, al que le gustaba practicar beisbol, montar a caballo, remar y asistir a guateques y festividades campesinas.

Como Alberto Delgado y su primo Juan eran menores de edad comenzaron a ganarse la vida por un jornal mínimo, actuando como un dúo de macheteros (Alberto cortaba a la derecha y Juan a la izquierda) en los cañaverales de Chambas, en Ciego de Ávila, donde pernoctaban de noche en oscuros barracones y alojamientos de obreros agrícolas, mientras se costeaban la alimentación con lo que podían adquirir en la tienda del central donde también aceptaban bonos.

La vida tan difícil que había llevado hasta entonces le había forjado un carácter demasiado fuerte para su edad, algo que lo condujo a ser muy rebelde y a no aceptar injusticias, maltratos ni abusos.

Como lo poco que cobraba no le alcanzaba para apoyar la manutención de sus hermanos, decidió marcharse de esta región y regresó a su natal Trinidad, donde encontró trabajo en las labores agrícolas que se realizaban en las fincas Las Cabezadas y Palmarito.

En esa región estuvo trabajando hasta los diecisiete años, cuando, debido a la escasez de empleo, decidió retornar a Chambas, donde fue contratado como chofer de un tractor que se utilizaba en distintas labores relacionadas con la agricultura.

A finales de 1956 surgieron una serie de conflictos laborales entre un grupo de trabajadores jóvenes encabezados por Alberto y un delegado sindical conocido como Quirino, quien respondía a los intereses del dueño de una colonia llamada La Isabelita.

Las contradicciones surgidas provocaron la intervención de la Guardia Rural, que le impuso a Alberto una notificación demasiado fuerte. No salieron peor de ese incidente porque el dueño de la tienda los ayudó, al intervenir frente a los guardias en favor de los muchachos.

Su incorporación a la lucha clandestina y al Ejército Rebelde

En 1957, comenzó a participar en sus primeras actividades revolucionarias en la zona de Falla, en Chambas, donde se incorporó a una célula del Movimiento Revolucionario 26 de Julio que dirigía Eliodoro Consuegra (Charles). Con esta organización se involucró en la venta clandestina de bonos, en el trasiego de mensajes, en tareas de avituallamiento a los rebeldes y en diferentes misiones que le encomendaban.

En el verano de 1958, cuando las guerrillas tomaron auge en las regiones de Chambas, Tamarindo, Florencia y Morón, el mayoral de una de las colonias de Falla le sugirió a Alberto que subiera a las lomas del norte de Las Villas y se alzara contra la tiranía batistiana.

Inmediatamente se incorporó a una de las pequeñas fuerzas irregulares pertenecientes a la Columna 11 Cándido González, dirigida por Roberto León, con la que participó en el combate de Las Margaritas y en la liberación del poblado de Tamarindo, donde se destacó por su valor, pero también por su disciplina y disposición a cumplir cualquier misión.

El triunfo de la Revolución cubana

A partir del primero de enero de 1959, al producirse el triunfo de la Revolución cubana, Alberto Delgado fue asignado a una unidad militar del Ejército Rebelde ubicada en la Región Militar Morón, dirigida por el comandante Victoriano Ramón Parra Pérez (Macho Parra), que se había establecido en Chambas.

En esta localidad, Alberto conoció a la joven Julia Tomasa del Pino Suárez, con la que decidió crear un hogar. Más tarde fue trasladado al poblado de Chambas y ubicado en el cuartel del Ejército Rebelde bajo el mando de Jaime González.

A mediados de 1960, Alberto tomó la decisión de solicitar su licenciamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias para incorporarse a trabajar en la agricultura, porque era prácticamente la única faena que sabía realizar, y con la que al menos podría adquirir un espacio para construir una casa que le permitiera vivir con su esposa y el hijo que ambos esperaban.

El 30 de septiembre de 1960 nació su primer hijo, Albertico, acontecimiento que constituyó una gran alegría tanto para la pareja como para toda la familia, alojados provisionalmente en la casa de unos parientes de Tomasa en el reparto habanero de Lawton.

En 1961, durante la Campaña Nacional de Alfabetización, su esposa enseñó a Alberto a leer y escribir. Gracias a ello pudo enviarle luego las primeras y tal vez únicas cartas de amor que hizo en su vida.

Alberto detecta actividades contrarrevolucionarias

A mediados deabril de 1961, cuando José León Jiménez (Cheíto) y su padre Medardo supieron que se había producido una invasión por playa Girón, sustrajeron el dinero de la cooperativa donde trabajaban y se alzaron contra la Revolución. No imaginaban que tres años después serían objeto de una singular operación de contrainteligencia que conduciría a su captura en combate.

A finales de 1962, Alberto detectó las actividades contrarrevolucionarias en que se encontraba involucrado un pariente de su cuñada, quien era uno de los principales contactos que tenían los bandidos del Escambray en La Habana, y decidió dar a conocer esta peligrosa situación a la recién fundada Contrainteligencia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Coincidentemente, Aníbal Velaz Suárez, delegado del Ministerio del Interior en Las Villas, había solicitado a su jefatura en La Habana que le asignaran a un hombre conocedor del trabajo en el campo, y sobre todo del manejo del ganado, para colocarlo a cargo de la administración de una finca cercana al Escambray, con el propósito de ponerlo en el ángulo visual de los colaboradores de las bandas terroristas que actuaban en esa región montañosa del centro del país.

A principios de 1963, Aníbal Velaz fue citado por el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, donde un oficial de la Contrainteligencia Militar le presentó a Alberto Delgado. Después de escuchar detenidamente a su interlocutor y conocer la situación operativa en que debía actuar, Alberto aceptó la misión de comenzar a penetrar en un grupo de colaboradores de las bandas de alzados en el Escambray. A través de ellos, podría acceder a los principales cabecillas que trataban de sembrar el pánico en la región.

Al cabo de unos días, Alberto fue convocado a un encuentro en la jefatura del Departamento de Seguridad del Estado, en Villa Marista, donde conoció a Felipe García Casanovas (Freddy), el carismático jefe del Buró Nacional de Bandas Armadas, quien le ofreció más elementos sobre las características de la misión que debería cumplir, actuando como el agente el Enano.

Machado Betharte, Emerio Hernández, Efraín Acosta, Luis Felipe Denis y Longino Pérez, oficiales que atendieron a Alberto Delgado.

Inicios como agente de la Seguridad del Estado

En febrero de 1963, Jacinto Emerio Hernández Santander, jefe del Sector F del Buró de Bandas de la Seguridad del Estado en Las Villas, designó al oficial Longino Pérez Díaz para que atendiera a Alberto Delgado como agente. Aunque con cierta frecuencia, por la labor que realizaban, Longino se vio obligado a delegar esta misión en Justo Herrera Morales.

Alberto disponía de la disciplina a la que tuvo que someterse durante su vida laboral como un obrero agrícola, explotado por los mayorales de las fincas donde trabajaba. También contaba con alguna experiencia en la lucha clandestina contra la tiranía batistiana, en la que la discreción y la compartimentación constituían instrumentos vitales para sobrevivir frente a rompehuelgas, terroristas, confidentes y agentes al servicio del régimen. No podría portar armas de fuego, porque sus deberes como administrador de una finca ganadera no lo requerían.

En esta ocasión, no pudo disponer del tiempo necesario para recibir el entrenamiento adecuado sobre las características de la labor de contrainteligencia. Solo recibió el asesoramiento elemental que podían ofrecerle los oficiales que lo atendían, quienes también habían ido aprendiendo en el trabajo operativo diario los diferentes métodos de enfrentamiento que podrían emplearse contra un enemigo peligroso y sin escrúpulos.

Alberto comenzó a administrar la finca Maisinicú[i], que pertenecía a la granja de Santiago Escobar, a unos tres kilómetros de Trinidad, donde se percató de que algunos trabajadores estaban abasteciendo con distintos tipos de provisiones a las bandas de alzados.

Desde el comienzo de su misión, Alberto y Tomasa fueron alojados en una pequeña nave perteneciente a la casa señorial de la finca, donde tuvieron que desempeñar su papel en circunstancias muy difíciles, incluida la desconfianza con que eran observados por algunos empleados.

Ante esta adversidad, cumpliendo las indicaciones del oficial que lo atendía, Alberto se enfocó en ganarse la confianza de los principales cabecillas de las bandas que asolaban la extensa región existente al sur del Escambray, a la vez que lograba el mismo resultado con los elementos contrarrevolucionarios que los apoyaban en Trinidad.

Enfrascado en estas actividades, Alberto entró en contacto con Benilde Díaz Brito, la madre de Tomás Pérez Díaz (San Gil), un individuo procedente de la burguesía rural que había sido reconocido por el agente de la CIA Luis David Rodríguez (Nelson Mier) como jefe de las bandas terroristas que operaban en el denominado Frente Escambray de los alzados.

En esta ocasión, esta señora le comentó a Alberto que tenía urgencia en sacar del país a su ahijado, el cabecilla Alfredo Amarantes Borges Rodríguez (Maro), porque, según ella, no resistía permanecer un día más en las desfavorables condiciones que le imponía la vida en campaña, bajo la constante persecución de los batallones de Lucha Contra Bandidos dirigidos por oficiales del Ejército Rebelde, por lo que en cualquier momento podría terminar muerto en un cerco.

El 16 de julio de 1963, un elemento contrarrevolucionario llamado Adalberto Tápanes Tápanes (Tití) le manifestó a Alberto que tenía un hermano alzado en Las Villas, y como pensaba que no podría escapar de los cercos y los peines de las Milicias, quería sacarlo del país antes de que fuera demasiado tarde.

Tití Tápanes aprovechó la ocasión para pedirle un par de botas, alegando que el cabecilla Pedro González Sánchez (el Suicida) las necesitaba. Alberto reaccionó rápidamente y le consiguió unas botas de uso, una mochila, medicamentos y vendas. Era su primera colaboración con las bandas de alzados, por lo que no conocía que el beneficiado era uno de los bandidos que más crímenes había cometido en el territorio nacional.

Más tarde, Alberto contactó con un colaborador de bandidos llamado José García García (Pepe Yoyo), quien lo condujo hasta el campamento de Cheíto, y después al encuentro de otros cabecillas como Rubén González León (el Cordobés), el expolicía batistiano Julio Emilio Carretero Escajadillo (Carreta) y Alfredo Amarantes Borges Rodríguez (Maro), entre otros, a los que comenzó a apoyar enviándoles carne de res y algunas de las mercancías que conseguía para consumo de los trabajadores de la finca.

Con estos servicios Alberto comenzó a imponer su autoridad como administrador, pero al mismo tiempo su prestigio fue creciendo entre los cabecillas, como un eficiente suministrador de sus huestes cada vez más necesitadas de avituallamientos.

También les hacía llegar los medicamentos que su esposa Tomasa del Pino le “traía de La Habana”, lo que fortaleció su imagen frente a los líderes de las bandas que actuaban en las zonas montañosas de Trinidad y Sancti Spíritus.

La autonomía con que Alberto se desempeñaba sin rendirle cuentas a nadie y sus constantes salidas de la finca durante varias horas y por diferentes motivos, a lo que se sumaban sus frecuentes manifestaciones de confianza en sí mismo, provocaron que El Cordobés comenzara a desconfiar de él, y comentara sus dudas a Carretero y Cheíto León.

Al principio, estos dos no le dieron importancia al asunto, pero ante la insistencia de El Cordobés comenzaron a pensar en la posibilidad de que Alberto estuviera trabajando para la Seguridad, por lo que se dedicaron a observar detenidamente su forma de conducirse, y lo hicieron con cautela para no llamar su atención.

Después tuvo lugar un hecho casual que fortaleció las dudas de El Cordobés respecto a Alberto. Ocurrió en unas de las ocasiones en las que el cabecilla dejó la banda a cargo de su segundo al mando y se desplazó hacia Trinidad, donde observó a Alberto conversando con un hombre joven que, por su vestimenta, no parecía tener vínculos con las labores agrícolas que desempeñaba Alberto.

El 31 de diciembre de 1963, Alberto y Tomasa pasaron la noche en Trinidad invitados por un grupo de colaboradores de bandidos, quienes organizaron una cena en la residencia de los antiguos dueños de la finca para esperar la llegada del año nuevo.

A las doce, mientras los asistentes, bajo los efectos del ron y el aguardiente, gritaban eufóricos palabras obscenas y expresaban consignas contrarrevolucionarias, los dos combatientes de la Seguridad, aislados y rodeados de enemigos sedientos de sangre, se abrazaron y en un susurro amoroso ella le dijo: “Te amo, patria o muerte”, a lo que Alberto respondió: “Yo también te amo, Venceremos”.

Durante enero, febrero y marzo de 1964, Alberto Delgado continuó contactando con Longino en diferentes circunstancias, casi siempre muy difíciles. Unas veces se veían en una casa de seguridad en Sancti Spíritus, pero en la mayoría de las ocasiones coincidían en una cueva, en un platanal, en un campo de marabú, en un rancho abandonado o en cualquier lugar previamente acordado en medio de un monte, siempre tratando de escoger un espacio donde hubiera cierta privacidad y no se produjeran situaciones imprevistas que los obligaran a interrumpir el encuentro.

Los contactos clandestinos muchas veces se realizaban bajo presión —sobre todo para el agente—, porque generalmente tenía que andar en solitario de un lugar a otro, y actuar evadiendo cualquier vínculo con las fuerzas revolucionarias, cuyos oficiales tenían que conocer y controlar a todo el que se moviera en su radio de acción. En su caso, Alberto no debía interactuar directamente con esos compañeros para evitar que se realizara algún comentario indebido.

Los agentes de la Seguridad, generalmente campesinos y obreros agrícolas residentes en las mismas regiones donde operaban los bandidos, recopilaban información en el seno de las principales bandas del Escambray, lo que les permitía mantener informado al oficial que los atendía sobre la composición de las bandas, su ubicación, sus planes, su modus operandi, sus métodos para ocultarse debajo de las matas de piña de ratón o en refugios subterráneos construidos cerca de las casas de sus colaboradores, su itinerario aproximado, las limitaciones que confrontaban con el armamento y las municiones, la identidad de sus suministradores, algunos de sus planes inmediatos e incluso las contradicciones existentes entre los cabecillas.

Una situación que salió a relucir con cierta frecuencia delante de Alberto fue la desesperación que tenían Maro Borges y Carretero por abandonar las lomas y marcharse con destino a la Florida —según ellos— para descansar, recuperar fuerzas, entrenarse y regresar cargados de armas y explosivos.

En realidad, lo que generalmente sucedía era que quienes lograban llegar a territorio norteamericano no regresaban jamás. Sin embargo, este requerimiento de dos importantes líderes propició la ejecución de una interesante y singular operación de contrainteligencia.

La operación Trasbordo

A partir del interés de estos dos sujetos por desplazarse a la Florida, la jefatura de la Seguridad concibió una medida de contrainteligencia denominada operación Trasbordo, propiciada por la labor que desarrollaba Alberto Delgado.

El 28 de marzo,un camión conducido por Efraín Acosta Filgueira (Aguada) trasladó a Maro Borges y a los quince hombres que lo acompañaban por la carretera Central, pasando por Jatibonico y Chambas. Aguada, además de manejar, tenía que observar la actitud del bandido que iba con él en la cabina, y en lugares determinados del trayecto, si había detectado alguna señal de alarma, debía lanzar una cajetilla de cigarros por la ventanilla.

Las “reses”, como Alberto les llamaba a los bandidos que eran conducidos en esa circunstancia, iban bien ocultas debajo de una lona encerada hasta llegar a punta Alegre, en la costa norte de Camagüey, donde los esperaba el pescador Dagoberto González Leyva (El Ñato) con su pequeño bote, quien los fue trasladando en partidas de tres hombres hasta cayo Media Luna, al noroeste de cayo Guillermo.

Al amanecer, una avioneta tripulada por el experimentado piloto Claudio Rey Moriña los sobrevoló inclinando las alas a uno y otro lado en señal de saludo, lo que significaba que el barco que los recogería estaba aproximándose.

Después se acercó un buque previamente acondicionado como si fuera de la Marina de Guerra norteamericana, que había estado fondeado a varias millas de distancia, y hacia este fue enviada una lancha de catorce pies, con motor fuera de borda, para recogerlos en grupos de cuatro o cinco hombres. Tripulaban la lancha Humberto del Blanco Rodríguez, Julián de la Torre Pérez, Pedro Brugués Ortega y Rogelio Payret Silvera.

Al llegar al barco, los recibió el capitán Miguel Roque Ramírez, quien les dio la bienvenida, y varios miembros de la tripulación los invitaron a tomar unos tragos de whisky y comer emparedados de jamón y queso.

Mientras tanto, entre tragos y bocados, los alzados disfrutaban de un agradable ambiente recreado por una tenue melodía norteamericana, matizada por el susurro de las olas del mar. Era imposible que un grupo de hombres que habían estado viviendo en dificilísimas condiciones de campaña durante largo tiempo se resistieran a disfrutar de un placer tan atractivo.

En un momento determinado, cuando los pasajeros fueron entrando en confianza y demostrando sentirse tranquilos, un oficial les planteó que debían dejar sus armas en la cubierta para bajar a una oficina, con el objetivo de realizar los trámites legales que les permitieran ingresar oficialmente en territorio estadounidense.

Uno a uno fueron bajando por una escalerilla estrecha, pero cuando llegaban al penúltimo escalón fueron detenidos por dúos integrados por Aníbal Velaz, Luis Felipe Denis; Pedro Romero Espinosa, Agustín Rodríguez Mur, y Plácido Roque Carbonell y Félix Villasuso.

Primero los neutralizaron tapándoles la boca, acto seguido les ataron las manos a la espalda y finalmente los introdujeron dentro del pañol de las municiones.

En la Base de Tropas Guardafronteras de punta Hicacos, en Matanzas, los esperaba un vehículo cerrado que los trasladó hacia Villa Marista.

Una singular medida de comprobación

Toda la operación se cumplió de acuerdo al plan, pero Cheíto León había puesto en práctica una singular medida de comprobación, consistente en que cuando llegaran a territorio norteamericano, uno de los miembros de la banda de Carretero debía llamar por teléfono a uno de sus colaboradores en Trinidad para confirmar que no habían tenido inconvenientes durante la salida y que habían llegado bien.

Si este mensaje no llegaba a tiempo, Cheíto confirmaría que Alberto Delgado estaba trabajando para la Seguridad del Estado, y entonces tomarían con él una medida más drástica. En realidad, el mensaje no llegó nunca, porque cuando el encargado de enviar la señal fue detenido no alertó a los oficiales de la Seguridad.

Alberto no era el único agente que actuaba contra los bandidos. Después de la segunda operación en la que fue capturada la banda de Carretero, donde tampoco fue necesario recurrir a la acción violenta, Longino, el oficial que atendía a Alberto, le hizo saber que algunos de los cabecillas de bandidos sospechaban de él y le comentó que su permanencia en la finca resultaría demasiado peligrosa.

Pero el agente se negó a reti­rarse de la operación, argumentando que trasladaría a la finca a su esposa para disipar la desconfianza que pudiera existir respecto a su persona.

Longino y Emerio respetaron su decisión, por encontrarle cierta lógi­ca y porque confiaban en su capacidad e inteligencia, lo cual fue aceptado a regañadientes por sus superiores Aníbal Velaz y Luis Felipe Denis, quienes después de una extensa discusión no tuvieron otra salida que permitirle con­tinuar su misión, pero con la condición de que solo seguiría adelante hasta capturar a Cheíto León en la próxima operación.

El dilema de la contraseña de Carretero

En medio de esta situación, cuando Aníbal Velaz revisaba detenidamente los documentos ocupados en la mochila de Carretero, observó que en una vieja y maltrecha libreta de notas aparecía escrita una frase acompañada de tres parejas de números de dos cifras, que, según trascendió en uno de los interrogatorios, debían transmitirse por el programa radial de Conte Agüero a través de Radio Swan, una emisora de la CIA instalada desde mayo de 1960 en la isla Swan, al norte de Honduras, dedicada a emitir noticias falsas sobre la realidad de Cuba.

El locutor debía expresar. “Dios está con nosotros y Dios no puede perder”. Después se transmitía el siguiente mensaje: “Armando, Armando, 31-04-22[ii]. Todo bien”.

Los operadores de la planta de Trinidad fueron enviados a pasar un curso en La Habana, la Seguridad ocupó la estación, se localizó a un locutor que tenía una voz muy parecida a la de Conte Agüero y fue grabado un disco con el texto del mensaje.

Después le enviaron un equipo de radio a los colaboradores y con el apoyo de Alberto situaron a un grupo de bandidos entre pico Potrerillo y la carretera de Topes de Collantes, un lugar donde se sabía que la estación de Trinidad bloqueaba a Radio Swan.

Durante la noche en que se realizó la primera prueba, Aníbal y Denis se situaron en un lugar seleccionado por los técnicos de la Seguridad, con un radio similar al que tenían los bandidos para comprobar si la transmisión se podía escuchar bien.

Pero la clave se transmitió por onda larga, y como los bandidos habían sintonizado por onda corta, no se empataron con la frecuencia de transmisión y mucho menos con el mensaje. Afortunadamente sus colaboradores sí oyeron el mensaje, porque erróneamente habían seleccionado la onda larga.

En una segunda ocasión se hizo la misma operación. Cuando transmitía Radio Swanen un momento en que Conte Agüero debía salir al aire, el operador de la Seguridad se interponía transmitiendo la clave que apareció en la libreta de Carretero, acto seguido se callaba y todo seguía igual. Solo se sentía una pequeña interrupción en la transmisión, que pasaba como si fuera una interferencia en la señal.

Después de esta oportunidad en que los participantes escucharon la clave, “Dios está con nosotros y Dios no puede perder” y “Armando, Armando, 31-04-22. Todo bien”, Alberto contactó con Cheíto y no ocurrió nada. Pero los oficiales de la Seguridad no podían imaginar que como todavía no se había producido la llamada telefónica, continuaban vigentes las dudas de los cabecillas sobre la postura de Alberto respecto a los alzados.

A finales de marzoya habían sido neutralizados Maro Borges y Carretero, junto con unas dos docenas de efectivos mediante la operación Trasbordo, en la que dos bandas de las más peligrosas habían sido capturadas sin hacer un solo disparo y sin poner en riesgo la vida de ningún miliciano.

Hasta este momento, las bandas subordinadas a Carretero habían cometido alrededor de veintiocho crímenes, incluyendo el asesinato de la familia Romero y unos 116 hechos contra instalaciones sociales y objetivos de la economía agropecuaria.

Entonces, Alberto Delgado fue convocado a La Habana, donde lo esperaba el oficial Freddy, quien intentó convencerlo para que se retirara de la operación, debido al peligro que se cernía sobre él por convivir sin ningún tipo de apoyo en el territorio de los alzados.

Los argumentos de Freddy no surtieron efecto en Alberto y no hubo forma de evitar que regresara a Trinidad, donde Aníbal y Denis también trataron de persuadirlo para que no se trasladara a la finca, pero volvió a rechazarlo, alegando que tenía bajo control a los cabecillas, y añadiendo que su misión contribuía a evitar la muerte de milicianos en los cercos y los peines. La discusión alcanzó un tono fuerte, pero concluyó cuando Alberto expresó con vehemencia que si alguien tenía que morir era preferible que fuera él solo. Entonces sucedió lo que no debió haber ocurrido nunca.

La muerte de Alberto Delgado

En horas de la noche del 28 de abril, cuando los hombres de Cheíto León se encontraban bebiendo aguardiente, salió a relucir el tema de que Alberto Delgado podría estar trabajando para la Seguridad del Estado. Tuvo lugar una discusión en la que unos dudaban y otros no.

Entonces, Cheíto se adelantó a los acontecimientos y decidió mandar a buscar a Alberto Delgado a la finca Maisinicú, dispuesto a interrogarlo con suma violencia hasta obligarlo a revelar por qué no recibía noticias directas de Maro Borges ni de Carretero utilizando la vía establecida previamente por él a través de un colaborador residente en Trinidad.

Alrededor de las once de la noche, varios colabo­radores de Cheíto León despertaron a Alberto y lo condujeron a donde lo aguardaban el cabecilla y sus hombres. A unos cien metros del lugar donde dormía, por una vereda que conducía hacia el río, lo esperaban varios bandidos que se sumaron a la comitiva. Alberto avanzaba al frente con paso firme. No imaginaba que se dirigía hacia una muerte segura y dolorosa.

Al cruzar el río, en el propio bote, comenzaron a golpearlo. Al bajar, resbaló y siguieron ensañándose en él, tratando de arrancarle alguna confesión sobre sus vínculos con la Seguridad del Estado, pero Alberto, a pesar de encontrarse solo, desarmado y en manos del enemigo, tuvo la fuerza necesaria para negarlo todo.

En horas de la madrugada del 29 de abril, ocho hombres de la banda de Cheíto León y cuatro de sus colaboradores de mayor confianza trataron de presionarlo diciéndole que era del G-2, y le preguntaron que dónde había llevado a Carretero. Alberto rechazó las acusaciones y eso irritó aún más al cabecilla que intentó golpearlo, pero Alberto se abalanzó sobre él y El Charro Ureta le dio un fuerte golpe por la nuca con la culata de un fusil y lo derribó al suelo. El Hombre de Maisinicú resistía heroicamente el martirio a que estaba siendo sometido, pero no podían doblegarlo, y eso enfurecía aún más a sus captores.

Aunque algunos de los presentes todavía dudaban de las especulaciones de El Cordobés, fue maltratado en varias ocasiones hasta que perdía el conocimiento. Cuando se recuperaba, volvían a propinarle una andanada de golpes y pinchazos con bayonetas.

Finalmente, estando prácticamente muerto, lo arrastraron hasta donde crecían varias guásimas, le colocaron un lazo en el cuello y lo colgaron de la rama de una de ellas, a orillas del río Guaurabo, frente a la finca Mingú, a unos tres kilómetros de las afueras de Trinidad.

Alrededor de las once de la mañana del mismo 29 de abril, cuatro oficiales de la Seguridad recorrían la zona en un jeep en busca de Alberto, porque durante la mañana no había acudido al contacto secreto acordado con Longino. Iba conduciendo Emerio, y a su lado, Aníbal. En el asiento trasero viajaban Denis y Remedios. Los cuatro estaban muy tensos.

Al bajar por una pendiente de la carretera que bordeaba el río Guaurabo, los interceptó un adolescente que les señaló hacia el monte, donde se encontraba un hombre ahorcado.

Remedios y Emerio se bajaron inmediatamente del vehículo, cruzaron la carretera, y al llegar al lugar pudieron comprobar con amargura que efectivamente había un hombre ahorcado. Era Alberto Delgado, de pequeña estatura, pero de un extraordinario valor y una fidelidad sin límites a la causa que defendía, que acababa de ofrendar su vida en una lucha silenciosa contra las bandas terroristas que asolaban el Escambray.

Debajo del cadáver, un hormiguero se cebaba con la sangre que había destilado el cuerpo destrozado del héroe. Sus compañeros lo bajaron del árbol, lo tendieron sobre la tierra en una superficie seca, cubrieron su cuerpo con una lona que llevaban en el jeep, y partieron en busca de las autoridades correspondientes.

Cuando arribaron a Trinidad y le preguntaron a Aníbal sobre lo ocurrido, este respondió lacónicamente: “Parece que hay problemas entre los bandidos, porque anoche mataron al administrador de la finca Maisinicú”.

De acuerdo con el acta del médico forense, el cadáver presentaba «hundimiento del cráneo, fracturas de ambas piernas, un brazo y una clavícula, cuchilladas en la ingle e incontables escoriaciones diseminadas por todo el cuerpo».

La captura de los asesinos

El crimen fue dirigido personalmente por José León Jiménez, que en ese momento —debido a la muerte en un cerco de Tomás San Gil—, por su antigüedad como cabecilla y por los méritos alcanzados con los actos cometidos, le correspondía asumirla dirección de las bandas que quedaban en el Escambray, pero solo formalmente, porque con su decisión de asesinar a Alberto Delgado se había condenado a muerte.

Los seis ban­didos que participaron en este hecho fueron los hermanos Víctor Manuel y Efraín Manso Brizuela, José Ramón Ureta Calzada (el Charro), Mario Pichs Cadalzo, Manuel Rodríguez Pilletero (Manolito el Billetero) y Sergio Pérez Miranda (El Peluíto). Los cuatro colaboradores que los secundaron fueron Pepe el Franco, Siripio Hernández, Francisco Varela Romero (Cundo) y Antonio Gutiérrez Natero (Llío)[iii].

Después de cometer este asesinato, Cheíto León estaba convencido de lo que le vendría encima, porque las fuerzas de Lucha Contra Bandidos, bajo el mando de oficiales de las FAR, lo perseguirían sin descanso hasta capturarlo. Entonces se lanzó junto con sus hombres a huir en desbandada, sin contar con el apoyo de sus colaboradores.

La captura de El Cordobés

El 30 de abril, la banda encabezada por El Cordobés fue ubicada por Cirilo Rodríguez Espinosa, el agente Paco de la Seguridad del Estado, en la finca El Clavel, en Trinidad, cuando los pocos hombres que le quedaban se disponían a brindar con dos botellas de ron para celebrar por la muerte de Alberto Delgado.

Un batallón de Lucha Contra Bandidos, bajo el mando del teniente José Luis López González, no tardaría en chocar con ellos. Cuando se produjo el encuentro armado, inmediatamente tres bandidos resultaron muertos, El Billetero fue herido de gravedad y El Cordobés de extrema gravedad, en tal magnitud que llegó sin vida al hospital de Trinidad.

La captura de Cheíto León

El 8 de mayo, en la finca Hoyo de Pilón, de la granja Piti Fajardo, cerca de Trinidad, Cheíto León secuestró a tres trabajadores, pero soltó a dos, dejó prisionero a Octavio Quesada Lorenzo, a quien terminó asesinando. Sus restos no aparecieron jamás.

Por mucho que logró evadirse de la persecución a que fue sometido, el 25 de mayo Cheíto fue ubicado por Salvador Bombino Rodríguez, el agente Bacán, en la finca Javira, cerca de Cicatero, en el Escambray, donde se produjo un fuerte tiroteo, y después de haber sido herido en dos ocasiones, en un intercambio de disparos, resultó muerto en un enfrentamiento con el sargento de las FAR Roberto Gallo Pérez.

El 24 de junio fueron procesados cinco cabecillas de bandidos mediante la Causa 344/64, en la que resultaron sancionados a la pena de muerte Alfredo A. Borges Rodríguez, Luis Manuel González Candelario, Marcelo González Jiménez, Andrés Oramas Oramas y Blas Ortega Ortega.

El 29 de agosto de 1964, cuando las fuerzas revolucionarias realizaban una operación de cerco y peine en la finca El Nicho, barrio Táyaba, en Trinidad, murieron José Ramón Ureta Calzada (El Charro) y su hermano Julio. En esta misma operación fue herido de gravedad Víctor Manso Bri­zue­la, quien fue trasladado rápidamente hacia un hospital donde fallecería poco tiempo después.

Finalmente, Blas Tardío Hernández (El Astuto), el último de los principales cabecillas de bandidos del Escambray, no pudo asumir la tarea de aglutinamiento de fuerzas que acostumbraban a indicar a sus agentes los oficiales de la CIA desde su cuartel general en Langley, Virginia, porque fue capturado el 11 de marzo de 1965 en la zona de Cabagán y procesado en la Causa 338/65, que lo condenó a muerte.

(Primera de dos partes)

Notas:

[i] El verdadero nombre de la finca era Masinicú. Cuando el equipo de filmación de la película sobre la epopeya vivida por Alberto Delgado arribó al lugar, una parte de los pobladores se referían a la finca como Masinicú y otro lo hacían como Maisinicú. El director Manuel Pérez se decidió por esta segunda variante, porque consideró que tenía una mejor sonoridad.

[ii] Es posible que el origen de esta clave fuera la fecha de nacimiento de uno de los cabecillas, es decir, el 31 de abril de 1922.

[iii] Manuel Rodríguez Pilletero fue procesado mediante la Causa 335/64; Francisco Varela Romero, por la Causa 170/65, y Efraín Manso Brizuela, por la Causa 591/65. Los tres fueron condenados a muerte.

 

(Tomado de Revista Cine Cubano)

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