Los días de noviembre siempre agolpan los recuerdos, las estancias, lo conversado con Fidel sobre escritores, música, literatura, paisajes en la pintura, historia, rescate del patrimonio, cultura y sociedad, los poetas y la poesía…, todo vuelve a la memoria como arroyo de la Sierra desbordado en días de lluvia, por lo raudo, diverso, bello y sustancioso; palabras e ideas que se enraízan por la dimensión humanista, revolucionaria y de vanguardia intelectual de Fidel al observar, meditar, expresarse y actuar en la transformación radical de la sociedad cubana para bien del pueblo y con ello, a su vez, enfrentar al colonialismo y al imperialismo, y hacerlo sin desdeñar el ser y las expresiones del alma de otros pueblos, como proponía José Martí.
Fidel nunca olvidaba las españolerías de Caruzo que resonaban en el fonógrafo de su casa en el Birán de sus recuerdos y luego, las notas de “La Polonesa” de Chopin, interpretadas al piano por Belén Feliú, la hermana dulce y generosa de la adusta maestra Eufrasita, quien había propuesto a sus padres el viaje y estancia de su hermana Angelita y de él a la ciudad de Santiago de Cuba, donde se sintió solo y triste muchas veces.
Pocos años después, cuando ya estudiaba en el Colegio Dolores de los hermanos jesuitas Fidel escribía versos; pero la indiscreción de un profesor que sin su autorización leyó en voz alta lo que era expresión de su sentir más íntimo, paralizó para siempre aquel impulso o desahogo del alma. Toda su vida recordó unos versos de memoria, pero sin saber si eran suyos o de un condiscípulo que también escribía y a quien él siempre consideró mejor poeta: “Bella entre las bellas/ la más tierna y loca/tus ojos son estrellas/un rubí es tu boca”.
En ese tiempo le fascinaba una revista argentina de historietas titulada El Gorrión; comenzó a leer novelas y asistir al cine, donde contemplaba maravillado los filmes de Charles Chaplin, las películas de vaqueros del oeste norteamericano y las de ciencia ficción. Le gustaban las canciones de Libertad Lamarque, Carlos Gardel y también algunas mexicanas que se escuchaban en los filmes, en época de excepcionales artistas como María Félix, Agustín Lara y Jorge Negrete.
Ya se había adentrado en el subyugante mundo de los libros y las bibliotecas. En el Colegio, los profesores le permitían quedarse leyendo hasta bien tarde en la noche, con la única condición de que no olvidara apagar las luces al retirarse a descansar. Para entonces, Fidel sentía predilección por la Historia Sagrada porque hablaba de los orígenes del mundo, de la vida, del universo, del hombre, el diluvio universal, el arca de Noé, los animales mitológicos, la historia de Moisés, el cruce del Mar Rojo, las Tablas de la ley e incluía las narraciones de guerras y combates.
Las literaturas y geografías le llamaban la atención, lo mismo las de Cuba que las universales y era excelente al realizar dibujos geométricos; la lectura era su mayor pasión y siguió siéndolo durante toda su existencia. En el coro de la escuela nunca se desempeñó bien, nunca aprendió a tocar ningún instrumento musical, ni tampoco tenía ángel de pintor de paisajes, pero ninguna de esas adversidades disminuyó su sensibilidad espiritual para apreciar el arte. Leía con avidez periódicos, revistas y libros como los que recogían la historia del padre Segundo Llorente, misionero en Alaska titulado En el país de los eternos hielos.
En Fidel suscitaban admiración la vida y las canciones de Sindo Garay y en especial dos hechos: el encuentro del trovador con José Martí en Santo Domingo, como reconocían a la República Dominicana, y aquella vez que siendo niño cruzó a nado la Bahía de Santiago de Cuba para llevar un mensaje al Ejército Libertador mambí. También Fidel pensó nadar desde la Península de Renté hacia el este de las montañas de la Sierra Maestra, donde podría iniciar la lucha guerrillera, tras el revés del Moncada en julio de 1953.
En el alegato La historia me absolverá, Fidel, para honrar a sus hermanos asesinados y caídos en las acciones del 26 de Julio de 1953, recuerda los estremecedores versos de José Martí a los estudiantes de Medicina fusilados en 1871: “Cadáveres amados, los que un día/ Ensueños fuisteis de la patria mía,/ ¡Arrojad, arrojad sobre mi frente/ polvo de vuestros huesos carcomidos!/ ¡Tocad mi corazón con vuestras manos!/ ¡Gemid a mis oídos!/ Cada uno ha de ser de mis gemidos/ Lágrimas de uno más de los tiranos!/ ¡Andad a mi redor; vagad en tanto/ Que mi ser vuestro espíritu recibe,/ Y dadme de las tumbas el espanto,/ Que es poco ya para llorar el llanto/ Cuando en infame esclavitud se vive!”.
Fidel poco antes de las acciones del 26 de Julio convoca la inspiración del músico Agustín Díaz Cartaya para que compusiera una música combativa, lo que da origen a la Marcha del 26 de Julio y luego, en la Sierra Maestra, auspicia la creación del Quinteto Rebelde, al que designó importantes misiones en medio de los combates. De tal manera, siempre concedió un valor vital a las más genuinas expresiones artísticas, incluso en circunstancias muy difíciles como la cárcel o la guerra.
Cuando triunfó la Revolución Cubana, la visión de la cultura como alma de la nación, como identidad, como esencia maravillosa estuvo desde el primer día en sus anhelos fundadores y creadores, algo que reiteró como escudo ante los embates colonizadores e imperialistas y como embajada proverbial de Cuba socialista, soberana y justa, para nuestra región y el mundo.
Fidel mantuvo siempre una cercanía entrañable a los más destacados creadores de la cultura nacional, tanto a los creadores de la riqueza material y espiritual del país: campesinos, obreros, maestros, a todo el pueblo, como a los intelectuales y artistas que beben de esas aguas y las devuelven en maravilla poética melodiosa, colorida, declamada, registrada en 24 cuadros por minuto, dramatizada, narrada, versificada, danzada o sencillamente, soñada.
Así, fue también hallando y defendiendo las confluencias entre la historia, la creación artística y la vida. Recuerdo sus preguntas insistentes sobre el destino de los creadores españoles republicanos Miguel Hernández, Rafael Alberti y María Teresa León, Antonio Machado y también sobre detalles de las ascendencias de cubanos como la insigne Graciela Pogolotti de quien hablaba admirado de su sabiduría e historia personal.
La poesía y la cultura para él estaban en luchar denodadamente por transformar la vida de los humildes en el espacio mágico de la nación cubana soberana y solidaria con el mundo, con identidad humanista nacional y universal. Decía que un viejo refrán aseguraba que de poeta y de locos todos teníamos un poco, pero que se podía ser un excelente ensartador de palabras y versos, pero poeta, Lorca, que daba su vida por un ideal.