Pasadas las seis de la tarde ya era de noche en Bauta —que como toda Artemisa vivía otra jornada de eclipse eléctrico—, de modo que, a la luz de un teléfono móvil que devolvía los mismos reflejos caprichosos de una vela, apenas podía intuirse el rostro de la muchacha que había esperado pacientemente a los visitantes en su corresponsalía de la emisora provincial.
Belinda Zequeira García, la corresponsal, contó detalles que bien pudieran grabarse delante —no detrás, como acostumbra estar— de los micrófonos: graduada de Historia del Arte, es desde hace año y medio la periodista que en solitario recoge y reparte, en voces, las vivencias de la gente que ahora zurce con aguja de pueblo los rotos de otro ciclón.
Hasta allá llegó Ricardo Ronquillo, presidente nacional de la UPEC, acompañado por su homóloga artemiseña Odalys Acosta Góngora, como parte de un nuevo recorrido de afectos con los colegas del territorio.
Belinda contó a Ronquillo los destrozos del primer ciclón visto con sus ojos de reportera: se llevó tendidos eléctricos, postes, árboles, techos de viviendas…, pero ni siquiera le sacudió la vocación personal. Aun sin adecuadas condiciones materiales y técnicas —que la radio en la provincia contempla en su proyección—, ella se apoya en el móvil privado y en su computadora para hacer lo que exige la profesión, que no es poco.
Con huracán o sin él, los meses de esta joven colega se componen de trabajo para cumplir el diseño editorial de la emisora, la superación profesional, la presencia de calidad en redes sociales y la gestión de un programa cultural propio en el canal de Youtube de Radio Artemisa. ¡Casi nada!
Recién conocerla, Ricardo Ronquillo se dio cuenta de cuánto ella puede, así que le sumó, a su plan habitual, la sugerencia de ampliarse en redes, de hacer directas, de convertirse en una youtuber “de las nuestras” para llevar con frescura una verdad de país que merece ser escuchada.
Había pasado otra media hora. Todo cubano sabe cuánto pesan los minutos más oscuros. En la corresponsalía de Bauta la noche duraba ya varios días, pero por sobre su penumbra podían verse los ojos entusiasmados de Belinda Zequeira.
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Como en el que hiciera el día después del paso del huracán, Ronquillo inició el periplo por Radio Ariguanabo, donde recomendó a su directora, Uchy Mailen Perdomo, varias acciones que se resumen en una: identificar las líneas esenciales de la recuperación y fortalecer los mensajes que ellas demanden. “Hagan —invitó el presidente nacional de la UPEC— que las personas sientan que tienen en la emisora un lugar responsable y sensible donde expresar sus preocupaciones”.
Así como les recordó su deber de premiar la solidaridad, Ronquillo les alertó también de su obligación de denunciar a pescadores en río revuelto, como los especuladores de precios.
Uchy Maylen habló mucho de su colectivo —el reportero Adrián Torres, por ejemplo, no parece cansarse de hacer turnos y más turnos de hasta 14 horas diarias—, pero contó una historia paralela que dice, más que sus palabras, cómo son los colegas de Radio Ariguanabo, aunque cuatro de ellos necesitan ayuda material: mientras hervía el té a que les invitó, la directora mostró a los visitantes la valija que los trabajadores de la planta alistaron para otros damnificados, desconocidos en lo personal, de la ciudad.
Compartiendo el té, Uchy Maylen contó la historia de Lucy, la madre que en medio del temporal clamaba, con una niña en brazos: “¡Se me está yendo la casa, se me está yendo la casa!”. Mucha gente del grupo de WhatsApp estuvo en vilo hasta que la propia joven escribió: “¡Tranquilos, todo está bien; ya estamos en una casa!”. La directora terminó la anécdota: solo entonces, salió del té el relajante aroma de la manzanilla.
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Lisbeth León Baldrich, la integrante del Comité Municipal del Partido en San Antonio… a cargo de la esfera política ideológica, recibió al presidente de la UPEC antes de que este saliera de la ciudad. La joven dirigente comentó enseguida la valiosa respuesta del pueblo.
“Han estado a gran altura”, dijo antes de mencionar acciones como la del Proyecto Comunitario Quisicuaba, que se dio a sí mismo la misión de preparar comidas gratuitas para madres con tres o más hijos, y la del Instituto de Investigaciones del Tabaco, un sólido respaldo para varios asentamientos.
Por Lisbeth los visitantes se enteraron de que los centros de trabajo tomaron calles para la higienización mientras el Partido, líder del Consejo de Defensa Municipal, organiza todas las fuerzas y dispone las ayudas.
Ronquillo, en tanto, sugería que un integrante de ese Consejo de Defensa, con información y dones de comunicador, pudiera ayudar sobremanera si, desde los micrófonos de Radio Ariguanabo, informa en espacio fijo cómo avanzan los antídotos contra el síndrome Rafael.
La visita siguió camino. En la recepción, una ancianita del pueblo esperaba ser atendida. Seguramente sabía que en el Partido tenía algo que pedir y algo que recibir.
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Alquízar fue uno de los puntos donde el huracán Rafael quiso fundar un parque de maldiciones. La gente del pueblo aún se resiste a ello, por eso no asombra que la sede municipal del Partido, donde el Consejo de Defensa ha plantado campamento, parezca un puesto de mando de guerra: personas entrando y saliendo, sentados en los pasillos, caminando a paso rápido, forzando la voz de los móviles “hasta la última rayita”.
En ese punto se sumó al recorrido Isnail Alviza, director provincial de radio, quien entró con Ronquillo a esa especie de comandancia local que es, desde hace días, la oficina de Larexey Batista Ortiz, el primer secretario.
Con Larexey estaba el primer coronel Rodríguez, enviado especial del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias al municipio, quien anunció al secretario que esperaba nuevos hombres para apoyar la recuperación. Trabajan en ello, además, las zonas de defensa, los organismos, las brigadas de linieros —estaban a la espera de un grupo de técnicos holguineros—, las oficinas de trámite… el pueblo en todos sus rostros.
No es poco lo que hay que hacer: Rafael afectó en diversa magnitud —y la cifra es preliminar— más de 2800 casas, del alrededor de 9000 con que cuenta el municipio. Guanímar, devastado, requerirá equipos pesados: ninguna de sus 90 viviendas pudo pasar la prueba y sus 116 pobladores, más que evacuados, fueron literalmente salvados por la defensa civil. Dicen que el mar, sin ser invitado, hizo una desagradable visita de un kilómetro tierra adentro.
El huracán, que lució por allá sus “bíceps” de hasta 230 kilómetros por hora, destruyó 19 máquinas de riego, asoló casas de tabaco y afectó capa de exportación; sin embargo, los alquizareños se disponen a sembrar otra vez. Brigadas propias y otras de Matanzas, Ciego de Ávila y Mayabeque harán en el surco lo que lineros solidarios harán en lo alto de postes: apoyar.
Con el bombeo gradual, el agua vuelve poco a poco a las casas, con comidas colectivas y ventas diversas se trata de aliviar necesidades aún insatisfechas; con comunicación, se busca conseguir los mismo que sugirió Ronquillo al primer secretario: que el pueblo sepa qué se analiza en su Consejo de Defensa. Ni más ni menos: que la gente sepa cómo es defendida.
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Compartiendo ese trozo de cobertura con Cubaperiodistas —a fin de cuentas, Alquízar es su “coto de caza” informativo—, el colega José Alberto Nápoles nos invitó a su corresponsalía de la emisora provincial. En la cobija del inmueble en muy buen estado hicimos un almuerzo de campaña para seguir camino.
Además de reportero, José Alberto es poeta, tiene varios libros publicados y otros muchos más leídos. Nos mostró orgulloso su sala de redacción mientras contaba cómo el agua del huracán, que no pudo entrar por otra parte, se coló por debajo de la puerta y anegó el inmueble.
Igual que otros miles, él no tenía agua que dar. Tocó la puerta de al lado, habló algo bajo con la vecina y enseguida se apareció de vuelta con un pomo, un pomo de solo un litro que pareció manantial porque alcanzó para todos.
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Alquízar tenía aún otra historia periodística, la de Adianez Fernández Izquierdo, subdirectora de El Artemiseño, y Otoniel Márquez Beltrán, fotorreportero de ese periódico. Son compañeros de trabajo y de vida que desde antes habían acopiado materiales para reparar su casa y el repentino huracán, que la golpeó sin contemplaciones, aceleró las acciones constructivas que ya tenían en mente.
Otoniel cuenta una estampa curiosa: “Era de noche. Vinimos y mi suegro me dijo que no había pasado nada. Entonces le pedí que apagara la luz del móvil y miré hacia arriba. ‘¿¡Nada…!?’, le respondí. Se veían las ramas de las matas. Estábamos sin techo, a cielo abierto”.
Ahora Adianez y Otoniel tienen una brigadita familiar que repara la casa. No hay en ella un solo albañil profesional, pero están seguros de un buen resultado porque varias obras anteriores, incluso en medios de prensa, certifican su pericia. Seguramente un día El Artemiseño publicará la crónica de cómo su tropa levanta muy buenas columnas… y no solo de opinión.
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Era mitad de la tarde. El sol comenzaba a perder carga cuando llegamos a la corresponsalía de Radio Artemisa en Caimito. Enrique Reyes Bravo, uno de sus reporteros —la otra es Flavia Fuentes—, nos recibió a la entrada mientras afuera caía, como irónica agua corriente sin limitaciones, un poderoso aguacero.
Enrique, que cumplió diez años moviendo noticias desde allí, relató que con este ciclón “llegó más lejos” porque reportó para Radio Rebelde, Radio Progreso y Radio Ciudad del Mar, envió imágenes para el Canal Caribe, de la televisión nacional, y multiplicó sus mensajes en redes.
Su corresponsalía es fuerte y hermosa, ni su casa ni la de Flavia sufrieron daño, así que el diálogo con Ronquillo no se centró en afectaciones del inmueble, sino en las proyecciones que fomenta la UPEC en bien de todos sus miembros. Conversaron mucho sobre las opciones de ingreso económico que brindan tanto la Ley de Comunicación Social como el experimento de modelos de gestión en los medios —en particular, la apertura a la publicidad— y las posibilidades de que hasta las corresponsalías se conviertan en emisoras online que además trasmitan sus contenidos por el canal convencional.
El corresponsal vive en Ceiba y se traslada a Caimito en lo que aparezca, pero no es ahí donde está el valor de esa noticia —ya se sabe: una guagua es noticia en Cuba— sino en que Enrique y Flavia aparecen siempre, incluso cuando un ciclón amenaza o cuando acabó de golpear.
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Desde allí, desde Caimito, el grupo salió para Bauta, donde les esperó Belinda, la periodista con que inició este reportaje. Siendo tan joven, esta colega pareció plena de madurez: sabía dónde ya había venido el agua, dónde apelaron a leña o carbón, dónde se cocinó en la calle y quiénes hicieron una “espaguetada” colectiva.
Belinda, la historiadora de arte devenida periodista, sabía también del estado del tendido eléctrico, de la caída de árboles, de los derrumbes de techo… Y estaba segura de lo fundamental: le gusta el periodismo. Mucho.
Es obvio que este reportaje tiene un defecto mayor: no expone una foto de ella. Quien quiera verla, cierre los ojos y piense en la oscuridad; luego repase las frases que mueven su vocación reporteril y se dará cuenta de que puede imaginarla porque la luz siempre es más que la corriente.
Con cubanos así, Artemisa se curará poco a poco, cual árbol de humanidad, hasta alumbrar su retrato de provincia con los mismos rayos de luz que bocetan el rostro sin duda hermoso de la corresponsal Belinda Zequeira García.
Imagen de portada: En la corresponsalía en Alquízar. Al centro, el corresponsal José Alberto Nápoles. Foto: Del autor.