Cuando la correlación de fuerzas —incluidas las mediáticas— beneficia a las derechas, la convocatoria a “despolitizar” y “desideologizar” significa desmontar las políticas y las ideologías de izquierda para sustituirlas por las de derecha. Si, además de hallarse en desventaja, las izquierdas no asumen resuelta y acertadamente su papel, les facilitan el trabajo a las derechas, que se valen de todo, y hoy van sin freno hacia el fascismo, o ya están instalándose en él, mientras crece el peligro de una Tercera Guerra Mundial.
Ejemplos de esa realidad abundan, y no será necesario enumerarlos para un público informado. Pero antes de continuar es pertinente dejar claras algunas señales: una es que el autor de este artículo no desconoce las mistificaciones infusas —o dolosamente introducidas— en las nociones de izquierda y derecha, que emplea meramente para agilizar la comunicación.
Además, atendiendo al sesgo confesional anunciado en el título, acudirá a la primera persona gramatical, que no es la que más usa en sus escritos. Y no por prurito de modestia o, mucho menos, por rehuir responsabilidad, sino porque a menudo su empleo parece condenado a portar una subjetividad innecesaria, cuando no petulante.
Por último, aludir a los rejuegos de la derechización como fenómeno que ocurre en el mundo, no autoriza a creer que Cuba está libre de ellos o de sus efectos. Este país se halla entre los blancos predilectos de las maniobras orquestadas por quienes se niegan a tolerar actos revolucionarios, y contra la Revolución Cubana la derechización ha tenido aliados en agresiones militares del imperialismo y, sobre todo, en la mayor maniobra de este para aplastarla: el bloqueo.
Los hechos, a su vez, por muy necesarios que sean o se estime que son, pueden acarrear implicaciones y riesgos, como abonar timonazos hacia un lado u otro. En un contexto donde la sola palabra reformas se interpretaba como expresión o síntoma de extravío, sobre todo en los años más recientes se han aplicado modificaciones, reordenamientos, actualizaciones que no dejaron de ser objetivamente reformas por obra y gracia de las preferencias verbales promovidas, y en pocos años podían hacer del reformismo una definición más bien pálida.
La propia lucha ideológica, por su parte, se vería sometida a replanteos y afinamientos que, aunque fueran altamente saludables —entiéndase que por tener salud y por merecer saludo—, provocarían sacudidas diversas. Por ello cuando entre 2010 y 2015 trabajé en la revista Bohemia, asumí por propia voluntad dos tareas.
Una consistió en favorecer, aunque fuera modestamente, el esfuerzo colectivo necesario para que la publicación reconquistara la altura que en tiempos pasados hizo de ella la revista cubana por antonomasia, como nombre genérico incluso: una revista cualquiera, aunque fuera famosa, era una bohemia. Otra tarea radicó en escribir sobre figuras relevantes de la intelectualidad revolucionaria nacional que me parecía —y sigue pareciéndome— que podían empezar a ser víctimas de ingratitud y olvido, si es que no están siéndolo ya.
No fueron las únicas de ellas Mirta Aguirre, José Antonio Portuondo y Carlos Rafael Rodríguez. Acera de este último no recuerdo ahora si escribí para la revista antes o después de haber oído en un coloquio una ponencia llegada de Cienfuegos, su ciudad natal, que sostenía que el autor de ensayos como El marxismo y la historia de Cuba y Cuba en el tránsito al socialismo (1959-1963), y de la compilación Letra con filo, se había equivocado al atribuirle a la burguesía cubana carácter antinacional, por su sometimiento a los intereses de los Estados Unidos.
La ponencia aducía que los burgueses cienfuegueros habían dotado a la ciudad de edificios relevantes, entre los que sobresale su teatro insignia, y —no es una broma— hasta iban a los velorios y entierros de sus trabajadores. Se me excusará que no abunde en por qué tal “argumentación” no resistía mucho análisis, y apenas cite lo que alguien comentó desde el público: “Sí, como los faraones que hicieron construir pirámides previendo que siglos después Egipto pudiera desarrollar el turismo gracias a ellas”.
Me permito añadir que, además de apoyar la valoración de figuras de la izquierda cubana, conseguí que por vez primera en la revista se hablara de Celia Cruz y de la significación que tiene para nuestra cultura por una razón elemental: su sonoridad nos pertenece y la ubica junto a figuras como Benny Moré. Sus criterios políticos tras abandonar el país —los que no es necesario y quizás ni siquiera resulte elegante calificar— no niegan esa pertenencia. Como tampoco las ideas políticas de los dueños cubanos o extranjeros de los bienes nacionalizados por la Revolución desmienten el derecho de Cuba a considerarlos propios.
Varios años antes de trabajar en Bohemia había contribuido al rescate —palabra no necesariamente feliz— de Jorge Mañach, con el prólogo, en esencia el mismo texto, a las dos primeras ediciones enteramente cubanas de Martí, el Apóstol. Ambas las hizo en La Habana la Editorial de Ciencias Sociales en 1990 y 2001, respectivamente. La segunda edición se reimprimió no hace mucho tiempo, y por añadidura repercutió en la prensa como si hubiera sido una novedad.
Como anécdota curiosa, el logro de 1990 les valió a los editores y al prologuista acusaciones resumidas, literalmente, en que les hacían el juego a “las partes blandas de la sociedad”. No hubo sangre por ello, y si la hubo ni se acercó al río, pero tal hecho recuerda por dónde andaban todavía entonces los tiros, aunque hoy la anécdota, real no como una palma sino como el marabú, pueda parecer fictiva, o un mal chiste.
Para valorar a Mañach tuve que hacer una detallada relectura de no pocos textos, como los que le había dedicado José Antonio Portuondo. Fue doloroso para mí, por el vínculo afectivo y discipular que me unió a Portuondo —quien, por otra parte, hasta donde sé, nunca propuso quemar ni prohibir la biografía— desmontar sus juicios. Pero era necesario hacerlo para poner las cosas en su sitio, y mostrar cómo la lucha contra el diversionismo ideológico, arreciada en torno a 1971, había influido en los que podrían considerarse excesos del respetado y querido profesor.
No obstante, en artículos recientes he deplorado no que ya del diversionismo ideológico ni se hable, sino que con frecuencia aquella lucha parezca sustituida por pasividad en el terreno de las ideas. Para colmo, en este 2024 que ya casi termina me tocó formar parte de un panel que trataría los estudios biográficos sobre Martí, y uno de los panelistas sentados a mi vera presentó impunemente, como descubrimiento propio, el mismo desmontaje de la crítica de Portuondo a Mañach que yo había hecho treinta años antes en el prólogo a Martí, el Apóstol.
Lo más significativo —para no hablar del siempre pesado tema de los plagios— fue que el “nuevo” desmontaje se hizo para liberar a Mañach de toda sombra e insistir, de hecho, en su imagen de supuesto paradigma de la intelectualidad cubana, sin salvedades de signo ideológico, que, al parecer, ya se tienen por groserías propias de “las partes ‘duras’ de la sociedad”. Mañach no solamente abandonó Cuba, lo que tenía derecho a hacer, sino que, aunque en la aludida ponencia no se mencionara, afeó sus años finales en Puerto Rico lamentando que Cuba no se hubiera puertorriqueñizado, posibilidad que para él no era un peligro, sino un desiderátum, como señaló Roberto Fernández Retamar.
La figura de Mañach no ha sido la única en ser objeto de “blanqueamiento”, práctica que no solo se aplica a dinero de origen ilícito. Se ha insinuado, o incluso dicho, que el relevante poeta Gastón Baquero se fue de Cuba por motivos religiosos y por su preferencia sexual, lo que de hecho representa acusaciones contra la Revolución, y omite que Baquero se marchó del país como parte de la estampida de esbirros encabezada por Fulgencio Batista. Con este dictador sanguinario se identificó no únicamente por la condición de hijo de Banes y otras circunstancias que ambos compartían, sino por el servicio que le brindó en sus rejuegos mafiosos con Trujillo.
En descargo de Baquero, al menos como poeta, apúntese lo observado por personas cercanas a su obra: si en los años de sus flagrantes nexos con Batista parece haber dejado de escribir poesía, la libró, aunque lo hiciera inconscientemente, de mancharse con alguien que había llegado a una deplorable actuación política. Quizás por eso cuando alrededor de 1978 Cintio Vitier y Fina García Marruz viajaron a Madrid y quisieron verlo, se quedaron esperándolo porque no salió de su despacho a recibirlos.
Está muy bien que Cuba cuide el legado poético de Baquero, como parte que es de la cultura nacional, no necesariamente su vasta producción periodística, lo que no suele hacerse con otros autores del país y se ha hecho con él. Pero a Baquero —lección que también se debe asimilar si a estas alturas no se hubiera asimilado todavía— lo nimba, como a otros autores, incluido Mañach, la aureola de quien fue proscrito. De no ser por hechos tales, el artículo no rozaría otro rasgo de la personalidad de Baquero que no habla precisamente de un buen ser humano.
Alguien que merece pleno crédito, pero cuyo nombre no cito porque ya no vive, y murió sin haberme autorizado a publicar su confesión y sin que yo se lo pidiera, me contó —en presencia de su esposo y también testigo de los hechos— algo que retrata a Baquero. Su madre, anciana y próxima a la muerte, sufría en Cuba el abandono por parte de un hijo que ni siquiera le escribía y, para ayudarla a mitigar ese dolor, la persona aludida escribió cartas apócrifas que le leía como si fueran del hijo ausente.
Ese hijo de una madre que sufría fue también el servidor de Batista. No se trata de un elemento literario, estético, se dirá, y es cierto; pero, mientras no se pruebe lo contrario, también la ética merece respeto: por lo menos ser tenida en cuenta, no soslayada como dato intrascendente.
El sesgo confesional aleja a este artículo del ejercicio teórico requerido para hablar a fondo de lo que significa la derechización. Pero no vale ignorar que a quienes se agarran de cualquier cosa para devaluar las ideas revolucionarias, se les debe al menos recordar la índole de personas a quienes en su afán devaluador parecen rendir culto devocional.
Imagen de portada: Tomada de Pixabay.
Formidable, excelente, estupendo, y más adjetivos elogiosos. Toledo ha dicho lo que debía decirse, y muy bien dicho.. Otra raya para un tigre que no se deja anestesiar ni domesticar por el diestro encanto de la armonía desideologizada.. Martí, desde su infinitud en el tiempo estará orgulloso de sus leal discípulo.
Muy esclarecedor. Lo comparto plenamente. Las ingenuidades y las que no lo son tanto, hacen más daño que el diversionismo ideológico que se menciona en el artículo.