COLUMNISTAS

¿Se trata de salvar el socialismo?

Aunque el título resulte ambiguo —por ser una pregunta y por las lecturas posibles de tratar—, estos apuntes nacieron estimulados por dos artículos que, más que tratar sobre el proyecto socialista cubano, tratan de contribuir a su preservación. Uno de ellos, “Las pequeñas empresas estatales y el socialismo”, es obra de Agustín Lage Dávila; el otro, “Che Guevara y los ‘puritanos’ del socialismo”, de Ricardo Ronquillo Bello. Este último se publicó originalmente hace más de un año, pero aquí se ha tenido en cuenta la reciente adaptación hecha por el propio autor para su perfil de Facebook.

Lo que sigue no es precisamente un diálogo con esos textos, y menos una discusión, aunque alguna vez se citen, sino un somero acercamiento al tema, a partir de lo dicho por los autores. El primero es un científico de reconocida trayectoria en la investigación, y en lo que puede llamarse tarea empresarial en la ciencia, como director —lo fue durante un cuarto de siglo— del Centro de Inmunología Molecular, institución de avanzada y de bien ganado prestigio en el mundo. El segundo, reconocido periodista, ha contribuido seriamente al desarrollo de la prensa cubana como autor, condición que desde 2018 ha simultaneado con la de presidente de la UPEC, electo y reelecto no solo democráticamente, sino con verdadero entusiasmo colectivo.

Cuando se habla de salvar el socialismo quizás empiece uno por recordar la convocatoria hecha por Fidel Castro ante lo que él llamó desmerengamiento de la URSS y del campo socialista europeo. Aquella debacle representó un duro revés para los ideales socialistas y, en particular para Cuba, un severo golpe económico: la privó de la gran mayoría de sus socios comerciales, de aquellos con los que había tenido una relación de intercambio y financiamientos ventajosos en medio del bloqueo imperialista, que, lejos de ceder, se fortalecería cada vez más.

En semejante encrucijada, que algunos estimaron insuperable, el Líder cubano enfatizó su permanente llamamiento a salvar la patria y la Revolución, y en cuanto al socialismo introdujo un matiz relevante: salvar sus conquistas, las que ya el país había alcanzado. Conocer los males no basta para eliminarlos, pero es necesario para entenderlos y poder enfrentarlos acertadamente con el propósito de revertirlos. Hoy —siempre con el criminal bloqueo en medio— habría que valorar algunos elementos fundamentales: entre ellos, hasta qué punto se han podido salvar conquistas como la calidad de la educación y de los servicios médicos, aunque sigan siendo universales y gratuitos por voluntad y misión del Estado.

Cabe preguntarse en qué situación se halla la seguridad social, señaladamente en el caso del gran número de jubilados que hay en el país, gracias también, dígase, al aumento de esperanza de vida propiciado por el sistema de salud revolucionario. Al consumarse el llamado Reordenamiento económico, y vislumbrarse o apreciarse ya sus efectos, se reconoció que sus ejecutores —así, en general— se habían extralimitado. Pero no se precisó en qué había consistido la extralimitación, ni si a los responsables de ella se les había aplicado la sanción correspondiente, o alguna.

Lo que no tardó en saberse fue —para usar un término de la física, no de la ética ni de la justicia social— el desequilibrio en que quedaron quienes recibirían pensiones jubilares insuficientes, después de haber trabajado durante décadas por salarios simbólicos, bajos, pero compensados por la política revolucionaria, lo que algunos estimarían “gratuidades indebidas”. Dichas pensiones, muy inferiores desde entonces a los salarios devengados por quienes continuaban en la vida laboral, y hasta por quienes se estrenaban en ella, son aún más devaluadas en la práctica por precios que ya nada tienen que ver con los salarios simbólicos.

Junto con el Reordenamiento, o como parte de él, se desencadenó un proceso de pequeñas pero copiosas privatizaciones, en un entorno signado por la crisis pospandemia y el reforzamiento del bloqueo. Aumentarían así las dificultades para garantizar los componentes primordiales de la llamada “canasta familiar básica”, al tiempo que los “módulos adicionales” —un alivio para la mayor parte del pueblo—parecen estar en retirada o, cuando menos, en mengua sensible.

Voces del pueblo consideran que las privatizaciones se han desbordado y no han tenido el mejor cauce. Lage Dávila observa que “la gran mayoría de las MIPYMES que han emergido en los últimos años”, además de no ser estatales —aunque está legalmente instituido que “pueden ser de propiedad estatal, privada o mixta”—, “no son de alta tecnología, sino de bajo valor agregado; no son productivas, sino comerciales; no tienen orientación exportadora, sino importadora”. No darán muchos alimentos para el pueblo.

Tal desequilibrio se combina con otro que el propio científico señala: “nuestra densidad total de empresas es baja. Entre empresas estatales, privadas y mixtas (grandes o pequeñas) y cooperativas se contabilizaban (julio 2024) 18 960 entidades. Eso hace una densidad de 1 896 entidades empresariales por millón de habitantes. Sin alargar el comentario con muchas cifras y comparaciones, lo evidente es que nuestra densidad empresarial está muy por debajo de los referentes mundiales, incluso por debajo de las cifras de América Latina”.

En ese contexto se corre el peligro de que medios fundamentales de producción y servicios terminen dependiendo del concurso, bien pagado, de empresas privadas, sea cual sea su tamaño. Pero quizás el peor resultado de semejante proceso no sea que muchos medios y recursos hayan quedado en manos de particulares, sino que en gran parte la vida cotidiana del pueblo se halla también en esas manos. Lo más probable es que quien funda un negocio lo haga para obtener ganancias y, de ser posible, enriquecerse, no para ejercer la filantropía —caritativa o burguesa—, aunque alguna haya sido alabada ya, como salvadora, hasta por voces de la prensa oficial.

Semejante cuadro no solo explica las preocupaciones de Lage Dávila en cuanto a que las micro, pequeñas y medianas empresas no tienen que ser forzosamente privadas, y cabe fundarlas con carácter social. También hace recordar que, en un país de aspiraciones socialistas, al Estado le corresponde administrar la llamada propiedad social, cuyo dueño es el pueblo. Son conceptos inscritos en lo que el habla popular llama “asignaturas pendientes”, y si la expresión sabe a lugar común, los lugares comunes suelen brotar de la realidad y la sabiduría, así como la sabiduría y la realidad advierten que del descontrol y las confusiones se derivan corrupción y desmadre. ¿Será necesario recordar el papel que debe cumplir cabalmente la prensa?

Lo peor quizás no sea que se reproduzcan los “puritanos” de la teoría socialista impugnados por Ronquillo Bello, sino los sacerdotes del pragmatismo. Y aunque la ignorancia o el oportunismo, o ambos, lo solapen, el pragmatismo es orgánicamente propio del sistema capitalista, por lo que su cuna natural son los Estados Unidos.

Pragmatismo no es precisamente sentido práctico, pero si se trata de buscar en la práctica el criterio de la verdad, lo más oído y consumado no parecen ser las fórmulas apriorísticas o manualeras que se creían destinadas a salvar el socialismo. A otra cosa apuntan los cambios que en pocos años han servido no solo para certificar que el socialismo es muy difícil de construir, sino también para sustentar que se aleja cada vez más en el horizonte, como una meta irrealizable.

Quien esto escribe no puede asegurar que Lenin se mordiera la mano al suscribir en el recién nacido Estado socialista soviético la llamada Nueva Política Económica (NEP), pero lo hizo resueltamente, suponiendo que dos pasos atrás podrían propiciar un paso firme hacia adelante en la edificación del socialismo. Tampoco pretende evaluar cuál fue el grado de acierto de las decisiones tomadas o aprobadas por Lenin, ni conjeturar hasta dónde habrían llegado los frutos con su dirección, de no haber muerto él prematuramente y quedar el Partido y el país en manos menos sabias que las suyas, como es frecuente en la sustitución de un genio.

En un proyecto socialista esa contingencia se agrava si el Partido no cumple su función plenamente y no se fomenta ni se respeta el papel del pueblo. El desmontaje de la URSS y el campo socialista europeo echó por tierra el dogma del carácter irreversible del socialismo, pero no probó que su reversión fuera solo posible en aquellos contextos.

Lo que parece claro es que a Ernesto Che Guevara, tuviera o no tuviera de su lado toda la razón, no le simpatizaba la NEP. Quizás hasta pensaría que no era tan nueva, sino un intento de aplicar en los nacientes afanes socialistas recursos de un sistema que ya estaba en camino de ser viejo, o lo era: el capitalismo, aunque en la Rusia de herencia feudal tales medidas resultaran o se creyeran novedosas. No sería el caso de Cuba, donde por seis décadas —1898-1958, cerca de lo durado hasta hoy por el bloqueo— los Estados Unidos ensayaron el neocolonialismo: capitalismo harto dependiente, sí, pero capitalismo, con todas las calamidades que el pueblo sufrió.

Si el Che, sabio, honrado, culto, original, revolucionario… marxista, no simpatizó con la NEP, no sería porque fuera un puritano del socialismo, de quienes fundadamente lo separa Ronquillo. El Guerrillero Heroico, no un teórico ni funcionario de oficina, buscaba apoyar con su labor y su pensamiento, y su ejemplo, la construcción de un socialismo que no podría ser puro, pero debía proponerse ser socialismo. No se requiere mucha búsqueda bibliográfica para saber que le escocía el intento, y lo veía fallido, de hacerlo con las armas melladas del capitalismo.

Sin entrar en comparaciones impertinentes, se puede recordar lo que, ante las vicisitudes del llamado “período especial”, Ambrosio Fornet sostuvo en un artículo que fue, además, la base de una intervención suya en un foro de la Casa de las Américas celebrado en presencia de Fidel Castro. Fornet sostuvo que, para sobrevivir y continuar su marcha, la Revolución tendría que valerse de resortes del capitalismo, pero la cuestión sería saber qué cantidad de ellos podría emplear sin dejar de ser socialista.

Si echamos por la borda, tildándolos de consignas apriorísticas o puritanas, los principios pilares del socialismo, nos quedaremos sin verdades esenciales como esta del artículo de Lage Dávila: “el Socialismo es básicamente la propiedad social sobre los medios de producción y la justicia social en la distribución del producto del trabajo”. Terminaríamos huérfanos de aportes como los del Che y de Fidel Castro.

Se dirá que estas consideraciones —que se anunciaron y son someras, pero no han podido ser lo breves que el autor quería— deberían insistir en la economía, y es así seguramente. Pero el autor prefiere parecer ignorante antes que demostrar que lo es abordando un terreno que está lejos de dominar, si es que alguno domina, lo que no lo angustia, dado el criterio de que un especialista es quien lo sabe casi todo de casi nada.

Recuerda lo dicho por Guillermo Rodríguez Rivera en uno de sus lúcidos textos. No precisamente su ingeniosa “Oda al Plan Alimentario”, que, al margen de las intenciones con que a veces se haya reproducido, debería leerse para reír y pensar sobre un tema del mayor interés, aunque le valió al autor algún coscorrón —no físico, desde luego— por parte de un dirigente honrado y respetable, pero de poco sentido del humor.

El otro texto aludido es un comentario en que advirtió que incursionaría en temas económicos porque la economía es demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos de economistas. Podía estar pensando en la heterogeneidad que puede haber en ese gremio, variopinto como otros, y, ante todo, en la profunda relación de la economía con la política, y en la responsabilidad que los afanes socialistas tienen de asumir lo económico sin menoscabo de la ética y la justicia social.

Volviendo al Líder de la Revolución, Lage Dávila lo recuerda atinadamente en su artículo, que termina así: “Hace años, en la fértil y apasionante década de los 60, Fidel dijo de sí mismo: ‘Milito en el grupo de los impacientes y milito en el bando de los apurados y en el de los que siempre presionan para que las cosas se hagan y de los que muchas veces tratan de hacer más de lo que pueden. Haga cada cual la parte que le toca y la obra será invencible’”. El científico revolucionario añade: “Militemos con Fidel”.

Gracias a Lage y a Ronquillo por el estímulo para escribir estos apuntes, que, si han salido flecosos, incompletos, será por culpa del autor. Ambos compañeros propician recordar lo dicho por Simón Rodríguez, maestro de nadie menos que de su homónimo Bolívar: “O inventamos o erramos”, y la convicción de José Carlos Mariátegui de que en América el socialismo no podría ser “calco y copia”, sino “creación heroica”. Sumemos lo escrito cronológicamente entre Rodríguez y Mariátegui por el José Martí de veintidós años en el periódico mexicano Revista Universal: “La imitación servil extravía, en Economía, como en literatura y en política”.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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