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Otra nota kafkiana (¿sin pandemia?)

El título alude a tres notas de similar carácter publicadas en Cubaperiodistas el 3 de abril de 2021. La de hoy —también kafkiana, para seguir usando un calificativo sin implicaciones éticas ni penales— se escribe cuando ya aquella pandemia quedó atrás: aquella, porque puede haber otras, aunque no sean de naturaleza médica.

Lo que sigue concierne a los servicios eléctricos, y no precisamente a los apagones. Ellos no son lo único que molesta a la ciudadanía: irritan masivamente, sí, y hacen daño; pero se deben a causas objetivas, y mal que bien el pueblo los soporta porque, en general —habrá excepciones, como en todo—, sabe que en la base de esa desgracia, como de otras, está el criminal bloqueo imperialista.

Pero su comprensión y su resistencia hacen aún más al pueblo merecedor de respeto, y verse libre de absurdos que lo amarguen. Ese respeto lo merece también especialmente —se aprecia en estos días, ¡y de qué modo!— la vanguardia heroica del propio sector eléctrico, la que trabaja para sacar al país del duro colapso que se produjo cuando este artículo estaba ya esbozado.

Cuba necesita resolver sus agobios económicos. Renunciar a esa aspiración sería un acto de complicidad con tales agobios y con las causas que los originan: empezando por el ya mentado bloqueo imperialista, y continuando en lo interno por las veredas o caminos reales que lo auxilian, aunque no sea intencionalmente. Pero la tan deseada y necesaria solución no asegurará por sí sola que Cuba florezca como un país plenamente vivible, a la altura del  pueblo que por mucho más de un siglo ha defendido heroicamente su independencia y su soberanía, y los ideales de justicia social.

Junto con las penurias materiales será necesario erradicar epidemias que podrían considerarse vernáculas o derivaciones de las pandemias de insalubridad cultural que dañan al mundo: y no solo cultural, que ya sería bastante. Si en el camino hacia la eficiencia y la soberanía económica se relegan las normas de convivencia y conducta decente, la eficiencia y la soberanía podrían hasta legitimar otros males que dificultan y enrarecen la vida cotidiana, y ensombrecerían la justicia social.

Suicida, más que paralizante, sería desconocer la corrupción —capaz de aprovecharse de los avances económicos, aunque los entorpezca, y minarlo todo—, y el burocratismo, que puede ser un aliado “natural” de todos los males y generar literalmente infartos y sicosis. ¿No está claro que se necesita un desarrollo permanente y pleno de las prácticas y el pensamiento democráticos, para que el pueblo, aparte de no resignarse a las distorsiones, tenga voluntad y poder efectivo para luchar contra ellas, con el respaldo de su propia voz y sin que falten los organismos correspondientes, y la prensa?

En ese afán la sociedad y sus instituciones deben poner en tensión creativa —creativa de veras, no mera consigna— sus recursos, desde el Estado hasta las más elementales. Nada será irrelevante: ni la política y el modo como ella se ejerza, ni la educación que ha de rebasar la instrucción y ser guía para la ética y la buena civilidad, ni las expresiones artísticas que se estimulen, se prioricen, se manipulen o se toleren.

En ninguna dimensión de la sociedad dará buenos frutos el oportunismo, que el pueblo sabe identificar y debe decidirse a enfrentarlo sin tregua y con prisa, caiga quien caiga. La nota kafkiana que se narra a continuación, viene de un testigo confiable y dispuesto a reiterarla ante cualquier institución o funcionario, y hasta deseoso de hacerlo, para ver si surte efecto.

En el pasado febrero —y por relaciones de buena vecindad: sin remuneración, dígase, porque la onda parece ser cobrarlo todo— asumió pagar los servicios de electricidad, teléfono, agua y gas de un apartamento contiguo al suyo y cuyos moradores estarían fuera durante un tiempo indeterminado, debido a necesidades familiares y personales. Todos los pagos los ha hecho con puntualidad, por Transfermóvil.

En febrero tuvo que pagar solamente los servicios de agua y de gas, porque los dueños del apartamento habían pagado el teléfono y la electricidad. En marzo correspondía pagar los cuatro servicios, y llegó también el adeudo pendiente del teléfono y de la electricidad, servicio, este último, que es el tema del presente artículo.

De ese servicio, como de los restantes, empezaron a llegar, desde abril inclusive, cuentas lógicas para una vivienda desocupada y sin otros gastos que los de dos refrigeradores vacíos que se mantienen funcionando para prevenir su rotura. En pesos, las cifras fueron las siguientes: abril, 24.40 (23.67); mayo, 23.10 (22.41); junio, 23.10 (22.41); julio, 62.95 (61.06); agosto, 26.75 (25.95). Entre paréntesis se indica lo efectivamente pagado, hecho el descuento que beneficia a quienes usan Transfermóvil; pero que no se aplican en todos los servicios, algo que requiere tratamiento aparte, pero también se debe tener en cuenta.

Hasta ahí todo resultaba normal, salvo el aumento apreciable en julio, que el testigo atribuyó a veleidades de los apagones. Pero en septiembre llegó un macetazo, con una factura de $ 341.00, reducidos a $ 330.77 por el descuento que ya se mencionó. Acostumbrado (hasta ese día) a pagar antes de recibir la factura, el testigo se sorprendió. Seguro de que esa no podía ser la cifra, esperó a tener el talón de cobro, y con él en mano acudió a la correspondiente oficina comercial, ubicada en uno de los edificios altos de la Esquina de Tejas.

Después de hacer una cola no precisamente corta, lo atendió —computadora por medio y con un trato formalmente correcto— el encargado de hacerlo. Oyó su explicación, tomó el comprobante, fue a otro local, donde estarían los registros del área, y regresó con una respuesta que el testigo no alcanzó a comprender: el metro contador “había dado una vuelta” en el momento de la lectura, y registró esa suma. “Pero ya no podían aparecer deudas pendientes, tras varios meses pagándose lo consumido”, reaccionó el testigo, a lo que el funcionario contestó: “Usted no entiende, no se trata de lo consumido, sino de que el contador dio una vuelta, y registró esa cifra”.

El testigo reconoció que, en efecto, no entendía. Por su parte, el funcionario insistió en que le había dado la respuesta debida y —luego de anotar sus números de teléfono y devolverle el talón de cobro— le dijo que sería llamado por el cobrador responsable de la lectura. Mientras esperaba por esa llamada, el testigo procuró ver al lector de los metros cuando llegara al edificio, y lo consiguió.

Era una joven, a quien le explicó lo que estaba sucediendo, y ella repitió lo de la “vuelta del metro”, que, dijo, ocurre sin la voluntad de quien hace la lectura. “Si es así”, acotó él, “entonces espero que en la próxima factura se haya tenido en cuenta el pago anormal hecho ya. Si no, se trata de una maraña”. “Los clientes piensan siempre en marañas”, dijo ella, y él agregó: “La ‘vuelta del contador’ puede ser accidental, según dice usted, pero si no se hacen los descuentos correspondientes, es maraña”.

Como nunca recibió la llamada que le habían anunciado, en el presente mes (octubre) el testigo volvió a la oficina mencionada. No lo hizo con un recortado y maltrecho talón de cobro como el que recibió en su apartamento, sino con un aviso de consumo de mejor presencia y mayor tamaño que llegó un poco más tarde al apartamento del “problema”. Y dicho aviso traía también cifras inaceptables: $ 271.15 de factura, y $246 para pagar.

No había surtido ningún efecto la reclamación del mes anterior, pero al menos tuvo la suerte de que en la oficina esta vez no había cola. Lo atendieron dos funcionarios, no uno, y ambos siguieron con lo de la “vuelta del contador”, y el testigo les dijo que no pagaría esa suma, porque obviamente era irreal. “No la pague”, le respondieron. “¿Y qué hago si cortan el servicio?”, preguntó, y categóricamente le contestaron: “No se lo van a cortar, y a partir del próximo mes recibirá la cuenta de lo que realmente haya consumido”.

“Espero que así sea, porque si viene otra cuenta indebida acudiré a los tribunales”, les dijo él antes de agradecer la atención, saludar y retirarse. Lo hizo pensando cómo es que trámites informatizados —lo que no poco le cuesta al país— pueden dar resultados tan erráticos y tener una solución verbal como esa. ¿Lo necesario y productivo no será erradicar errores que tantas otras cosas pueden enmascarar?

Ahora, con la ilusión de que efectivamente el desaguisado se haya resuelto, le queda al testigo esperar a ver qué ocurre en noviembre. No le dará peso a incertidumbres, ni al hecho de saber que no es el primer caso de cuenta alterada en el edificio donde vive. Y tampoco le dará peso a lo que le contó otro vecino con quien se encontró precisamente cuando regresaba de aquella oficina.

Ese vecino había sido también víctima de cobros indebidamente elevados, y un día en que él y su esposa —que conoce el tema, por haber trabajado en el sector— iban a salir, se toparon con los lectores de los metros, y hablaron con ellos. Eran nuevos en la plaza, pero les contaron que sus predecesores se habían ido del país. ¿No cabe preguntarse si para irse se habrán valido de dinero de clientes estafados? Si quien esto escribe fuera religioso, exclamaría: ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!

Imagen de portada: Tomada de klipartz.com

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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