A 12 meses del inicio de la operación israelí de exterminio en Gaza, la agresividad del gabinete de Benjamin Netanyahu ha dejado 42 mil civiles palestinos muertos que constituyen la más brutal pero clara expresión del desequilibrio en que vive el planeta, y siguen dejando en evidencia la eficacia y hasta la utilidad del sistema de Naciones Unidas en su estructura actual. Urge cambiarla.
Desde 1948, fecha en que la Asamblea General dictaminó que Israel y Palestina serían dos Estados, los pronunciamientos de esa, la mayor y más importante instancia para coordinar y asegurar la convivencia internacional, han sido ignorados, incluyendo la resolución que hace tres meses exigió —final, aunque inútilmente— el establecimiento de una tregua.
Por eso, 12 meses después de haber desatado la más grave crisis humanitaria de los últimos tiempos, Israel no solo prosigue ese genocidio, y comete la impudicia de abrir otro frente de guerra en Líbano.
Bajo el argumento de perseguir al movimiento chiita Hezbolá, del que ya han sido asesinados al menos tres de sus principales líderes, otro escenario del incendio que amenaza hacer arder todo el Medio Orienta está ahora en Beirut, la capital libanesa, donde las Fuerzas de Defensa israelíes bombardean de modo indiscriminado y realizan denominadas incursiones terrestres que pronto serán un despliegue.
Cada vez más se parece a Gaza. Nuevamente la mayor cantidad de víctimas, que ya llegan a dos mil, son civiles, y entre ellos, los niños son los blancos más numerosos. Hay cientos de edificios derruidos, un millón de libaneses se marchó, y una veintena de médicos han sido asesinados en pleno ejercicio de su profesión.
Por si el horror fuera poco, el mundo espera sobresaltado la respuesta anunciada por Tel Aviv luego de que Irán, en una suerte de advertencia, lanzara la segunda andanada de misiles en lo que va de año, contra objetivos militares precisos de Israel.
Aunque tampoco esta vez causaron graves daños —no era el propósito— y muchos fueron nuevamente interceptados, los disparos demostraron el alcance del armamento de Teherán y resultaron un alarmante aviso de lo que podría ocurrir si, por fin, Washington y Tel Aviv concuerdan en cuál va a ser el castigo al desafío de un país que, antes, había sido reiteradamente provocado.
Primero, en abril, con el ataque israelí a la embajada de Irán en Damasco, la capital siria; luego, con la persecución contra el movimiento chiita libanés Hezbolá, importante brazo armado de la Resistencia que Irán encabeza en el Medio Oriente.
No por sabido huelga repetirlo: han sido la protección moral y diplomática de Estados Unidos a Israel, y su suministro de armas, los responsables.
Un informe para el proyecto Costs of War de la Universidad Brown publicado este lunes y citado por RT reveló que Washington ha gastado la cifra récord de al menos 17 900 millones de dólares en ayuda militar para Israel desde que comenzó el asedio a Gaza, a lo que se suman otros 4 860 millones de dólares para intensificar las propias operaciones militares estadounidenses en la región en ese lapso. Ello, sin contar que Tel Aviv es el mayor receptor de ayuda militar estadounidense de la historia, con 251 200 millones de dólares.
Aunque para muchos analistas, la enloquecida y febril carrera de acciones belicistas emprendida consecutivamente por Netanyahu en lo que va de año, persigue mantenerlo en el poder luego de su fracaso en detener al movimiento palestino Hamas y recuperar incondicionalmente los rehenes secuestrados en el propio suelo israelí el 7 de octubre de 2023, los hechos apuntan también a un afán geoestratégico de más largo alcance que la presidencia.
El pueblo palestino, que sabe luchar con piedras pero también con su sacrificio, puede anotarse ya un triunfo político: el ataque de Hamas infligió un poderoso golpe a Israel que dejó en ridículo su seguridad y ha voceado al mundo, como nunca antes, la injusticia y el atropello que resiste hace más de 70 años, así como la necesidad urgente de que se les devuelva su Estado, con las fronteras establecidas antes de 1967.
Del otro lado, no obstante, el impune gabinete israelí se vale de la coyuntura para culminar el despojo a ese pueblo y fortalecerse como poder omnímodo en Medio Oriente al amparo de Washington; guardián, más que garante, de sus intereses.
El mundo debiera ser capaz de atarle las manos, y evitar que el pueblo palestino siga siendo mártir.
Imagen de portada: Un menor palestino entre los escombros de un edificio destruido tras un ataque aéreo israelí en Deir Al Balah, en el centro de la Franja de Gaza, este 4 de octubre. EFE/EPA/Mohammed Saber.