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Cintio Vitier, algunas precisiones

El azoro por gran parte de lo que oyó en una conferencia sobre Cintio Vitier el pasado 3 de octubre en una institución de la mayor importancia, animó a quien esto escribe a esbozar algunas precisiones. Para que los errores no se perpetúen, no los cita: los responde directamente con estos apuntes, en los cuales no se ha de buscar una visión completa del eminente intelectual recordado.

Aunque fueran mucho más numerosos y extensos, y se juntaran todos, esa visión tampoco estará en anteriores textos del autor: entre ellos, “Cintio Vitier en el sol del mundo moral” y —visto junto a Fina García Marruz, su inseparable compañera de vida, pensamiento y obra—, “Fina y Cintio en granos de maíz”. Sin más, las precisiones.

1 / La revista Orígenes, que nació en 1944, no la fundaron amigos encabezados por Cintio Vitier en un grupo que también reunía a José Lezama Lima, Fina García Marruz y Eliseo Diego, por solo citar esos ejemplos. El maestro y guía de ese grupo era Lezama Lima, respetado o venerado por sus seguidores. Que andando el tiempo varios de aquellos brillantes discípulos llegaran a ser los maestros que fueron, no debe generar confusiones que seguramente ellos mismos, empezando por Vitier, habrían rechazado.

2 / Quienes le hicieron algún bien a la patria, o quisieron honradamente hacérselo, merecen gratitud y honor. Pero suponer que lo iniciado en la Sierra Maestra después del desembarco del Granma tenía un correlato más o menos simétrico en el limpio afán de poetas que en La Habana y en otras partes del país vivían sinceramente la preocupación por el destino patrio, al punto de que sus desvelos podrían parangonarse con la lucha armada en las montañas y en los llanos —con una clandestinidad, también heroica en las ciudades—, sería, cuando menos, desmesurado. Vale decirlo así, fuera cual fuera el signo ideológico de esos poetas, y ya se tratara de autores con vocación comunista, como Nicolás Guillén o Manuel Navarro Luna, o de la irrefrenable Carilda Oliver Labra, capaz de escribir en plena contienda su “Canto a Fidel”, y —según testimonios— hacérselo llegar al destinatario. Ni siquiera todos los activos políticos de izquierda ateos, materialistas y con disciplina y conciencia de partido incluso, tuvieron siempre la claridad necesaria para comprender a los Rebeldes. Obnubilación y sectarismo hubo en sus valoraciones, que no procede explicar aquí. En cuanto a parangonar con la acción armada revolucionaria, y con el pensamiento a ella asociado, las valiosísimas luces de los poetas que, cualquiera que fuera su credo en lo tocante a religión, soñaban con ver a Cuba liberada de tiranía y corruptelas, el autor de estos apuntes recuerda lo que le comentó Roberto Fernández Retamar, en medio del explicable entusiasmo suscitado por la rectificación que el país acometió en el terreno ideológico y de política cultural. Aquel entusiasmo llegó a manifestarse en interpretaciones de “Secularidad de José Martí”, artículo editorial escrito por Lezama y publicado en el número 33 de Orígenes para presentar —como digno homenaje al centenario del héroe (enero de 1953)— un “grupo de escritores reverentes para las imágenes de Martí”, acerca de quien el fundador y guía de la revista sostuvo: “Sorprende en su primera secularidad la viviente fertilidad de su fuerza como impulsión histórica, capaz de saltar las insuficiencias toscas de lo inmediato, para avizorarnos las cúpulas de los tremendos actos nacientes”. En la espléndida imagen poética plasmada por Lezama se llegó a ver una prefiguración directa del asalto al cuartel Moncada, que era, según esa lectura, lo único que podía venir después del citado editorial de Orígenes. A eso se refirió Fernández Retamar con su comentario, animado por el deseo de poner las cosas en su sitio: “Lo que podía venir era otra revista”.

3 / Cintio Vitier y Fina García Marruz no fueron enviados a trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí como castigo por su religiosidad durante la lucha contra el diversionismo ideológico. Ambos llegaron a esa institución en 1961, al calor de la obra de su directora, y refundadora, María Teresa Freyre de Andrade, quien entre otras felices iniciativas tuvo —o ejecutó— la de buscar que la Biblioteca fuese un laboratorio de investigación y creación. Para ello contó no solo con Vitier y García Marruz, sino también con Renée Méndez Capote, Juan Pérez de la Riva, Eliseo Diego y Graziella Pogolotti, y otras eminencias que confirmaron allí su diversidad creativa. Al crearse en 1968, como parte del entonces Departamento Colección Cubana, la Sala Martí, era natural que la dirigiera Vitier, acompañado por García Marruz, y siempre o en distintos momentos con el eficaz auxilio de otros profesionales de la Biblioteca, como Araceli García-Carranza, aún hoy afortunadamente viva y floral, y Teresa Proenza, con quien el autor está más en deuda que con la primera, a quien le ha dedicado al menos un texto. Aquel equipo hizo una tarea estupenda sobre la que no pueden extenderse estas precisiones. Lo antral vino después, tras el Coloquio Internacional de Burdeos (1972), y con los modos como desde 1971 se enfrentaba el diversionismo ideológico. Vitier fue depuesto de su cargo, aunque se mantuvo como investigador de Colección Cubana, junto a García Marruz, en una labor que incluyó obras como Flor oculta de poesía cubana, compilación que favoreció el conocimiento de maravillas de la lírica nacional que vale considerar ignoradas hasta entonces. Sobre los excesos de la lucha contra el diversionismo en Cuba se ha escrito no poco, y aun podría o debería escribirse más, con el fin de que no se repitan, y no den pie a los péndulos propios de los desquites ni a la sustitución de unos excesos por otros, además de impedir que las veleidades pendulares hagan parecer que se olvida la ideología. Pero eso es tema para otros textos.

4 / El Centro de Estudios Martianos se creó en 1977 en virtud del Decreto número 1 del Consejo de Ministros, suscrito el 19 de mayo de aquel año por Fidel Castro Ruz, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros. No se hizo para sustituir a la Sala Martí, donde los mencionados excesos también hicieron estragos, pero que podría haber seguido existiendo como parte de la Biblioteca, aunque eventualmente el Centro nació, como hijo agregado, en un local de ella, sin ser parte suya, y allí permaneció hasta 1982, momento a partir del cual sería más visible que la Sala Martí pudo haberse mantenido. De hecho, se ha querido recuperar. Tampoco el Centro se fundó precisamente para habilitar oficinas con escritorios donde los dos grandes investigadores nombrados trabajaran. Si ello afortunadamente ocurrió, fue como parte de un proceso mucho más abarcador y profundo: el saneamiento de la política cultural del país, confiado, para bien de la patria, al titular del Ministerio de Cultura que se instauró con ese fin, Armando Hart Dávalos. Puesto que, al decir del propio José Martí, “un pueblo es en una cosa como es en todo”, las indagaciones martianas debían ser también saneadas de errores a los que Juan Marinello se refirió en “Sobre la interpretación y el entendimiento de la obra de José Martí”, reproducido por el Centro en una sección eventual titulada, con toda intención, “Homenaje y norma” en el primer número del Anuario del Centro de Estudios Martianos, que dio continuidad a las siete entregas del Anuario Martiano publicado por la Sala Martí, las primeras cuatro de ellas al cuidado de Vitier y García Marruz. El director del Centro habría sido Marinello, pero murió el 27 de marzo de 1977, cuando se gestaba la institución, en un proceso en el que Marinello tuvo un apoyo básico en Fernández Retamar, quien terminó siendo su primer director, con toda la autoridad que tenía para serlo. Y a ese Centro pasarían a trabajar Vitier y García Marruz, sobre quienes aún pesaban secuelas de la marginación que habían sufrido. Ellos la enfrentaron con una resistencia cristiana que afianzó definitivamente su servicio a la patria, pese a quienes dieron pruebas de no conocerlos y calcularon que la abandonarían. Pero de la herencia de aquella dolorosa marginación ocurriría por lo menos un episodio más, algunos años después de crearse el Centro. Habiéndosele solicitado a este una conferencia, que se impartiría en la Escuela Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas, en torno al centenario de Ismalillo —poemario que Martí escribió en 1881 e hizo imprimir en 1882—, la dirección del Centro le confió la tarea, por razones más que fundadas, a Fina García Marruz. Y ella la asumió con la pasión poética y laboral con que lo acometía todo, pero cuando llegó a la Escuela Nacional mencionada no le permitieron entrar porque era católica. La ofensa fue respondida, pero ocurrió. Y tanto García Marruz como Vitier siguieron honrando y enriqueciendo al Centro, al que volvieron luego de un hiato que siguió a su jubilación alrededor de 1990, demorada algunos meses porque la dirección del Centro, con el apoyo del Ministerio de Cultura, en particular del ministro Hart y de la eficientísima jefa de despacho Graciela Rodríguez, Chela, procuró que tuvieran la pensión más alta posible. Hoy se habla de ellos con la paz proporcionada por la rectificación que les hizo —y nos hizo— justicia. Hasta puede disfrutarse la alegría de olvidar las interdicciones que sufrieron, pero “la felicidad no es el olvido”, como escribió un poeta ruso, soviético, de nombre que el autor de las precisiones lamenta no recordar.

5 / A Cintio Vitier no es necesario atribuirle más méritos que los muchos y grandes que tuvo, y seguramente habría sido el primero en desaprobar que se le atribuyeran. Las martianas Obras escogidas en tres tomos no las preparó él: son un fruto directo de las Páginas escogidas, en dos tomos, que Roberto Fernández Retamar había preparado para la Universidad de La Habana y habían tenido varias salidas desde que la Editorial Universitaria (de esa institución) hizo la primera en 1965. Fundado ya el Centro de Estudios Martianos, un equipo orientado por el propio Fernández Retamar, y de cuya labor puede dar fe quien esto escribe, tomó la tarea de ampliar la selección, que terminó en tres volúmenes publicados inicialmente por la Editora Política (1978-1981) y luego (1992) por la Editorial de Ciencias Sociales. Vitier no habría disfrutado que se privara de ese mérito a nadie a quien fuera de justicia reconocérselo, y menos a un amigo suyo como Fernández Retamar.

Interrupción, no final / Si en lo hasta aquí escrito se aprecia algún distanciamiento en la manera de nombrar a Vitier y a García Marruz, no es solo ni fundamentalmente por prurito de profesionalidad o academia, sino para evitar la tendencia a exhibir una familiaridad de la que a menudo se está lejos. Aunque el autor habla en particular de dos seres humanos extraordinarios que lo honraron con su amistad, y de quien no pocas veces estuvo cerca.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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