PERIODISMO CULTURAL

Whitman

Tengo ante mí setecientas páginas de Hojas de hierba, de Walt Whitman (1819-1892). Asusta un volumen tal. Una lectura disciplinada debe comenzar por el prólogo, los primeros poemas y llegar al final acezante, seguramente acezante luego de tanta reiteración epíteto, vocativos, exclamaciones, series lógicas, barcos y puertos, soldados, hombre de trabajo, Calamus, versículos que aun traducidos al español dejan sentir su jadeo o la voz estentórea del poeta. La traducción total es de Francisco Alexander, una versión que se somete a la edición definitiva de la poesía whitmaniana de 1891-1892.

Alexander habla en su prólogo de «la confesión total de un hombre tolerante, bueno, comprensivo y misericordioso, que poseyó el don poético genial…». Pasan los siglos y Whitman sigue siendo el poeta insignia de los Estados Unidos de Norteamérica, el que inició un «lenguaje nacional» en un extenso territorio dominado por la emigración y por las tribus autóctonas.

En tierra de gentes puritanas, de religiones devenidas del protestantismo, su don poético es un canto a la libertad humana, a la plenitud, recusa el sentido pecaminoso del sexo, todo sexo es puro y limpio resultado de un cuerpo glorioso. Canta a la independencia de los pueblos, a la democracia surgente en una nación que es suma de territorios y de pueblos. Da nombre a un país sin nombre, que no tiene un solo nombre sino el de Estados Unidos, no un nombre propio, él le quiere llamar América, solamente, sin mirar mucho hacia el sur, donde otras culturas americanas tienen derecho igual a ese nombre tomado de la tradición europea, que lo bautiza.

Whitman mira hacia las fábricas, hacia los obreros, observa la guerra y canta a los soldados, nada ni nadie están lejos de su canto. El «Canto a mí mismo» es en verdad un canto a «nosotros», un canto desde sí mismo cuando su cuerpo es paradigma de todos los cuerpos, no de modo hipostasiado, sino de praxis vital. Whitman es un poeta de lo corporal, el espíritu no está solo en el mundo, posee al cuerpo, forja con él una unidad. No canta al alma por separado, canta al cuerpo-alma, a su unidad, hace sagrada a esa unión.

José Martí lo alabó y vio en Calamus ese libro «extraño» de los amigos, Martí vio en Whitman al gran poeta que abre sus brazos humanos para abarcarlo todo, desde el árbol a la hoja de hierba, desde el barco donde contingentes llegan o parten hasta la gloria del ser individual en un medio de promesas. Se ha dicho que su poesía es prometeica. Siendo muy lírica, cada poema ofrece un profundo sentido lírico e individual de la vida, sin embargo el conjunto parece un gran testimonio de epicidad.

Whitman viene como Prometeo a ofrecer el fuego, a dar impulso al hombre y a la mujer creativos para que impulsen al mundo. El poeta es optimista y alegre. No pudo servir de modelo al decadentismo francés, no pudo ser un ejemplo para la poesía de la renuncia, de la elegía, del dolor, porque Whitman abre su voz como un trueno, no viene a llorar, viene a gozar del mundo. El poema de Whitman está del lado de la construcción, de la risa, del brazo sobre el hombro del camarada, con el que no teme yacer sin el rigor cáustico de lo pecaminoso.

El Dios de este poeta es un agente divino que ayuda a bien vivir, coopera al esfuerzo, dona fuerzas, ríe a carcajadas con el que sabe reír, bebe, come, fornica, es un dios casi pagano, sobre el que no hay que armar una teología. Para este poeta, el cuerpo no posee el rigor de culpa o pecado, los sentidos se ejercen naturalmente y lo natural es lo bueno y lo noble. Su poesía es una proclama constante, él quiere proclamar la belleza de la vida, no hay otro destino que la plenitud humana: La efusión del alma es la felicidad, he aquí la felicidad, / Creo que flota en el aire libre, en constante espera / Ahora fluye hacia nosotros y nos impregna. El «Canto del camino real» es esa arenga en favor de la vitalidad:

Allons! Con la fuerza, la libertad, la tierra, lo elementos,

La salud, la oposición obstinada, la alegría, el amor propio, la curiosidad;

Allons! ¡Lejos de toda fórmula!

¡Lejos de vuestras fórmulas, oh, sacerdotes materialistas de ojos de murciélagos!

La vida es praxis constante: «El cadáver putrefacto impide el paso —el entierro no puede demorar más». El pragmatismo tiene en Whitman un antecedente en materia de versos. Un estudio sobre la poesía de este poeta-cosmos podría ser una citación constante, caigo en ese pecado de lesa exégesis: Porque eres sucio o granujiento, o porque te embriagaste una vez, o robaste, / o porque padeces una enfermedad crónica, o eres una prostituta. / O por tu frivolidad o impotencia, o porque no eses instruido y nunca has visto tu nombre en letra de molde / ¿Crees que por eso eres menos inmortal? En este «Canto de las ocupaciones» el hombre pleno canta su existencia como un milagro, con un respeto profundo por la vida: «El Congreso se reúne cada año por ti».

Este es el poeta que en Cálamo marcha por «los senderos no transitados», no es que vaya contracorriente, contra natura, va con la corriente y con la naturaleza. Sabe del perfume de los pechos, de la «utilidad» del amor: «Amé ardientemente a cierta persona y mi amor no fue correspondido, / Y, no obstante, ese amor ha inspirado estos cantos». Sabe que la vida es un sendero único, intransferible, no hay certeza de un después, es aquí y ahora, se ha venido al mundo para la plenitud. El futuro en Whitman es el de los hombres por nacer, a los que se dirige. Tiene confianza en ese futuro y su poesía de tono conversacional establece el coloquio con ellos, con los que han de venir, y él se siente el cronista, el que mira en torno y testimonia para que «después» tú, yo, nosotros lo leamos a él, que fue visible y ya no es más que palabras, invisibilidad, lejanía, historia. Él es el cantor de la inmediatez y quiere gozar del mundo con alegría, con fe, entereza y libertad.

¿Es, como se ha dicho, el cantor de la democracia, de la libertad? Más bien creo que Whitman resulta ser el vate, el bardo de la vida y de su feliz continuidad. Canta a la plenitud humana y lo hace desde unos Estados Unidos recién fundados, compendio entonces del mundo, lleno del fragor de los blancos de orígenes europeos, negros procedentes de África, gente aborigen de las tierras a las que canta, asiáticos, de todas partes, es el cantor del ser humano ante su destino, y ese destino no puede ser otro que la expansión de su libertad. «¿Qué es la hierba?», se pregunta y confiesa: «Aun el más pequeño retoño nos prueba que no existe la muerte», y él es el poeta de la Vida (Tomado de Cubaliteraria).

Imagen de portada: Walt Whitman. Foto Telegrafi.

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Virgilio López Lemus
Poeta, ensayista, crítico literario y de arte, traductor, profesor universitario y destacado investigador literario cubano

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