Dossier José Martí periodista

Redentor y periodista

Descontando la misión de redentor —escasa en el mundo: la cumplen representantes extraordinarios de pueblos y de grandes causas, como quien ganó el título de Apóstol—, hay una profesión que quienes la ejercen pueden sentirse colegas de José Martí: la de periodista. La cultivó desde la aparición, en enero de 1869, cuando estaba por cumplir dieciséis años, de El Diablo Cojuelo, publicación estudiantil para la que escribió el artículo que la hizo trascender.

En esos mismos días —de relativa y brevísima libertad de prensa otorgada por las autoridades españolas— circuló también La Patria Libre. A menudo se ha considerado igualmente obra suya, pero, sin menospreciar su precocidad, las características de ese periódico hacen pensar en adultos de su entorno, como el maestro Rafael María de Mendive. Lo seguro es que el adolescente le aportó a La Patria Libre también el texto que la fijó para la historia: el poema dramático “Abdala”.

Aquellos tempranos textos se ubicaron en el nacimiento asimismo de su otra condición mencionada al inicio del presente artículo, la de redentor, de la que en él fue inseparable su asidua labor periodística. Doña Leonor Pérez Cabrera, quien sufrió por la ausencia del hijo y por los peligros que lo asediaban, lo previó con angustia materna desde antes seguramente de la noche habanera en que —lo recordaría el autor de Versos sencillos— salió a buscarlo a la calle, que “era un reguero de sesos”.

En una de las cartas que se conservan de la correspondencia entre ellos, le escribió al hijo: “Te acordarás de lo que desde niño te estoy diciendo, que todo el que se mete a redentor sale crucificado”. Sus temores se basaban en la realidad, en la propia actitud de quien el 1 de abril de 1895, en la carta que se conoce como su testamento literario, le escribió a Gonzalo de Quesada Aróstegui: “En la cruz murió el hombre en un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días”.

En el recuento autobiográfico desplegado en sus Versos sencillos —y con la voluntad de entrega a la lucha por la que en ese mismo poemario escribirá: “Yo soy bueno, y como bueno / Moriré de cara al sol”—, plasmó su conciencia de lo que significaba tal resolución: “Cuando al peso de la cruz / El hombre morir resuelve, / Sale a hacer bien, lo hace, y vuelve / Como de un baño de luz”.

En la carta citada antes, doña Leonor le dijo: “Mientras tú no puedas alejarte de todo lo que sea política y periodismo, no tendrás un día de tranquilidad. Qué sacrificio tan inútil, hijo de mi vida, el que estás haciendo de tu tranquilidad y de la de todos los que te quieren”. A la madre que sufría no le recriminemos que no comprendiera al hijo a quien veía en riesgo de terminar crucificado y ella quería salvar. Tampoco es que el hijo no pudiera alejarse del peligro, sino que no quería abandonar, y no abandonó, lo que abrazó como la misión de su vida.

En cuanto al periodismo, esa misión la cumplió también tenaz y amorosamente. Numerosas publicaciones de varios países, particularmente en nuestra América, se beneficiaron con sus textos. Desde su primer destierro, en España, pasando por toda su trayectoria de dolorosa y fértil vida lejos de la patria, colaboró sin cesar en periódicos y revistas, que en varios casos dirigió o hasta fundó, y alguna hizo en su totalidad, como La Edad de Oro.

Se hallaba en los campos de Cuba en guerra cuando, a inicios de mayo de 1895, le concedió con perspicacia periodística al corresponsal de The New York Herald la célebre entrevista cuya versión final, en español, fue obra suya. El poderoso y amañado rotativo imperialista la publicó en inglés, en versión podada y adulterada, el fatídico 19 de mayo de 1895. Mientras tanto, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano seguía al tanto, en la distancia, de la edición de Patria, que se hacía en Nueva York, y en la que por encargo suyo se publicó el texto original de aquella entrevista.

A lo largo de su vida el quehacer periodístico le sirvió para combatir males y —dígase con expresión tomada del pórtico de Ismaelillo— propagar la utilidad de la virtud. Señaladamente lo hizo al denunciar las trampas imperialistas urdidas por los Estados Unidos en el Congreso Internacional de Washington de 1889-1890 y en la Comisión Monetaria Internacional de 1891, que sesionó también en dicha capital.

En periódicos y revistas cumplió mucho más que la tarea de pan ganar para su austero modo de vivir, o para ayudar a la madre, a la que destinaba lo que recibía por sus extraordinarias crónicas en La Nación bonaerense. Con su periodismo desarrolló una ingente labor para informar a nuestra América sobre acontecimientos políticos, arte y literatura, ciencia y tecnología.

El escritor y político argentino Domingo Faustino Sarmiento proclamó las excelencias literarias de su obra periodística, y poetas como el nicaragüense Rubén Darío y el español Juan Ramón Jiménez apreciaron lo que representó el caudal informativo desplegado por Martí sobre temas y autores de otras latitudes. Y el sabio dominicano Pedro Henríquez Ureña estimó que su obra había sido, en lo fundamental, una “forma de periodismo literario desconocida antes de 1870”, un “periodismo elevado a un nivel artístico como jamás se ha visto en español, ni probablemente en ningún otro idioma”.

Su voluntad de ser útil, no de enriquecerse —decidió echar su suerte con los pobres de la tierra, no solo defenderlos verbalmente—, se reconoce en la satisfacción que, pese a lo que podía haber de tácita y justa protesta al contarlo, le producía observar el destino de sus cartas, como en el lenguaje de un corresponsal de la época llamaba a sus crónicas. El 6 de agosto de 1888 le escribió a su gran amigo y confidente mexicano Manuel Mercado: “¡Y pasan de veinte los diarios que publican mis cartas, con encomios que me tienen agradecido, pero todos se sirven gratuitamente de ellas, y como Molière, las toman donde las hallan!”

No se expresaba así alguien de economía holgada, sino quien le dijo a Mercado: “Ya sabe, pues, lo que tengo, y con ello, por hoy, aunque con penuria, atiendo a cuanto debo. Otras veces he ganado más, pero con tal martirio, y tal estrechez de horas, que casi a costa de mi mismo entendimiento podía ir nutriéndomelo en instantes robados como ansiaba”. Pero no lloraba miserias: “Eso se lo digo porque me lo pregunta, y para que me ayude en lo que intento”. Se refiere a proyectos editoriales que acarició en distintos momentos de su vida, supeditados siempre a su tarea mayor.

En todo lo que hizo brilló por su honradez de miras, por la grandeza de sus propósitos, y por la belleza de su palabra, que sigue estando, junto con sus valores éticos y políticos, entre los cimientos de su inagotable vigencia. Ni para fundar Patria, periódico que él sabía urgente, renunciaba a lo que en el título de un poema llamó “Sed de belleza”.

Cuando frente a las maniobras imperialistas de 1889-1890 ya aludidas, comprendió que había llegado el momento de preparar la guerra para independizar a Cuba, lo atenazaba el deseo de que el periódico llamado a ser vocero o soldado de esa lucha —no órgano oficial— tuviera solidez y prestancia. Le expresó sus inquietudes al ya nombrado Gonzalo de Quesada, secretario de la delegación de Argentina al Congreso Internacional de Washington, y con quien se mantenía al tanto sobre ese foro, en el que la participación del país sudamericano fue clave para bien de nuestra América.

El 16 de noviembre de 1889 le escribe a Quesada, quien sería secretario suyo en el Partido Revolucionario Cubano: “no veo claro el modo de sacar el periódico a la luz con la frecuencia y holgura que en estos meses de combate son necesarias. Lo haré, como pueda, porque es preciso. ¿Pero qué he de poder hacer con $25, que es lo que puedo quitarles de la boca a los que reciben el pan de mí, y $15 más que tres amigos redondos me tienen ofrecido? $5 le impongo a Vd. de contribución, mensual, si el periódico se publica, por seis meses a lo menos. Y las ideas saldrán a luz, en una forma u otra, y el periódico, aunque no fuese más que con los $40”. Mago honrado de la persuasión, le dice a Quesada: “¿No lo ofendería a Vd. si no aceptara su oferta?”

En tales estrecheces fraguó Patria, cuyo nacimiento el 14 de marzo de 1892 se tomó en su centenario como Día de la Prensa Cubana. Para que la justa voluntad de homenaje se realice plenamente, el periodismo del país debe seguir la brújula que Martí le dejó en herencia. Su quehacer periodístico se caracterizó por virtudes como la limpieza de sus ideas, la claridad en los mensajes y la altura artística de su palabra y su gestión editorial.

El desvelo por ese periódico lo mantuvo en medio de las arduas complicaciones que enfrentaba como conspirador y organizador revolucionario, y en la guerra misma, con el abarcamiento propio de las grandes empresas políticas y culturales. Ya preparaba su salida de Nueva York para viajar a Cuba, donde pronto estallaría la guerra que él organizó, y el 8 de diciembre de 1894 apareció en Patria su valoración del cuadro de José Joaquín Tejada en el que apreció virtudes fundacionales tanto artísticas como de índole social. El propio Martí lo llamó “La lista de la lotería”, y en el título del artículo destacó la condición de cubano del pintor.

Todo lo ponía en función de la amplitud y la honradez que se expresaban también en su periodismo. Estaba convencido de la importancia que tenía la altura de los ideales, y sabía que esconder suciedad bajo la alfombra no es ni remotamente limpieza, sino sustrato para elementos patógenos que pueden llegar a ser letales.

Si hoy se quisiera citar un ejemplo de tal peligro, bastaría la corrupción que, de no combatirse a fondo, resueltamente, puede causar el cataclismo que Fidel Castro quiso prevenir, partiendo no de fantasmagorías, sino de la realidad. En su discurso del 17 de noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, luego de preguntarse: “¿Cuántas formas de robo hay en este país?”, sostuvo con respecto al empeño de los imperialistas por estrangular a la Revolución Cubana: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.

Los artífices y cultores del secretismo no hallarán asideros en José Martí. Para él sería secreto lo que comprometiera los planes conspirativos e insurreccionales, o el hecho de que su guerra —no su temprano antimperialismo, que era público y notorio— no sería ya principalmente contra el coloniaje español, sino contra el imperialismo estadounidense. A eso se refiere en la carta del 18 de mayo de 1895 a Manuel Mercado, al escribir: “En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente”.

Cuando en “El monumento a la prensa”, crónica publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 28 de julio de 1887, escribió: “¡tiene tanto el periodista de soldado!”, no llamó a los periodistas a seguir una disciplina marcial, necesaria en las filas de un ejército, no precisamente en el quehacer comunicacional para informar a un pueblo. Si algo debe tener de soldado el periodista es valor para enfrentar peligros, para arriesgarse en la defensa de la verdad, porque “fuera de la verdad no hay salvación”.

Eso se lee en su carta a Enrique Trujillo, director de El Avisador Cubano, publicada el 6 de julio de 1885 en dicho órgano, que se editaba en Nueva York. Y en “Ciegos y desleales”, artículo que apareció en Patria el 28 de enero de 1893, y que empieza con esta máxima: “La política es la verdad”, se halla su conocida sentencia: “La palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla”.

El periodismo que Martí cultivó es el que debemos tener por guía, si queremos ser fieles de veras al héroe en quien Fidel Castro reconoció el autor intelectual de la hazaña del 26 de Julio y, por extensión, de la etapa revolucionaria iniciada entonces. La etapa que hoy está especialmente urgida de que la cuidemos para salvarla.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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