Nacida el 22 de agosto de 1906, la vida de Loló de la Torriente ha sido intensa. En el plano cultural se ha ocupado de asuntos muy diversos y se le reconoce una amplísima labor como periodista, crítica de arte y literatura, ensayista y narradora de hermoso vuelo imaginativo. Ella no necesita presentación para los que siguen su palabra impresa desde la década de 1930 y ni siquiera su nombre pierde vigencia para las más jóvenes generaciones de cubanos que pueden apreciar en nuevos trabajos su directo estilo de expresión, no exento de peculiar elegancia idiomática.
Loló no ha dejado de escribir nunca, desde que una tarde del final de la década de 1920 se apasionó con la lectura del libro Hombres y máquinas. Entonces escribió una nota sobre esta obra y se la mostró a su amigo José Antonio Fernández de Castro. El gran polígrafo detectó enseguida el ingenio en formación de aquella joven estudiante de Derecho que ni soñaba con ser escritora. La nota apareció poco después en Orbe y, cuando Loló la tuvo en sus manos, devuelta ya por el arte de la impresión, se sintió emocionada y comprometida. Pero ahora que descubría el poder de difusión que alcanzaba lo impreso, la ocasión no era propicia para dedicarse al solo arte de la crítica literaria cuando el país padecía la dictadura de Gerardo Machado.
1929 y 1930. Escribía en una pequeña publicación de la CNOC, consagrada a los asuntos de la mujer trabajadora en Cuba. Alma Mater recibía sus colaboraciones y militaba en Defensa Obrera Internacional, organización creada por el Partido Comunista. Loló había asistido al I Congreso Nacional de Estudiantes de 1923, cuando estudiaba en el Instituto No. 1 de La Habana y sostenía excelentes relaciones con Julio Antonio Mella. En 1930 fundó una escuela, luego de haberse graduado en el año anterior como abogado; utilizó los locales en horario nocturno para impartir clases gratuitas a numerosas trabajadoras y continuó su activa vida política de oposición a la dictadura machadista. Conocía a los más destacados intelectuales de la época; su círculo de amistades incluía a muchos de los que fueron hombres y mujeres prominentes de su generación y que han dejado honda huella en la vida social y cultural cubana. En Mi casa en la tierra (1956) narra sus vínculos con personalidades como Varona, Fernández de Castro, Martínez Villena, Mella y otros muchos que fueron para ella ejemplos de esplendor humano. Entre sus recuerdos imborrables de esta época se encuentra aquel 30 de septiembre de 1930, cuando le tocara organizar la capilla ardiente donde yacía Rafael Trejo; Loló participó valientemente en ese sepelio histórico, convertido en manifestación de duelo y de protesta popular.
Ahora, consagrada a la lucha revolucionaria, recorría la Isla, participaba en actividades obreras con los trabajadores azucareros de Las Villas y Camagüey, así como con las despalilladoras y tabacaleras de Santa Clara y Pinar del Río. La caída del tirano, en 1933, la sorprendió en plena actividad política en Camagüey.
En 1935, en un segundo viaje a los Estados Unidos, fue acusada de propaganda subversiva y arrestada en Miami por dos agentes cubanos, mandados por Batista, en combinación con el FBI, y luego deportada a Cuba. En La Habana fue sometida a juicio por los Tribunales de Urgencia, condenada a un año de prisión y remitida a la Prisión Nacional de Mujeres (Guanabacoa), donde estaría hasta finales de 1936.
En 1937 partió para México. Allí comenzó su más activa vida como escritora. Se inició colaborando en una revista de poca circulación del Partido Comunista mexicano, y colaboraba en El Nacional y El Popular; luego se dedicaría intensamente al periodismo en las páginas del diario Novedades, donde llegó a ser editorialista y a ocuparse del Sector de Palacio (Presidencia de la República) en el sexenio del licenciado Miguel Alemán. Estaba ya asimilada a la vida mexicana y profundamente identificada con su pueblo, guiada por dos hombres que marcaron su vida: el general Lázaro Cárdenas, quien le dio el visado de entrada a México, conociendo que era deportada de los Estados Unidos y recién salida de la cárcel cubana; y el doctor Jorge Vivó, etnólogo y geógrafo con quien visitó casi todo el país y que sería su esposo; de él tuvo dos hijas cubano-mexicanas, que se han destacado en la vida artística del país azteca.
Loló estaba vinculada con los más valiosos creadores mexicanos y cultivaba la amistad de dos grandes personalidades: la de Diego Rivera y la de Alfonso Reyes. Pero esta vida activísima en suelo mexicano no le impedía visitar frecuentemente a su patria; publicaba trabajos en Carteles, había colaborado aunque en pequeña medida en Mediodía, y en los primeros años de la década del cuarenta comenzó a publicar en Bohemia, donde aún hoy aparecen sus más recientes artículos y ensayos.
Precisamente al final de esta década la escritora argentina Victoria Ocampo le pidió un estudio sobre Diego Rivera, para publicarlo en Sur, revista que dirigía en su país. Con este fin, Loló visitaba diariamente al gran pintor, que le contó toda su vida. Así comenzó aquellas memorias que le llevarían diez años de trabajo y que daría en 1959 su libro más importante sobre la vida y la obra del genial mexicano: Memoria y razón de Diego Rivera.
Pero este fue su quinto libro. En su intenso periodismo de los años cuarenta, había reunido copiosos datos sobre Cecilia Valdés en la Colección Cubana de la Biblioteca de la Cámara de Diputados de México. Pronto descubrió que había concluido su primer libro que aparecería en Cuba en 1946: La Habana de Cecilia Valdés. Salvo sus volúmenes sobre Diego Rivera, todos sus libros se publicarían en la capital cubana.
En 1950 ganó el Premio Nacional del Ministerio de Educación cubano. La obra premiada, Estudio sobre las artes plásticas en Cuba, había nacido de sus continuos artículos acerca de los más célebres pintores cubanos, algunos de los cuales (Abela, Carlos Enríquez, Víctor Manuel, Carroño…) eran sus amigos. En una temporada que pasaba en La Habana organizó el libro que premiara el tribunal formado por Jorge Rigol, Ramón Loy y Valderrama, a la sazón director de San Alejandro. Pero el libro no saldría hasta 1954, gracias a la iniciativa de numerosos amigos.
En 1956 publica dos libros más: El mundo ensoñado de Eduardo Abela, que la consolida en ese momento como una de las más importantes críticas de arte en Cuba, y su interesantísimo Mi casa en la tierra, encabalgado entre las memorias, el ensayo, el relato sin ficción y la historia.
Desde 1952 se había radicado de nuevo en Cuba y se dedicaba a una intensa labor periodística en Alerta, El País, El Mundo y Bohemia. Después de 1956 viajó a Europa, para reponerse de una enfermedad de la vista. Vivió por algún tiempo en España, donde colaboró en varias publicaciones periódicas. Escribía también para diarios y revistas venezolanos y mexicanos, publicaba intensamente en Bohemia y comenzó una fecunda y prolongada labor ensayística en Cuadernos Americanos, de México. Vale rescatar de estas dos publicaciones sus ensayos de arte y literatura que enriquecen la crítica literaria cubana, porque sus juicios y proposiciones guardan actualidad, debido a que tratan momentos altos de la cultura cubana y latinoamericana.
Triunfa la Revolución y Loló permanece en Cuba. Hay sutiles proposiciones en México y Estados Unidos para que se vaya a trabajar fuera de la isla. Pero ella pone su pluma al servicio de la Revolución triunfante, llena de esperanzas de que la Revolución del 30 tuviese su continuidad histórica, coronada de éxito, en la naciente Revolución. La palabra de Loló, muy respetada en México, brilló en Cuadernos Americanos en defensa de la Revolución. Entre sus ensayos en esta prestigiosa revista figuran: “Realidad y esperanza en la política cubana” (1959), “La Revolución y la cultura cubana” (1960), “La política cultural y los escritores y artistas cubanos” (1963), “Cuba. Zafra 69” (1969), “El compromiso y los escritores cubanos” (1971), “El hombre y su sombra” (sobre el Che, 1975), “Raíz y flor en palabras de Fidel” (1976).
En tanto, trabajaba en El Mundo, bajo la dirección de Luis Gómez Wangüemert, y colaboraba en Bohemia junto a su entrañable amigo Enrique de la Osa. En El Mundo publicó en 1967 un artículo sobre el héroe Pablo de la Torriente Brau, enseguida recibió una carta de felicitación de Raúl Roa, quien la instó para que convirtiera el artículo en libro. Así nació en menos de un año de intensa labor Torriente Brau: retrato de un hombre, editado en 1968.
Razón de letras
Con la obra sobre Pablo de la Torriente Brau, concluía su sexto libro. Detrás suyo quedaba un mar de letras, calzadas con su firma, entregadas al periodismo y sobre los más diversos temas imaginables. Hemos de detenemos, a continuación, en sus libros, que trataremos de reseñar con la brevedad que este trabajo nos impone. Queda para ocasión posterior la necesaria valoración y justipreciación de cada obra.
La Biblioteca de Historia, Filosofía y Sociología que editaba Jesús Montero, dedicó en 1946 su volumen XXIV al tomo La Habana da Cecilia Valdés, que, además de ser el primero de Loló, es también primado dentro de la especializada bibliografía villaverdiana, no sólo por ser estudio acertado de la mejor novela cubana del siglo XIX, sino incluso por presentarnos con singularidad la vida plena de la ciudad que fuera escenario de los amores de Leonardo y Cecilia. Se trata de un ensayo en el que vemos a nuestra capital en su paisaje urbano intra y extra muros, con sus iglesias y edificaciones públicas, donde “eran sus conventos y sus huertos los sitios de más privilegiada hermosura”. Pero Loló no se conforma con comentar el hábitat, sino que se adentra en el sistema de vida de los habitantes de la pequeña ciudad caribeña: modas y modos de convivencia se alternan con el análisis clasista época (“Aristocracia y esclavitud”), para derivar en un cumplido estudio de la cultura decimonónica cubana, que abarca desde la política y la educación, hasta el pensamiento filosófico y la creación artística y literaria. Un último capítulo se dedica a la trascendente lucha por la independencia, que dominará esencialmente la segunda mitad del siglo XIX.
El segundo libro de la foto es su Estudio de las artes plásticas en Cuba, cuya génesis ya comentamos brevemente. Hoy es un texto de difícil localización, que pide su reedición dados sus valores intrínsecos, antes de que se convierta en una mera rareza bibliográfica. Es libro básico para el conocimiento de las artes nacionales hasta 1950; cuenta con una amplia bibliografía y excelentes ilustraciones, y se ocupa de la tradición aborígen cubana, el período colonial, el primer cuarto del siglo XX y los años comprendidos entre 1925 y 1950. Esta parte final es sin dudas la más rica, posee incluso carácter testimonial, que se ve enriquecido por la prosa de nuestra escritora, en la que fusiona su efímera experiencia docente con su vasto oficio periodístico, para lograr una prosa ensayística de sorprendente amenidad. Concluye el Estudio con un breve párrafo que testimonia la fe de la autora en los destinos de la patria: “A medida que nuestra madurez republicana se alcance y nuestra liberación económica se cumpla nuestras consecuencias artísticas serán más puras y más libres, más logradas y robustas y, por tanto, históricamente más auténticas y reales”.
Sólo dos años después, en 1956, aparece Mi casa en la tierra, bellamente ilustrado por Jorge Rigol, obra que se niega a la catalogación genérica. Aquí se dan la mano juicios políticos, sustentaciones económicas de la realidad cubana, comentarios de índole ensayístico sobre arte y literatura, memorias personales, simples incidentes de vida y matizaciones poéticas que pueden presentamos un grupo de frutas tropicales con la gracia de “aquellos tamarindos ácidos, prietos y deliciosos, como el pecado”. Sobre todo es un libro de polémica en la interpretación de una época, esencialmente de la lucha antimachadista y sus años subsiguientes hasta 1937.
En la década de 1950 aparecerían dos nuevas obras de Loló: El mundo ensoñado de Eduardo Abela y Memoria y razón de Diego Rivera.
Si Mi casa en la tierra fue escrita en la tranquilidad familiar, en compañía de su hermana Luisita y su cuñado Enrique, en el bello paisaje de Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud), el libro sobre Diego Rivera fue para Loló su obra más elaborada y el que escribió con más dificultades, dada la compleja personalidad del genial mexicano. Nadie que se acerque a la obra de Rivera, en ninguna región del mundo, puede prescindir de este libro. En él está la inteligencia analítica de la autora entrelazada con la memoria y la frase directo del gran pintor. Es un libro de mucho aliento, explicativo, informativo, que valora y sitúa a Rivera en su contexto mexicano y universal.
Cuando la Editorial Renacimiento lo publica en México transcurría el Año de la Liberación en Cuba. Ahora nuestra escritora tendría que enfrentar abundantes proposiciones de editoriales norteamericanas, interesadas en la edición del libro, pero también en atraer con el canto de sirena del oro yanqui a la mujer que en modo alguno pensó abandonar la patria. Ella supo comprender la gran etapa que para la vida nacional se iniciaba, y nada la hizo flaquear. Iría eventualmente a México a visitar a las hijas, a atender sus publicaciones, pero ya definitivamente estaba radicada en Cuba y era su deber, insoslayable, contribuir a la edificación revolucionaria.
Torriente Brau: retrato de un hombre (1968) fue su .primer aporte sólido en la nueva comprensión de la historia y la realidad cubanas, calorizada por la Revolución. En él Loló se ocupó de la Guerra Civil española y de la participación en ella del héroe cubano, al que exaltó como figura representativa de lo que significó para los cubanos la guerra española. En nada se aparta de la historia para darnos, además, la valía de este hombre singular, dotado para las letras y que hizo de su vida un intenso fuego revolucionario. La actitud internacionalista de Pablo, su carácter franco, sus relaciones con otros jóvenes cubanos, están debidamente expuestos con el doble valor de lo biográfico y de lo histórico.
Luego (sobre 1969) Loló escribía otro libro: Imagen de dos tiempos, que publica en 1982 la Editorial Letras Cubanas. Es un valioso complemento, extensión y profundización desde las nuevas perspectivas históricas del Estudio de las artes plásticas en Cuba. Como toda la obra de Loló, es libro de reflexión, no exento de polémica, en el que expone sus puntos de vista personales sobre la evolución de las artes plásticas cubanas, esencialmente la pintura, desde los orígenes hasta los fructíferos años de la Revolución. Su análisis se detiene en 1969, pero los años de praxis revolucionaria, la cambiante realidad, le llevó a actualizarlo hasta la creación misma del Ministerio de Cultura, con un recorrido necesario acerca de la política cultural de la Revolución.
Si no conociéramos a Loló de la Torriente, pararíamos aquí el recuento de sus obras. Pero entre sus setenta y sus setenta y cinco años de edad concluyó una novela que había comenzado unos años antes, cuyo sugestivo título: Los caballeros de la marea roja, está anunciado como publicación próxima en la Editorial Letras Cubanas.
¿Y quién la conocía como narradora, como autora de textos de ficción? En Mi casa en la tierra exponía claramente su talento narrativo, pero antes de 1959 realmente no había escrito obras de carácter novelístico. Después de ese año, en la revista mexicana El Cuento y en Bohemia aparecieron numerosos relatos con su firma. Es una buena noticia, con valor de primicia, el hecho de que Loló de la Torriente, en el camino de sus fecundos setenta y siete años de edad, tiene inédito un libro de cuentos cuyo título: Narraciones de Federico, agrupa piezas de verdadero interés y valor estético, absolutamente obras valiosas del género.
¿Y la novela? ¿Qué podemos anticipar de ella? Se trate del ejercicio vital de una generación que ofrece la imagen de dos tiempos, que van de 1930 a algunos años después del triunfo de la Revolución; aunque el énfasis está dado en el período prerrevolucionario. Hay costumbrismo y retrospectiva de la vida en La Habana, que tiene aquí el doble valor de ciudad y de personaje. Su filiación dentro de la narrativa cubana es la de novelas como Cecilia Valdés, Juan Criollo o De Peña Pobre.
Posee páginas de incuestionable belleza: comidas criollas, el vino, el tabaco y su historia, un ciclón en La Habana, el solar “África”, todo el final llamado “Huyuyo”, de magnífico simbolismo, y algunos momentos de la gran invasión revolucionaria de Oriente a Occidente comandada por Camilo y el Che, que Loló ha logrado incorporar a su novela con aciertos notables. Historia, poesía, mitos, leyendas, se expresan en un realismo de la mejor estirpe. La difusión de esta novela dará lugar no sólo al acrecentamiento del nombre de su autora en las tetras cubanas —no es el objetivo que ella busca—, sino al enriquecimiento de la novelística revolucionaria de nuestro país.
Breve final
Conocer la obra de Loló es darse cuenta de una constante en ella: La Habana. La ciudad la apasiona: es su compañera de vida y no sólo el suelo donde ha vivido. Nació en Manzanillo, vivió en México y Madrid. Ciudad México es un sitio totalmente familiar para ella: puede evocar rincones, calles, edificios; allí trabajó duramente, amó, organizó su vida, hizo obra literaria… Pero La Habana no es sólo la capital de Cuba, sino también la capital de Loló. Ella misma nos explica la razón: “No tengo un habanerismo de creer que La Habana es la ciudad más hermosa del mundo, pero aunque conozco bien México, San Francisco, Madrid, Florencia, Milán… mi sentimiento y arraigo es esencialmente habanero: la luz del trópico, las aguas del mar, la noche en el Malecón, han influido mucho en mi vida. Viví catorce años en el centro mismo de La Habana Vieja. He sentido y vivido profundamente la ciudad. Salvo el nacimiento de mis hijas, todo lo grande y doloroso para mí ha sucedido en La Habana”.
La ciudad respira en Loló y ella respira el aire que ha rozado las olas del Caribe para venir luego a correr por las calles, los parques y los edificios que forman ese cuerpo vivo llamado ciudad. Y en La Habana vive Loló dedicada a las letras y a sus recuerdos. Piensa que hay muchas formas de consagrarse a su pueblo y ella lo ha hecho de manera significativa. Una enfermedad articular la ha acompañado desde sus quince años y otras se han sumado para hacerte muy duros estos años en que transcurre su década de setenta. Pero el fuego de la creación alienta en ella de manera evidente por sus nuevos libros, y por sus trabajos en Bohemia (publicación que considera parte de su casa en la tierra). Loló de la Torriente no ha perdido el afán de dar obra para ser útil y su palabra se alza entre nosotros con el peso de su contenido y la belleza de su expresión. Felizmente cabalga su propio Rocinante, con una pasión que se nos muestra ejemplar (Tomado de Bohemia, publicado en la edición no. 38, 17 de septiembre de 1982).
Nota que acompaña la publicación de este texto:
Se habla poco acerca de la obra de Loló de la Torriente, destacada periodista, escritora, crítica, profesora y activista cubana. Autora de numerosos ensayos sobre la literatura hispanoamericana y cubana, se convirtió en una de las figuras más leídas y relevantes de su tiempo, reconocida como una de las críticas de arte más influyentes del siglo XX, especialmente en el ámbito de la pintura cubana y el muralismo mexicano, según especialistas en la materia.
Loló fue una colaboradora fiel de nuestra revista BOHEMIA, en la que se publicaron varios de sus trabajos significativos. Por este motivo, la sección BOHEMIA VIEJA desea conmemorar el aniversario de su nacimiento proponiendo la relectura del artículo “Memoria y Razón de Loló de la Torriente”, escrito por el destacado periodista Virgilio López Lemus y publicado el 18 de septiembre de 1982.
Este texto ofrece un detallado recorrido por su vida política en pro de los derechos y la educación de las mujeres en Cuba durante los años 30, así como su labor como reportera. También sobresalen sus obras publicadas y su compromiso inquebrantable con la nación cubana y su gente.